Cuando se habla de las mujeres en la Independencia de México, suelen nombrarse como heroínas o víctimas, pero su participación fue mucho más compleja. Entre los mitos que se han formulado a lo largo de la historia, es que muchas de estas mujeres fueron acusadas por “seductoras”. 

Aunque la participación femenina fue crucial para la guerra, se vieron limitadas por el propio contexto del México colonial, donde las clases sociales y los roles asignados a las mujeres se reducían a: ser esposas o religiosas, en el caso de la clase alta; mientras que las de clase baja se dedicaban al cuidado de sus familias, explica la historiadora Elizabeth Carretero para La Cadera de Eva. 

Las seductoras de la independencia

Se les conoce como “seductoras” a aquellas mujeres que se les consideraba como un arma eficaz contra los españoles, ya fuera por sus “encantos” o por su tenacidad para involucrarse en el movimiento armado, según la investigadora María de Rodríguez. Por ejemplo, Josefa Ortiz fue acusada de ser una seductora, y Leona Vicario fue considerada seguidora de un hombre, mas no seguidora de un ideal de libertad. 

Sin embargo, es necesario aclarar que seducir no significaba necesariamente establecer una relación amorosa o íntima, sino en términos generales, “convencer” a los soldados para que renunciaran a cualquiera que fuera su bando, de acuerdo con Carretero. 

Las autoridades españolas tuvieron miedo de la influencia que las mujeres ejercían sobre los hombres, influencia que ellas utilizaron para demostrar su capacidad en la participación política y realización de planes estratégicos. Esta capacidad de convencimiento, que podría consideranse como un rol de informantes, combatió la idea sobre que eran seres incapaces de razonar en términos políticos, considerando que “las mujeres no deben conocer más asuntos que los de la cuna y la cocina”, como rezaba un refrán mexicano de la época.

Tal fue el temor de que las mujeres fueran participantes activas en el movimiento de Independencia que, el propio Agustín de Iturbide consideraba que “son las mujeres, que fiadas en el sexo, han sido el conducto para seducir a toda clase de vivientes, valiéndose de cuanto atractivo tienen”, según la investigadora María de Jesús Rodríguez. 

Por ello, muchas de estas mujeres, acusadas de “seducción” eran encarceladas o fusiladas; a su vez, eran víctimas de violencia sexual, que hoy en día entendemos como acoso, hostigamiento, tocamientos y violación. Entonces, no sólo eran percibidas como seductoras, sino también como un motín de guerra. Es decir, eran secuestradas y sometidas por soldados de ambos bandos, como una demostración de poder y virilidad sobre sus enemigos, ya que, al ser esposas, hermanas, madres o hijas de un hombre, éste perdía su honor como varón y su masculinidad. 

“Cuando hay una guerra se exarceba la percepción de la violencia como símbolo de masculinidad; entonces, el sometimiento es importante en estos conflictos, ya que, la violación se considera como una demostración de virilidad. Entonces, se presenta como la oportunidad para demostrar qué tan hombres son”, menciona Elizabeth Carretero, historiadora. 

Las espías en el campo de guerra 

Por otro lado, otras mujeres fueron aceptadas por los principales caudillos, “siempre que su presencia estuviera justificada en los campos de batalla por razones justas”. Dichas razones justas se refieren a las labores de atención y cuidado que, en ese momento de la historia, eran los roles asignado a lo femenino; mientras que el rol del guerrero insurgente que peleaba por la patria, estaba destinado a los varones, indica el libro México, independencia, mujeres, olvido, resistencia, rebeldía, dignidad y rescate.

“Muchas mujeres también se fueron a la guerra a acompañar a sus esposos o simplemente porque ellas quisieron participar en la guerra. Entonces se les dieron las tareas de cargar con las municiones, la comida, las armas, lavar ropa y  curar heridas de las tropas”, comparte Elizabeth Carretero. 

Carmen Camacho es una de las seductoras que participaron en la época de Independencia. Se dedicaba a acercarse a los soldados realistas de las guarniciones de poblaciones menores, dejarse invitar unos tragos y aceptar los requiebros amorosos. Una vez establecida la intimidad, los convencía de desertar y convertirse a la causa insurgente

“Les prometía, en nombre de los independentistas, caballos y tierras. Uno de estos soldados la denunció y fue condenada a la horca, con un letrero en el pecho que rezaba: ‘por adicta a la insurgencia’”, apunta Carretero. 

Las llamadas “seductoras”, eran en realidad comisionadas de tropa, quienes se encargaban de convencer a los hombres de unirse a la insurgencia. Uno de los grupos reconocidos, fueron las llamadas Once mil vírgenes: Felipa, Antonia, Feliciana, María Martina y María Gertrudis Castillo, quienes se dedicaban a convencer soldados realistas en los Llanos de Apan, explica la historiadora Elizabeth Carretero. 

Aunque las mujeres, se interesaron en participar en la revuelta, primero como esposas y segundo por convicción, cuando eran encarceladas o condenadas por “seducción”, algunas de las involucradas en la lucha negaron la convicción de los insurgentes, ya fuera para salvaguardarse ellas o salvaguardar los intereses de su familia. 

La historiadora Elizabeth Carretero, comparte de las mujeres “en este tipo de conflictos armados somos las que perdemos en muchos sentidos. Tenemos que trabajar el doble, sumada a la violencia de la guerra, sufrimos violencia sexual”, la cual viene con humillaciones, como acusar a las insurgentes de “seductoras”, espías o prostitutas.

Finalmente, advierte que la violencia contra las mujeres debe reconocerse como parte de la Historia de México, sobre todo cuando se trata de sus conflictos armados, como la Independencia y la Revolución mexicana. Aunque las mujeres, de la mano con el movimiento feminista, hemos conquistado con otras luchas nuestros derechos humanos, aún falta avanzar en la garantía de una vida libre de violencia, sea un conflicto armado o no.