Dicen que juventud, divino tesoro. Y es cierto: la energía vital es abundante, hay mucha capacidad de asombro y todas las primeras veces que experimenta la persona durante esta etapa contribuyen a que se definan gran parte de los gustos, aficiones y actividades que se habrán de mantener durante la edad adulta.

Sin embargo, no todo es tan bueno como dice el refrán para las jóvenes, porque en una sociedad patriarcal es también una etapa de marcada vulnerabilidad a la violencia de género. Te comparto algunos datos que ilustran la realidad en ellas —o tú, si estás leyendo esto y tienes entre 15 y 29 años— se desenvuelven en nuestro país.

Lo primero es decir que el rango de edad definido como juventud no tiene un consenso mundial, diversas organizaciones lo encuadran de forma distinta. Por ejemplo, la ONU  considera jóvenes de los 15 a los 24 años y en México, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) amplía por cinco años este grupo etario que durante la pandemia tuvo que vivir actividades tan relevantes como su ingreso a la prepa, universidad o primer trabajo en modo remoto.

Exactamente lo mismo aplicó para su vida social e incluso amorosa. Y en ese contexto aparece un primer rasgo de vulnerabilidad que es importante considerar cuando hablamos de las jóvenes porque el 50% de los reportes por ciberacoso que llegan al Consejo Ciudadano de la CDMX desde todo el país son de jóvenes y 7 de cada 10 son mujeres, es decir, el cuerpo de la mujer joven también está más expuesto a ser objetivizado en el espacio digital. En el caso de sextorisión las proporciones aumentan a 54% y 7.6 de cada 10, respectivamente.

Fuera de ahí, en el mundo material las jóvenes que ya desempeñan alguna actividad laboral se enfrentan a la brecha salarial que se encuentra lejos de ser erradicada. Los datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social revelan que un hombre gana mensualmente, en promedio, 25% más que una mujer, por hacer exactamente el mismo trabajo que ella.

Y en la vida diaria, se encuentra la limitación que implica la condena social a una libre expresión de las emociones. Las jóvenes, desde los 15 años, en su entorno familiar, escolar y amistoso se enfrentan a la normalización de conductas opresoras de su enojo, tristeza o inconformidad cuando son sujetas de algún maltrato, lo cual ocurre en el 80% de los casos se convierte en una acción minimizada por la propia víctima al considerar que no les afectó tanto, de acuerdo a los registros del INEGI.

Por esto es urgente hacerles saber a todas las jóvenes que su voz importa y lo que sienten es relevante, no las hace exageradas pedir ayuda o fijar límites ante las agresiones de su pareja, familia o de cualquier extraño. Hasta que ser mujer y joven no sea una intersección de vulnerabilidad, esta es responsabilidad de todas y todos.

*Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten.

La autora es Maestra en Desarrollo Humano por la Ibero, egresada del Programa de Liderazgo de Mujeres en la Universidad de Oxford y fundadora de Ola Violeta A.C., desde donde trabaja por el derecho a la conciencia corporal de niñas y mujeres. Su buzón de twitter está disponible en @MaElenaEsparza