Diana R. tenía 15 años cuando decidió consumir por primera vez marihuana, acompañada de un amigo se dirigieron al Tianguis del Chopo y en cuanto entraron hombres que distribuyen sustancias los abordaron ofreciéndoles marihuana, tachas y cocaína; Diana menciona que, curiosamente, ella había quedado invisibilizada en la conversación ya que el dealer se dirigió únicamente hacia el amigo. En el momento en que el vendedor se llevó a su amigo para venderle la hierba y ella se quedó sola esperándolo, otro hombre la abordó e intentó subirla a una camioneta que se encontraba estacionada cerca de ella.

Sin saber qué hacer, Diana intentó caminar hacia donde había más gente y asumió que ese era el riesgo que debía correr una mujer al intentar comprar sustancias ilegales como lo es la marihuana.

Hasta hace unos años comencé a reflexionar lo que había pasado ese día, los riesgos que implicaba y la suerte que tuve. Lo comencé a relacionar con mi postura política feminista y entendí que, para empezar, el vato se dirigió al hombre que me estaba acompañando, no se dirigió a mí y yo no supe qué pudo haber pasado ese día, justo por ser mujer, justo por ser usuaria, justo por la prohibición de la marihuana, afirma Diana.

Diana R., quién es consumidora de sustancias (entiéndase sustancias como drogas ilegales en México) y ha estudiado el fenómeno prohibicionista de las drogas, afirma que, al igual que en los espacios mixtos en general, dentro de los espacios mixtos de consumo existe acoso hacia las mujeres y una serie de violencias machistas muy marcadas, a pesar de que algunos hombres afirmen que al ser consumidores están exentos de cometer violencias.

He platicado con mujeres que me han compartido su testimonio sobre estas situaciones de acoso y de otras micro violencias que encajan dentro de las violencias patriarcales: desde que te salten el porro cuando estás en un círculo mixto hasta que quieran abusar de ti porque te acercas a un hombre a pedirle un poco de sustancia o porque quieres comprarle y el hecho de que tú accedas a comprarle a estas personas, ellos creen que de alguna forma estás abierta para intercambiar besos, sexo etc. Entonces creo que sí, sí, hay y lo que me parece muy chistoso es que no lo reconocen como tal porque creen que el hecho de consumir ciertas sustancias los vuelve exentos de violentar, afirma Diana en entrevista para La Cadera de Eva.

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Existen algunos contextos en los que el uso de marihuana sí es legal. En 2017 , en el Diario Oficial de la Federación (DOF) se publicó el decreto por el que se reforman y adicionan diversas disposiciones de la Ley General de Salud, en el cual que estableció que por primera vez en México se permitió el uso de la marihuana y sus derivados con usos medicinales.

Cuatro años después, en 2021, se publicó el reglamento de la Ley General de Salud en Materia de Control Sanitario para la Producción, Investigación y Uso Medicinal de la Cannabis y sus Derivados Farmacológicos. Con ello, el uso de la marihuana en el país es legal en los siguientes supuestos:

  • Investigación farmacológica.

  • Fabricación de medicamentos bajo control de la Cofepris

  • Producción primaria con fines específicos.

  • Diagnósticos médicos con fines preventivos, terapéuticos, de rehabilitación y cuidados paliativos.

Actualmente, La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ha invalidado una porción del artículo 478 de la Ley General de Salud, que solo permitía la posesión de menos de 5 gramos de marihuana para consumo personal.

El Ministerio Público no ejercerá acción penal por el delito previsto en el artículo anterior (posesión simple), en contra de quien sea farmacodependiente o consumido [...] El que se permita al Ministerio Público ejercer acción penal contra una persona que posea más de 5 gramos de cannabis para consumo personal, en realidad está castigando cualidades morales, la personalidad o el comportamiento personal; lo cual no tiene sustento Constitucional.

Las mujeres que consumen sustancias

El consumo de sustancias se ha asociado principalmente a hombres, por lo que los espacios de consumo se encuentran ocupados por hombres que no por usarlas de manera recreativa han logrado deconstruir su machismo y misoginia. Debido a esto, las experiencias de mujeres consumidoras quedan invisibilizadas y mientras se lucha por la legalización, el patriarcado continúa oprimiendo a las mujeres dentro de espacios de consumo y éste las lleva a cargar un doble estigma: el de ser mujer y consumidora de sustancias.

Como bien explica Ana Burgos, antropóloga, comunicadora social y coordinadora del Proyecto Malva sobre género y drogas, el género “es una categoría de organización social que estructura el mundo”, y establece relaciones sociales basadas en desigualdades que se enmarcan en creencias, prácticas, roles y mandatos. Dichas diferencias responden a la distinción biológica de los sexos fijando relaciones de poder jerárquicas y binarias, donde la mujer y lo femenino es colocado en un estado de inferioridad con respecto a los hombres y lo masculino, afirma Monserrat Angulo para el portal Pie de Página. Así mismo, Monserrat describe que, en consonancia con estos esquemas de comportamiento, las mujeres usuarias de drogas son más estigmatizadas y castigadas socialmente al desafiar los mandatos de género o las expectativas que las colocan como “madre, esposa, cuidadora, guardiana de la moral y los valores sociales”. Este hecho incrementa potencialmente los riesgos de vivir algún tipo de violencia, además de legitimar las estructuras que reproducen.

