Cuando el creador de Playboy falleció, los obituarios lo recordaron como un defensor de las libertades individuales y, en especial, de la liberación sexual, aunque había pasado décadas violentando a sus “conejitas”. El magnate que se consideraba a sí mismo feminista había creado una mansión que por fuera parecería un paraíso, pero dentro era un infierno plagado de abuso sexual. 

A lo largo de los últimos veinte años, muchas de las mujeres que sobrevivieron al infierno de ser una “conejita”, intentaron denunciar los abusos que Hefner cometía impunemente desde los años 50. Pero nadie las escuchó. En 2006 la ex playmate Izabella St. James contó su historia en su libro de memorias –Bunny Tales: Behind Closed Doors at the Playboy Mansion (Cuentos de Conejitas: Detrás de las puertas cerradas de la Mansión Playboy)–, sin embargo, fue ignorada. 

La modelo y abogada polaca había conocido a Hugh Hefner en un nightclub de Los Angeles seis años antes y había llegado a vivir otro par en su inefable casa como una de sus “novias oficiales”, pero ahora aseguraba que lo que desde afuera se veía como “un Disney para adultos” en realidad había sido cualquier cosa menos una experiencia divertida.

La verdadera personalidad de Hefner: abusador y depredador sexual

St. James retrataba al fundador del imperio Playboy como un controlador que esclavizaba a las mujeres que estaban en la casa con un pago semanal de mil dólares, drogas y champagne, para someterlas en fiestas sexuales en las que se negaba a usar preservativo. 

Hefner fue puesto como un ídolo y genio que “revolucionó” el periodismo –escrito casi siempre por varones– podía intercalarse en una revista con imágenes de chicas desnudas; una propuesta que iba contra el puritarismo estadounidense, pero que silenciaba los abusos sexuales que esas chicas sobrevivieron para llegar a ser la “conejita del año”. 

Sólo algunas feministas radicales, como Susan Brownmiller, lo consideraban entonces abiertamente un enemigo directo. Decían que lo que en verdad había normalizado eran la misoginia, la cosificación y la explotación sexual de las mujeres. Tuvieron que pasar muchos años –y decenas de “conejitas”– para que sus palabras cobraran sentido ante el gran público, que lo veía  como a un caballero simpático y excéntrico que manejaba sus negocios desde la cama y en rigurosa bata de dormir. 

Era bastante lógico que no se le prestara demasiada atención a la denuncia de St. James en 2006, sino que se le silenciara e ignorara. Por entonces acababa de estrenarse en el popular canal E! Entertainment Television el reality The girls next door, que mostraba a Hefner como un pionero del poliamor, rodeado de sus tres novias Holly Madison, Bridget Marquardt y Kendra Wilkinson. 

No importaba si el único poliamoroso era él, el programa era un éxito porque mostraba por dentro la supuesta cotidianidad de la legendaria casa y las fiestas por las que habían pasado los actores, intelectuales y rockstars más famosos de su tiempo. Todo era alegre, liviano y sexy. Ser “conejita” todavía era para muchas chicas algo aspiracional y no había mayores cuestionamientos.

Los caprichos de Hefner y sus esclavas sexuales

Las declaraciones de la ex playmate Carrie Leigh, quien demandó varias veces a Hefner desde que dejó la casa en 1988 por publicar sus fotos sin su consentimiento, (algo que el magnate había hecho con total impunidad desde el número cero de Playboy, en 1953, con los viejos desnudos de la estrella del momento, Marilyn Monroe), dijo al Washington Post en 1999 que la mansión en la que había pasado cinco años desde que tenía solo 19, era una especie de cárcel:

“Es casi una secta. Cuando vivís en un ambiente tan distinto al del resto, empezás a olvidarte de quién sos y en qué creés”, compartió. 

Pero cuando Holly Madison, que además de haber sido una de las “conejitas” y “novias principales” del reality de E!, había llegado incluso a tener uno propio –Holly’s World–, publicó en 2015 Down the Rabbit Hole: Curious Adventures and Cautionary Tales of a Former Playboy Bunny, con su versión sobre el infierno que era realmente esa mansión vista como un paraíso terrenal por la mayoría de los hombres del planeta. 

