La relación se ha vuelto tensa, a veces le miro con odio y no sé muy bien por qué; otras, el vínculo parece volverse estrecho y celebro con los brazos abiertos sus maravillas; poco después, cuando nos miramos en el espejo, la encuentro asimétrica y con incomodidad prefiero poner la vista en otro lado. La vulva, parte externa de los órganos sexuales y objeto de vergüenza y rechazo, forma parte de un tema que se vuelve incómodo, y la frase “diversidad vulvar” hace un eco casi nulo. El odio-amor nos queda como la única manera de relacionarnos con nuestro cuerpo. 

En retrospectiva, ¿cuál fue el primer acercamiento que se tuvo a una vulva?, ¿a través de imágenes?, ¿libros de texto en la educación secundaria?... ¿Pornografía?, sin importar la respuesta, todo nos encauza al mismo patrón: la cultura de la vulva hegemónica, sin vellos, simétrica, con labios cortos y de una tonalidad uniforme. En una conversación para La Cadera de Eva, la médica feminista, activista y fundadora de Médicas Verde Violeta, María José Díaz, puntualiza que el cuerpo con vulva siempre ha sido objetivado y sometido a un listado interminable de mandamientos sobre cómo debe lucir. En una tirada aún más lejana, lo más preocupante es que no son actos que vengan per se de las mujeres, sino de la sociedad patriarcal que valoriza el placer de los otros en función de cómo debe lucir la vulva. 

“En esta cultura es normal el “no te veas y no te toques”, entonces,  cuando las únicas vulvas con las que tienes contacto son en el porno o con una imagen, te das cuenta que tú no eres así, ¿no? (...) En los libros de texto, por ejemplo,  sólo hay un tipo de vulva, bonita y de labios pequeños. Sería maravilloso que en tu adolescencia alguien te dijera que hay muchas vulvas y que no hay nada malo con tu cuerpo”

Posteriormente, cuando este sentimiento de insuficiencia es instaurado y la profunda sensación de vergüenza se ha quedado clavada en la mente, el refugio certero se vuelve internet y un hallazgo que reluce entre los miles de resultados: vontouring, clitoroplastia, labioplastia, depilación y aclaramiento de la vulva. La ventana a la violencia estética se abre y, desde los 14 años, las personas con vulva comienzan a familiarizarse con estos términos. 

La investigación Audit of referrals for concern regarding labial appearance at the Royal Children's Hospital, recogió información de personas de entre 11 y 21 años y dio a conocer que a partir de los 14 años las pacientes refirieron sentir vergüenza y ansiedad cada que miraban su vulva, pues no lucía como la que observaban en el cine para adultos; aunque esta fue la tendencia, los académicos también encontraron pacientes de once años que refirieron el mismo comportamiento. 

¿Qué está mal conmigo y qué puedo hacer para cambiarlo?: la violencia estética

Recortar los labios menores (labioplastia) se ha vuelto una de las prácticas más populares en cuanto a cirugías estéticas. En una búsqueda rápida en internet las publicidades tapizan la pantalla de ofertas, promociones, clínicas cerca de tu ubicación, precios accesibles y, la frase, “agenda tu cita aquí, no se requiere hospitalización”, se lee en repetidas ocasiones. La promesa es simple, la vulva tendrá una apariencia más cercana a “cómo debería verse”, porque en un mundo donde la diversidad vulvar no existe, todo cuerpo que tenga labios menores grandes o asimétricos es vergonzoso e incluso, estigmatizante al ser considerados -desde la ignorancia- una señal inequívoca de múltiples parejas sexuales, un hecho que para la sociedad patriarcal resulta impensable. 

“Esta violencia (estética), viene porque las mujeres no somos suficientes -en ningún sentido- desde niñas, el mundo nos bombardea con estereotipos que tenemos que cumplir y te preguntas, ¿qué está mal conmigo y qué puedo hacer para cambiarlo? Los labios menores están programados para desarrollarse de tal o cual manera desde que naces, es una programación de cómo será tu vulva, por lo que el mito de que los labios crecen y se estiran cuando tienes mucho sexo es una absoluta mentira”, explica la médica feminista María José Díaz. 

La violencia estética converge siempre en el cuerpo de la mujer, desde la episiotomía que consiste en  una incisión quirúrgica a nivel muscular en la zona del perineo con el objetivo de ampliar el canal y facilitar el parto, y que, terminado esto, algunos médicos suelen añadir puntadas de más con el objetivo de que la vagina quede más estrecha y así dé mayor placer a su pareja, de ahí que viene el nombre de “la puntada del marido agradecido”. Hasta la patologización de los labios menores y el sinfín de cremas, inyecciones y cirugías para “corregirlos”; no es una anomalía, es el cuerpo vivo y natural. 

Eso sí, existen algunos casos muy puntuales para intervenir quirúrgicamente ¿los labios?, como por ejemplo, cuando lastiman o dificultan algunas actividades como correr o subir escaleras, sin embargo, son casos sumamente excepcionales, pues en el abanico de la medicina existen diversos tratamientos alternos para mejorar esta incomodidad sin llegar a un recorte. 