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A pesar de que los hombres consumidores de sustancias también corren riesgo debido a la ilegalidad de estas, tienen un lugar “seguro” debido a la complicidad y compañerismo que existe entre ellos.

El llamado “pacto patriarcal” (la protección y defensa que hombres otorgan a otros hombres que ejercen violencia de género) es tan evidente que cuando una mujer decide denunciar algún acto de violencia dentro de los círculos de consumo, son revictimizadas tanto por la opinión pública como por las instituciones que les hace creer que fue su culpa el haber sido violentadas por ser consumidora de alguna sustancia, o encontrarse bajo su influjo; mientras que a los hombres que ejercen dichas violencias se les justifica “porque estaba borracho” o “porque había consumido tal sustancia”, afirma Diana.

Un doble estigma

El consumo de sustancias es una cuestión que ha sido asociada tradicionalmente al género masculino porque, aun cuando el consumo de sustancias es una conducta transgresora y mayoritariamente reprobada por la sociedad, al ser un comportamiento de riesgo se identifica más acorde con la imagen masculina, la cual, desde el sistema patriarcal, es alguien valiente, arriesgado o intrépido.

Diana afirma que las mujeres, al vivir dentro de un sistema patriarcal, capitalista y colonialista, son socializadas con ciertos estereotipos y formas de actuar, específicamente aquellas que tienen que ver con el cuidado colectivo, pero también tienen que ver con ser una ‘mujer buena, santa, correcta, bonita y bien portada’. Estas formas de socialización les exigen comportarse de cierta manera y aquellas mujeres que se salen de dichas líneas de comportamiento son tachadas, violentadas y excluidas socialmente como es el caso, por ejemplo, de las mujeres usuarias de sustancias que sufren una serie de violencias sociales que terminan en una reproducción de prejuicios.

Las mujeres han sido doblemente estigmatizadas por acercarse a ese entorno que, además de ser transgresor en sí mismo, lo es en mayor medida en el caso de las mujeres por convertirse en el opuesto a lo que se espera de ellas: que sean responsables, sumisas, que no pierdan el control y que cuiden a la sociedad en general, afirma Gemma Altell para el portal Drogas y Género.

Esa transgresión del rol en las mujeres las lleva a sufrir violencias dentro de los espacios mixtos de consumo, así como a cargar estigmas que las apartan aún más de la sociedad.

Todas las personas que son usuarias de sustancias psicoactivas, específicamente las ilegales, sufren una serie de violencias sociales que terminan en estigmas como que son personas adictas, que son personas que no van a salir de su problema, que son personas que carecen de moral y todos estos estigmas se intensifican aún más cuando se intersecta con otros sistemas de opresión, comenta Diana.

Los estigmas que existen alrededor del consumo se intensifican más cuando se éstos se intersectan con otros sistemas de opresión como el patriarcal, el colonialista o el capitalista; en el caso de las mujeres que además son jóvenes, que además son pertenecientes a comunidades indígenas, que además son lesbianas, son propensas a cargar con estigmas aún más marcados debido a que todos estos sistemas de opresión se van intersectando entre sí y generan una serie de violencias hacia estas mujeres, afirma Diana en entrevista.

Si además de todos estos elementos que te conforman como persona eres usuaria de sustancias, estas violencias incentivan. –Diana.

Una de los estereotipos más comunes contra  las mujeres usuarias de sustancias es que ellas “se buscan” las violencias que reciben por ser consumidoras.

La sexualización femenina en espacios de consumo

Mientras las mujeres consumidoras de sustancias se enfrentan a la invisibilización, otra de las violencias más recurrentes dentro de los espacios de consumo dominados por hombres, es la sexualización de las mujeres que se encuentran dentro de ellos.

Si se habla específicamente de las mujeres dentro del universo cannábico se topa con entornos altamente masculinizados donde el imaginario mayoritario sobre las mujeres es el de la cosificación y sexualización del cuerpo. Esta mirada patriarcal atribuye a las mujeres consumidoras (productoras o cultivadoras) una mayor disponibilidad sexual. La fantasía de una sexualidad patriarcal en la que las mujeres acceden irremediablemente (muy paralelo, por cierto, a la visión de la mujer en la pornografía tradicional) a participar en actos sexuales porque se “sienten atraídas” por la sustancia y por “el hombre”, es una constante en la publicidad cannábica, comenta Gemma Altell para el portal Drogas y Género.

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La publicidad cannábica es un claro ejemplo de la sexualización femenina ya que en ella existe una reproducción de estereotipos donde se dice que las mujeres consumidoras deben estar “disponibles” para el placer masculino, dentro de los espacios donde se vende parafernalia cannábica (artículos que se usan en el consumo como filtros y pipas) se pueden ver a mujeres con cuerpos normativos: senos, piernas y caderas pronunciadas y ropa “sexy” mientras fuman.

Esto es muy interesante porque nos damos cuenta de que la única forma en la que podemos tener acceso a este tipo de consumo es aceptando los lineamientos que los hombres nos impongan, es decir, únicamente podemos entrar a esos círculos a partir de que nuestra cuerpa se sexualice y si decidimos no formar parte de esa sexualización (que para los hombres es la única forma en la que podemos entrar a los círculos de consumo), somos violentadas, recalca Diana.

Las drogas existen y la prohibición no las elimina

Distintas organizaciones han buscado visibilizar el daño que causa la prohibición de sustancias hacia las personas que forman parte de los eslabones más débiles de la cadena de producción y distribución, como son las personas campesinas, las personas que transportan las sustancias, las y los micromenudistas, entre otros..

El caso de las llamadas “mulas”, mujeres que trasladan sustancias psicoactivas, y que en muchas ocasiones son detenidas procesadas y encarceladas por narcotráfico, es el eslabón visible de toda una cadena. En muchos casos, estas mujeres pertenecen a zonas rurales, jefas de familia sin apoyo, mujeres que no tuvieron acceso a la educación son las que terminan formando parte de las filas del narcotráfico, pero por una necesidad, comenta Diana.

De acuerdo con cifras de la organización Equis Justicia para las Mujeres, entre 2016 y 2018 se vio un incremento en el fuero común del 103% de mujeres privadas por delitos contra de la salud, y sigue siendo el delito con mayor población penitenciaria, representando el 43%.

Al ver los censos, la respuesta fue que la mayoría de las mujeres tenían características similares: fueron privadas de libertad por posesión para uso de comercio, esto quiere decir que poseían un poco más de la cantidad que se permite y creen que es con fines de comercio. Adicionalmente, la mayoría son mujeres en situación de vulnerabilidad o que son incriminadas en algún delito.

Si bien, muchas personas hablan de legalizar el consumo de sustancias psicoactivas, para Diana es importante que más allá de legalizarlas se regule el consumo de ellas.

El prohibicionismo lo que hace también es privarte de la información necesaria para poder consumir responsablemente y de manera consciente; si el prohibicionismo te prohíbe las drogas y además te prohíbe información oportuna, veraz y basada en la ciencia pues lo que te queda es consumir con lo que tienes y entonces hay muchas mujeres que están consumiendo en espacios que no son seguros y sin información precisa, comenta Diana.

Y es justo aquí donde entra una corriente de activismo que busca eliminar los estigmas que giran en torno al consumo de sustancias: la reducción de riesgos y daños. Diana asegura que independientemente de si las sustancias están reguladas o no, la gente va a tener acceso a ellas  y consumirlas. El problema es que no hay la información oportuna ni libre de estigmas, por lo que las usuarias corren aún más peligro.

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La reducción de riesgos y daños apuesta por brindar información basada en hechos científicos sobre todas las sustancias psicoactivas que se conocen, para así darle la oportunidad a las personas de decidir si quieren consumir cierta sustancia o no, de esta manera se reducen los riesgos y comienzan a derrumbarse los estigmas en torno a las sustancias. Por otra parte, Diana afirma que también es importante comenzar a hablar de la “gestión de placeres” donde se reconoce que al consumir sustancias psicoactivas existe una sensación placentera y no todo se reduce a daños.

Yo no apostaría por abogar únicamente por la reducción de riesgos y daños, sino también por la gestión de los placeres y la potencialización de los beneficios que trae el consumo de sustancias y hablar desde ahí nos permite hablar incluso desde una perspectiva menos estigmatizante, como quitarles una etiqueta roja a las sustancias. Yo soy de las que creen que las sustancias psicoactivas son herramientas, como un martillo: si golpeas la cabeza de una persona la puedes matar, pero también el martillo te puede ayudar a construir cosas por lo que hay que saber ocupar adecuadamente esa herramienta, entonces está esta perspectiva más amplia que aborda tanto el riesgo y el daño pero también del placer y el beneficio puede ayudar más a desestigmatizar las sustancias y también a buscar políticas que vayan en función de esta nueva definición de la palabra droga. –Diana R.

Para muchas mujeres, es necesario que desde el feminismo, se reconozca la opresión que viven las mujeres consumidoras y hacer del antiprohibicionismo una parte de la lucha, para así lograr legislaciones justas donde el papel de las mujeres sea priorizado. Así mismo, es necesario posicionarse en torno a la despenalización del consumo de sustancias y las violencias causada por una política prohibicionista, para así acuerpar a las mujeres consumidoras de cannabis y cualquier otra sustancia psicoactiva y validar el espectro completo de las opresiones que viven.

El patriarcado nos quiere alejadas del placer, de nuestras cuerpas. Compañeras feministas, es hora de abandonar los prejuicios, que dejen de mirarnos con estigma por ser consumidoras […] el derecho a decidir sobre su nuestras cuerpas no se limite a la interrupción del embarazo, que se extienda a otros ámbitos también importantes pero estigmatizados, […] implicando también el libre acceso al consumo de sustancias. –Pronunciamiento 8M, Mujeres Forjando Porros Forjando Luchas.

Buenos humos.