No cabe duda de que en México vivimos tiempos complejos, por no decir terribles, para las mujeres. A diario escuchamos noticias, a veces más lejanas, a veces más cercanas, de desigualdades y violencias de género que lastiman, perjudican, destruyen o aniquilan los cuerpos, los deseos, las profesiones, los sueños, los vínculos e incluso las vidas de mujeres, adolescentes o niñas en diferentes estados del país, sin que parezca que el estado o la sociedad puedan (o quieran) retribuir la justicia que nos han quitado.

De esta manera parece que si los mandatos de género imperantes buscan obligarnos a las mujeres a ser las principales cuidadoras en nuestros sociedades (porque muchas de nosotras cuidamos en la casa, cuidamos en el trabajo, cuidamos en la academia, incluso en el estado), no se nos considera como personas que también podemos y debemos ser cuidadas. En ese sentido, como mujeres, redirigir nuestro trabajo de cuidados a nuestras propias necesidades de manera individual y colectiva es una urgencia y una apuesta política para sostener y hacer prosperar nuestras propias vidas.

Tampoco cabe duda de que los diferentes movimientos, colectivas, organizaciones, vínculos feministas y de mujeres han ensayado de maneras exitosas estos cuidados mutuos y auto-cuidados. A veces pienso que la mucha o poca seguridad y cuidado que como mujeres tenemos en nuestras vidas es, en gran parte, gracias a estas instancias organizativas, gracias a nosotras mismas y al cuidado que nos dieron y nos dan nuestras madres, abuelas, hermanas y amigas. Dentro de ello, hoy quisiera detenerme en una instancia particular: la manera en que construimos nuestras investigaciones desde las diferentes ciencias sociales -la sociología, la antropología, la ciencia política, entre otras- para pensarlas y practicarlas como una forma de trabajo de cuidados.

¿Cómo avanzar el tema de cuidados?

En efecto, últimamente he pensando (sentido y también soñado) que una manera de producir bienestar para las propias mujeres es también ensayar algo que he comenzado a llamar para mí misma investigaciones de cuidado: maneras de producir conocimiento científico social que partan de una ética o una perspectiva feminista de cuidado. Es decir, de un posicionamiento epistémico y ético-político sobre y en el mundo que asuma de manera radical que la vida, las experiencias, las trayectorias de todas las mujeres importan y que deben, por tanto, ser cuidadas de manera también radical, justa, adecuada y digna.

En ese sentido, en el ámbito de las ciencias sociales me imagino el investigar como una forma de cuidar de todas las mujeres que nos vamos implicando en ello. Primero, porque asumo que las investigaciones de cuidado deben reflexionar y asumir todo el tiempo los entramados sociales de vulnerabilidad, interdependencia, finitud, desigualdad e injusticias de todo tipo, incluyendo las de género, que les atraviesan, pero también reparar en las potencias políticas y vitales que los sustentan. Y segundo, a partir de ello, desplegarse como un trabajo de cuidados necesario, constante y acordado de manera individual y colectiva.

La investigación científica social como un trabajo de cuidados, a su vez, debe también asumirse como un auto-cuidado pero inserto en lo colectivo. En ese sentido, como señala Meztli Rodríguez (2020) para el caso de la antropología, pero que puede ser extensiva a otras disciplinas sociales, en las investigaciones de cuidado nos preocupamos y nos ocupamos también del cuidado y de la seguridad de las científicas sociales, y cómo en su investigar se encuentran y peligran frente a la violencia patriarcal. Ello permite a su vez, colocar la pregunta sobre quiénes, además de las mujeres implicadas, son responsables de su cuidado y de su seguridad mientras se investiga. Es decir, nos permite instalar una mirada crítica sobre la corresponsabilidad del trabajo de cuidados que sostiene y hace posible a las investigaciones de cuidado en particular, y en realidad, a cualquier investigación científica.

Las investigaciones de cuidado, como otras metodologías investigativas, no apuestan solamente por recolectar y analizar información sobre una experiencia o un proceso particular. Sino que se deslizan por la posibilidad (llena de incertidumbres y vicisitudes) de abrir, sostener y cuidar de espacios, instancias, personas, vínculos y afectos que permitan a las implicadas compartir preguntas, reflexiones, dudas, deseos, intuiciones y saberes. Es decir, estas investigaciones buscan producir conocimiento en conjunto, dialogar formas de documentarlo y de hacerlo público y de sostener y cuidar también de los procesos vitales, afectivos y sociopolíticos en los cuales se hace investigación.

En ese sentido, tal y como sostiene la ética feminista del cuidado para la vida en general, en términos de investigaciones de cuidado en ciencias sociales, para mí esta propuesta implicaría asumir y abrazar nuestra vulnerabilidad epistémica, sociocultural y vital para arriesgarnos a conocer, a comprender, a enunciar, a escribir y a ser en colectivo. Y escribo “arriesgarnos” porque tengo la sensación de que investigar como una forma de cuidar es también tomar un riesgo. Más específicamente, “elogiar un riesgo” en el sentido que reflexiona Anne Dufourmantelle (2015): no como un poner la vida en peligro ni buscar conseguir un sentido heroico de ello, sino como nuestra apertura a “un espacio desconocido”, a un “instante decisivo” y al “momento de una conversión” de lo que creíamos natural, dado y establecido sobre nosotras mismas y el mundo.

Así, las ciencias sociales como un trabajo de cuidados conllevaría un riesgo creativo de nuestra propia trayectoria histórica que inaugura y sostiene un encuentro en movimiento con otras mujeres para comprender, decir y hacer algo por el mundo que habitamos en común. Y también para procurarnos cuidado, justicia, seguridad y potencia de vida en él.

Angélica Dávila Landa

Estudia el doctorado en Antropología en el CIESAS-Ciudad de México, es maestra en Sociología Política por el Instituto Mora y licenciada en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Es co-coordinadora con la Dra. Itzel Mayans del Seminario de Investigación “Sociología Política de los Cuidados” en el Instituto Mora.

Referencias

Dufourmantelle, Anne. (2015). Elogio del riesgo. México: Paradiso Editores.

Rodríguez, Meztli. (2020). “Senti-pensando la antropología: mi experiencia y contradicciones en el pensar-hacer”. En Berrio Palomo et al., (coords.). Antropologías feministas en México: Epistemologías, éticas, prácticas y miradas diversas. México: Universidad Autónoma Metropolotina; Universidad Nacional Autónoma de México; Bonilla Artigas Editores.

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