En la memoria hemos guardado algunos conceptos, tal vez escuchados en alguno de esos programas de astronomía. Materia negra, la profundidad del espacio y la imagen incandescente de las estrellas son postulados de los que conocemos su existencia, pero detrás de estos hallazgos está la historia de tres mujeres que con resiliencia, se posicionaron en un terreno masculino y revolucionaron nuestra manera de entender el universo

Las violencias sistémicas en espacios masculinizados fueron una cotidianidad para estas tres astrónomas que encararon las disparidades de malos salarios, el robo de información, la apropiación de sus descubrimientos y el nulo reconocimiento entre la comunidad científica. En este paradigma nace la importancia de nombrarlas y, como recordatorio, tener presente que siempre que se mira al espacio el trabajo de Henrrieta Swan Leavitt, Vera Rubin y Cecilia Payne-Gaposchkin está vivo.

Conoce el trabajo de estas tres astrofísicas que con su observación y resistencia se volvieron una disrupción en el mundo de los astros

¿De qué están hechas las estrellas?: Cecilia Payne-Gaposchkin

En la Facultad de Física de la Universidad de Cambridge, la joven Cecilia Payne vivió momentos de suma violencia y exclusión al ser la única mujer en las aulas. En su autobiografía recuerda con tristeza la manera en que sus colegas pateaban su asiento, la silenciaban y se burlaban cada que intentaba tomar la palabra. 

Todas las mañanas Rutherford Ernest, considerado el padre de la física nuclear, impartía clases a las que asistía Cecilia Payne; como un ritual, Rutherford iniciaba con un tono de burla un “buenos días señoritas”, algo que causaba gracia entre sus compañeros que soltaban risas estruendosas. En su libro “An Autobiography and Other Recollections”, Payne explica que específicamente esa clase la deprimía profundamente al grado de plantearse abandonar la carrera. 

“Hasta el día de hoy, aún me siento al fondo en las conferencias, tengo temor de sentarme en un lugar donde me puedan ver”, se lee en las páginas de su autobiografía.

Llegando al final de su formación, cerca de los años 20, la universidad se negó a darle su título, pues en aquellos años no estaba permitido que las mujeres se graduaran. 

En 1923 inició un trámite para dejar su natal Inglaterra y comenzar a realizar sus investigaciones en Estados Unidos. Es así que ese mismo año, Harvard College la becaría para formar parte del grupo “Las Computadoras de Harvard”.

En este grupo de mujeres, es valioso detenerse un poco, pues Las computadoras de Harvard”, forma parte de una de las hermandades más fuertes e importantes en la historia de la universidad. Exclusivo de mujeres, este espacio se abrió para que las pocas estudiantes pudieran reunirse y trabajar en conjunto. Eso sí, aunque era un espacio separatista, no las eximía de las violencias, como por ejemplo, que no se les permitiera hacer uso de ciertos materiales o herramientas como a sus congéneres, ganaban menos por su trabajo y sus descubrimientos eran denostados o robados por la comunidad científica

Con esto en la mesa, Cecilia Payne dejó su vida en Inglaterra y se mudó a USA para comenzar a ejecutar una idea que le había robado el sueño y, en la que tenía la certeza, sería un parteaguas en su vida: ¿de qué están hechas las estrellas?

Echando mano de la física cuántica y de la compañía de sus “colegas computadoras”, logró encontrar una respuesta revolucionaria, las estrellas estaban hechas de hidrógeno y helio. Este descubrimiento lo haría a través de un extenso cálculo de las temperaturas de las estrellas que le permitiría compararla con algunos elementos similares a los de la Tierra; “las estrellas eran mucho más sencillas de lo que nadie hubiera pensado”, señala en su tesis doctoral. 

Aunque tal vez, la historia pudo concluir ahí, la situación se volvió tensa en la comunidad y en reiteradas ocasiones, se intentó rechazar su tesis por ir en contra de las corrientes de pensamiento que dominaban en esa época. El principal detractor fue Henry Norris quien en 1925 le aconsejó eliminar su descubrimiento por no estar alineado a las investigaciones de sus colegas. 

Poco después, Henry Norris comenzaría a hacer una investigación en función del descubrimiento de Cecilia Payne y fue así que por muchos años, él se apropió de este hecho y se llevó los créditos. Aún así, las bases estaban sentadas y una vez publicada su tesis doctoral, Cecile fue reconocida como la verdadera descubridora del material de las estrellas y aplaudida por la comunidad que nombró su trabajo como el más brillante en la historia de la astronomía. Este hallazgo la llevaría a convertirse en la primera mujer en dirigir el departamento de Astronomía de Harvard.