A mediados de 1550, Gaspar Bartholin había encontrado el clítoris, pero el descubrimiento pasó de largo porque el placer femenino y la sexualidad no eran un tema que interesara al ojo clínico masculino, lo único relevante sobre el cuerpo de la mujer era su fertilidad y capacidad de tener hijos. Cientos de años más tarde -a la vuelta de la esquina - en los recientes ochentas, Helen O'Connell, una mujer que estudiaba medicina, se encontró que en sus libros habían decenas de páginas del pene pero apenas un par de la anatomía femenina. Es ahí, donde esta mujer, creó el primer acervo informativo sobre la uretra y el clítoris, dando origen a una serie de descubrimientos, relativamente nuevos, que dieron por sentadas las primeras bases del cuerpo humano femenino, entonces, ¿a qué viene esta información con la labioplastia?

El androcentrismo en la medicina ha generado que aún existan múltiples vacíos informativos sobre la función del cuerpo, las ramificaciones nerviosas, los brazos del clítoris y la función certera de la anatomía, por ello, intervenciones como la labioplastia se vuelven peligrosas. 

“Algo que no se contempla en esta cirugía es la funcionalidad, se desconoce mucho todavía de las ramificaciones nerviosas del clítoris, es común que en la labioplastia se lleven estas ramas u ocasionen lesiones. Puede que las vulvas queden tal como la hegemonía patriarcal quiere que luzcan, pero pierden su sensación”, explica la médica. 

Bajo este ojo nublado de pornografía que enaltece la vulva de tulipán rosáceo, incorrupto, cerrado y pequeño, y donde quien nos mire puede volverse nuestro verdugo, porque el flujo en exceso es mal visto, pero no tenerlo también lo es, así como las creencias de que los labios menores grandes son símbolo de promiscuidad o que el vello es poco higiénico. Estas ideas originan que el espacio para levantar la voz por las vulvas diversas sea reducido.

Haciendo eco: La vulva es diversa y reconocer el placer es revolución

Rachel Gross, escritora del libro “Vagina Obscura”, señala en entrevista para la BBC que en su proceso creativo y de recopilación informativa, encontró uno de los patrones más interesantes y normalizados: las mujeres no conocen su propio cuerpo porque causa vergüenza, no miran su vulva frente al espejo, tampoco sienten sus labios, tocan su flujo y reconocen el placer. 

“Es como si nuestra vulva no existiera fuera del dormitorio y el resultado es que no sabemos de nosotras, de nuestro cuerpo y el placer” (Rachel Gross)

Como engranes importantes en todo proceso social, los medios de comunicación también han extendido algunas ideas sobre la íntima relación femenina entre la vergüenza y el placer, por ejemplo, mientras que el adolescente causa gracia por sus constantes impulsos sexuales y masturbación, la mujer, por el contrario, muestra recato y rechazo absoluto a su placer

En esta línea, el libro “Manual histórico del erotismo y sexualidad: Educación Sexual” escrito por Josefina Luz de Santiago, señala que en el año 1800 tomó fuerza una corriente victoriana que sostenía que la mujer debía servir al hombre, pues por la voluntad de Dios, el varón habia sido dotado de una naturaleza insaciable por el sexo, lo que los orillaba a convertirse en seres bárbaros que debían satisfacer este regalo de Dios con múltiples mujeres y cometer violaciones, pero no era culpa de ellos, sino de la mujer que provocaba con su recato. Esta idea victoriana que data de hace siglos, sorprendentemente -y no tanto-, se repite y escucha en la cotidianidad. 

En México existe un doble patrón marcado por el género que se expresa mediante normas internalizadas, vigilancia social y presión del grupo de pares. De acuerdo con esta normativa de género, los hombres requieren tener actividad sexual a temprana edad y dar prueba de ello para confirmar la identidad masculina. En contraste, las normas de género imprimen para las mujeres mexicanas  una connotación negativa al deseo y al placer sexual, se espera que muestren recato y seriedad, que no hayan tenido ninguna clase de experiencia sexual, ni manifiesten tener conocimientos y/o deseos sexuales, explica el estudio “El inicio de la vida sexual en México. Un análisis de los cambios en el tiempo y las diferencias sociales” escrito por Olga Lorena Rojas y José Luis Castrejón Caballero, del Colegio de México y la Escuela Nacional de Antropología e Historia. 

Es así que la sexualidad, la masturbación y el placer son meramente masculinos; un símbolo de virilidad que aunado al falocentrismo otorgan el privilegio de que el varón toque sus genitales, se masturbe en cualquier espacio, lo mire con orgullo y hable en voz alta con otros congéneres sobre su genitalidad. 

“Los hombres adolescentes sí tienen derecho a masturbarse y explorar, el hombre quiere coger pero la mujer no (...) estamos al servicio del hombre y no al servicio del placer. Nadie nos enseña a tocarnos y a reconocernos, al final del día, para la sociedad patriarcal tampoco es importante porque el día que te toque estar con un hombre él será quien te enseñe qué es el placer … si tienes suerte”, acota la médica, María José Díaz

¿Qué le queda a las personas con vulva?, reconocerse. 

Largos, cortos, asimétricos, rosas, rojos, cafés, todos son un tejido vivo que se hincha y que, como constelación, entreteje un sinfín de nervios minúsculos. El cuerpo real no existe, pero sí el diverso. Veneremos la verdad de la diversidad vulvar, hablemos de nuestros cuerpos en voz alta, eliminemos la patologización genital; el cuerpo con vulva late, existe y es hacedor de placer.