A un año del #MeToo y en plena revolución del feminismo de masas, el clima social había cambiado, y además Hugh Hefner ya era un anciano al que le quedaba poco y no podía oponer los recursos de siempre para protegerse. Pero sólo bastó que se muriera para que las mujeres abusadas pudieran hablar. 

Aunque le valieron las críticas de algunas de sus antiguas compañeras de casa, las memorias de Madison se leyeron como lo que eran: una memoria del abuso. Estaban bien escritas y hablaban de la profunda depresión que había sufrido durante los ocho años que compartió con Hefner mientras se prestaba a la fantasía impuesta por el creador de Playboy en una era en la que “se había vuelto una moda que las mujeres parecieran estúpidas, sólo preocupadas por su apariencia y la fama”.

Desde su primera noche en la mansión supo que el derecho a la admisión y permanencia implicaba sexo obligatorio con el dueño de casa. Hefner le había ofrecido Quaaludes –”las pastillas que en los setenta se conocían como ‘abre-piernas’”–, y si bien la modelo las había rechazado, estaba lo suficientemente borracha para no poder negarse cuando le dijeron que era hora de ir a su cuarto.

Fue la entonces “novia principal” de Hefner, Tina Jordan, la que la llevó hasta el cuarto donde frente a dos pantallas con porno duro, el magnate se masturbaba mientras las “conejitas” se tocaban entre ellas para complacerlo. Una de las chicas la empujó sobre el hombre; “Agarrate a la nueva”, dijo antes de que Madison sintiera el peso del cuerpo de Hefner encima. Como ella, la mayoría de sus compañeras estaban drogadas o borrachas, sin control alguno sobre la situación.

Convertirse en novia principal –algo así como la sultana madre de su imperio en Malibú–, dice Madison, no era liberador en absoluto: “Nadie quería, porque se sabía que tenías que compartir habitación con Hugh. Estabas bajo la lupa todo el tiempo y no podías salir y hacer tus cosas”.

Hefner reducía a sus “conejitas” a la esclavitud sexual de varias maneras. Por un lado estaba el pago semanal que las hacía depender por completo de él económicamente. Por otro, regía un toque de queda y a las habitantes de la casa se les prohibía invitar a otras parejas. Pero además, había un sistema de violencia psicológica basado en la competencia entre las modelos. 

“Poco a poco, se volvió el líder de un imperio de mujeres que podía controlar. Y se dio cuenta de que hacer que las mujeres se enfrentaran por ser la Playmate del Año era como llevarlas a la parte superior de una pirámide. ¿Y qué hacía? Subía a unas cuatro o cinco de ellas y a las otras las iba bajando y las convertía en objetos sexuales de otros, casi siempre gente famosa o importante a la que el empresario luego podía influenciar o manejar a su antojo”, dijo la productora de Secretos de Playboy, Alexandra Dean, decidida a romper definitivamente con la “hermosa burbuja” que fue la mansión a los ojos del mundo.

Como dice en uno de los capítulos de la docuserie Jane Saginor, la hija del médico personal de Hefner, que se crió en la casa y también publicó su autobiografía: “Todo era oscuro y siniestro. Me enseñaron a ver a las mujeres como mercancía. Eso era degradar, no empoderar”. Ahora parece obvio que llamarlas “conejitas” era parte de la degradación a la estupidez y al sexo no consentido.

Hugh Hefner tenía 91 años cuando murió en 2017, recordado como “un ícono americano” y no como el depredador sexual que ahora retratan los podcasts, las series y los libros. No porque otras mujeres no hubiesen contado antes lo que ocurría dentro de la casa, sino porque prácticamente no habían sido escuchadas.

Ese mismo año se había estrenado American Playboy, un documental de Amazon inspirado en su vida y su influencia en la cultura estadounidense. Y parte de lo que contaba era cierto: Hefner había sido un impulsor de las libertades individuales y en especial de la liberación sexual. Pero en su imperio y una cultura que cosifica, sexualiza y enmascara con libertad o empoderamiento el abuso sexual, esa libertad es sólo para los hombres.