Previo a conocer el material de las estrellas y sus diferencias, otra mujer que también perteneció a “Las Computadoras de Harvard”, ayudó a medir el universo en profundidad y no en un plano 2D. Henrrieta Swan Leavitt, la medidora del espacio

Midiendo lo intangible, Henrrieta Swan Leavitt

Parte del extraordinario grupo de mujeres astrofísicas, Henrrieta Swan Leavitt era encomendada con otras compañeras a permanecer en el procesamiento de información y clasificación de imágenes del universo. Un trabajo desgastante y cansado que ningún otro estudiante varón hubiera deseado hacer a voluntad. 

El motivo era simple, el director de proyectos del Observatorio de Harvard College, Edward Charles Pickering, las posicionaba en este trabajo porque las mujeres ganaban menos dinero que los varones y bajo el pensamiento machista de que las mujeres funcionaban para “acomodar”, "Las Computadoras de Harvard" pasaban los días recogiendo información, acomodando carpetas e imágenes. 

En una de sus observaciones informativas, Henrrieta Swan se encontró con las estrellas variables, que quiere decir que su brillo es cambiante. En este estudio, la científica notó que las fotografías a la misma estrella era diferente, pues mientras en unas se veían con un brillo intenso, en otras lucían apagadas y tenues. 

Este caso particular la llevó a intentar averiguar a qué se le atribuía este fenómeno, sin embargo, al ser mujer se le negó el uso de telescopios, lo que dificultó mucho su observación y retrasó su gran hallazgo

Después de exigir el uso del telescopio en compañía de un supervisor, Henrrieta Swan Leavitt descubrió que las estrellas titilan con ritmo y entre más tardaban en titilar, más luminosidad tenían, mientras que los cuerpos celestes que palpitan con mayor rapidez son menos brillantes

Si bien en primera instancia este parecía ser un buen descubrimiento, la astrofísica sabía que aún quedaban terrenos por explorar, así que observando las galaxias y haciendo algunos cálculos donde recopilaba información de las palpaciones estelares concluyó que la velocidad de este brillo podría indicar la distancia, es decir, que el titilar mostraba si la estrella estaba a días, meses o semanas de la Tierra

En ese momento, era desconocida la profundidad del universo, por lo que este descubrimiento permitió entender al espacio en un modelo 3D con diferentes distancias y no como un lugar horizontal donde se colocaban los astros. 

Misterios en la materia oscura y la mirada de Vera Rubin

Astrofísica, combativa, madre y esposa, Vera Rubin fue pionera en uno de los enigmas más grandes del espacio: la materia oscura

Impulsada por su familia que encontró en ella un gran interés en la observación de los astros, Vera Rubin decidió entrar a la universidad donde, al igual que sus antepasados, se enfrentó a algunos cuestionamientos que le recomendaron, alejarse de las ciencias, pues era un área para hombres. Sin embargo, Vera Rubin siempre mostró un espíritu combativo a las críticas y concluyó su carrera en 1948. 

Poco después se casó y tuvo a sus cuatro hijos, pero el anhelo de continuar su carrera jamás se fue y tras seis años, pudo concluir su doctorado. 

De acuerdo a información de la BBC, Vera Rubin recuerda lo complicado que era tomar clases por la noche, cuidar a sus hijos en el día y enfrentarse a los comentarios machistas de sus colegas que la recriminaban por encontrarse estudiando y no estar al cuidado de sus cuatro hijos. 

Terminando su doctorado, pidió al gobierno de San Diego que pudiera acceder al Observatorio Palomar que, aunque en un principio se negaron, terminaron por ceder ante su insistencia, convirtiéndose en la primera mujer en operar este espacio de observación de astros

Interesada en las galaxias que tenían movimientos espirales, Vera Rubin cuestionaba si se debía a la gravedad que los astros pudieran separarse, rotar y continuar cierto ritmo o si tal vez, había alguna clase de fuerza invisible. 

A mediados de los 60, la comunidad científica se mostró escéptica con estas declaraciones de Vera Rubin y cuestionaban sus capacidades para continuar operando el Observatorio Palomar. Sin embargo, al final se comprobó que ella tenía razón, sí existía una fuerza que no podíamos ver y que mantenía unidos estos espirales en las galaxias

Desde este descubrimiento, más interrogantes han salido a la luz y, aunque sabemos que más del 80% del espacio está compuesto de materia oscura, aún se desconoce de qué se trata y cómo funciona con exactitud. La única certeza es que los ojos de Vera Rubin, fueron los primeros en ver lo invisible.