El cuerpo de la mujer ha transitado por diversos momentos y circunstancias históricas, ha sido objeto, pertenencia, intercambio, incubadora, arte, inspiración, política y territorio, esta última más desde una perspectiva feminista, vista como sujeta social que decide y actúa por propio pie. El cuerpo visto como territorio es la franja a partir de la cual se puede diferenciar del otro, de la otra, de los otres, siendo así el cuerpo la posibilidad de contar con un espacio de interacción consigo misma y a partir del cual aprende de una manera diferente a relacionarse con el resto del mundo.  

Pareciera que el cuerpo que habitamos las mujeres, no nos pertenece del todo, pareciera que siempre estará habitado por alguien más. Desde nuestra estancia en el útero materno, algo externo a nosotras comienza a habitarnos sin saberlo, los roles y estereotipos son como el moho en la piedra, el cual va permeándose de voces externas que me tratan tiernamente si soy biológicamente niña, y voces un poco más fuertes si soy niño bilógicamente. Desde ese momento ya se crean expectativas de ese nuevo ser, si será bailarina, lo que estudiará, que se casará, entre muchas otras cosas, lo cual nos lleva a pensar, que tal vez no tenga tanta necesidad de plantearse una vida, al fin y al cabo ya está definida por ese padre, madre o entorno externo a quien recién va a llegar.

De igual manera, el mundo externo que ocupará al nacer, le espera con un mundo de colores y objetos determinados que le acompañarán a reafirmar su ser niña o niño desde una perspectiva biológica. Así que cuando nacemos ya estamos predeterminadas a seguir un manual intangible que seguiremos al pie de la letra sin cuestionarnos, hasta que comience a conflictúarnos en el día a día y cuestionemos por qué las cosas, actitudes, decisiones, palabras, objetos, elecciones y sentimientos asignados para mi ser mujer, no pueden ser de otra forma y los costos al cambiarlos.

Sumado a este manual externo que habita nuestro interior, vendrá el conocimiento biologicista de la anatomía del cuerpo centrándose principalmente en el aparato reproductivo y la genitalidad, meramente desde lo físico, desvinculado de lo emocional, del erotismo y del placer, de la consciencia e importancia de tener un cuerpo y la maravilla de su funcionamiento con todos sus órganos, el cual no solo está hecho para reproducir, sino para crear, gozar, sentir, delimitar, expandir y cuidarlo dignamente. Desde aquí, ¿cómo vamos a cuidar algo que no conocemos y qué pareciera que sólo tiene una función reproductiva?

Cuando miramos nuestros cuerpos físicamente, no desde las medidas, sino mirar realmente ese apreciable cuerpo que nos sostiene, podemos ver estructuras corporales fuertes, débiles, pequeñas, grandes. Un cuerpo que abraza, que acuerpa a todos los órganos internos para que no se desparramen, esas viseras, arterias, esófago, intestinos, corazón, cerebro, útero o testículos en el caso de los hombres. Es impresionante la función fisiológica de nuestro cuerpo el cual protege nuestro interior, es un escribano que habla a través de somatizar en los órganos, la piel, o la mente, aquello que no se puede nombrar, es un catalizador de emociones que resuelve en automático lo que necesita, es un informante constante de si tengo hambre, asco, antojo, deseo, frio, calor, temperatura, y/o infección, entre muchos más. Todo el tiempo nos habla y nuestra frialdad hacia ese cuerpo ha creado un mundo en total silencio, donde lo invalido y lo invisibilizo.  

Pensemos ahora con la intensión de resucitar y liberar a nuestros cuerpos-territorios, ¿qué lugar le doy? ¿cómo le cuido? ¿qué hago por el? y ¿cómo escucharle?, cómo podría  posicionar a ese cuerpo biológico y fisiólogo que también tiene una habitante a visibilizar en su andar histórico, dándole un mayor sentido para recuperar a su ser y a su cuerpo-territorio.

Algunos cuerpos-territorios se han visibilizado como el de las escribanas que pasan horas frente a su cuaderno de notas y ordenador, escribiendo y rescribiendo, embelesadas sin tener sentido del tiempo y erotizadas del cuerpo, de los dedos, de los ojos y de su mente, donde recrean y proyectan las historias a través de imágenes, recuerdos, olores, sensaciones, tristezas, alegrías, y frustraciones. Su permanente hurgar en textos, en la vida cotidiana, en lo que escuchan, en lo que observan, compartiendo con otros cuerpos-territorios y haciéndose preguntas que nunca tienen una sola respuesta, expandiendo así la fertilidad creativa. 

Otros cuerpos nos han hablado del maltrato y su impacto por la violencia, que desde la infancia fueron objetos donde los demás depositaron su irá y su frustración, a través de palabras denigrantes e hirientes, de golpes y humillación, desautorizando su autonomía y naturalizando la agresión, sus cuerpos-territorios han sido invadidos, quitándoles la posibilidad de reverdecer, de producir, de crecer, son cuerpos bastante lastimados, sobrevivientes de continuos combates en un territorio que no les pertenece, en este sentido un pequeño porcentaje logran sacar al enemigo invasor para poder recuperar su pedazo de tierra y hacerlos florecer.

Del cuerpo adolescente que casi todo el tiempo esta expectante a sus emociones, a sus impulsos, validando esas sensaciones que no comprende del todo, con ese deseo de vivir experiencias y vivir la vida sin tapujos, intentando una y otra hacer valer su voz y necesidad, no dejándose invadir en su territorio a través de su rebeldía como una forma de mantener su libertad, con un poco de miedo, pero no el suficiente para paralizarle, y dejar de construir su propio cuerpo-territorio.  Y así, un sinfín de cuerpos-territorios con diversas historias que nos encontramos para seguir construyendo nuevas chinampas que sostengan visiblemente esos cuerpos invisibilizados, que necesitan liberarse para crecer, crear, amarse y compartir sin miedo a ser invadidas.

Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr