El nombre y el apellido es un derecho básico de las personas a partir de su nacimiento. La identificación de los individuos siempre ha existido en la historia, aunque se ha transformado dependiendo de la época y de la cultura. Los apellidos son una forma de entender de dónde viene cada persona, le da un sentido de pertenencia y crea lazos entre accidentes genéticos: la familia.

Dentro de este arraigo familiar, distintas mujeres feministas han cuestionado los apellidos que cada una lleva, concluyendo que las mujeres, no tienen apellidos propios, todos provienen de los hombres. Es decir, el apellido paterno viene del padre, que a su vez viene de su padre y así sucesivamente, acerca del apellido materno, el que presuntamente viene de la madre, también fue heredado del padre, lo que hace que su origen también sea de un hombre, por lo que, realmente, las mujeres no tienen apellidos.

Si bien, muchos hombres han catalogado estos señalamientos como algo “exagerado”, distintas feministas afirman que esto afecta la identidad de las mujeres, debido a que se les sigue marcando como la propiedad de un hombre y aunque ellas busquen poner su apellido materno en primer lugar, éste continúa perteneciendo a otro hombre, como se ha mencionado antes.

Por otra parte, los apellidos también han sido usados para catalogar a las mujeres como un objeto sin derechos ya que, históricamente y desde la llegada del capitalismo, las mujeres se han considerado como una propiedad; primero son propiedad del padre, por lo cual tienen su apellido y luego pasan a ser propiedad y responsabilidad del esposo porque, según las convenciones sociales no pueden ocuparse ni de ellas mismas sin un hombre de por medio, por lo que terminan adoptando el apellido del nuevo “dueño”.

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El apellido de la madre

Estas medidas que permiten a las mujeres anteponer sus apellidos al de los hombres cuando se quiere registrar una hija o hijo, no visibilizan a las mujeres de forma suficiente, ya que nunca han tenido apellidos propios.

Por tanto, la única solución que queda para reclamar el derecho a tener un apellido propio, es que cada mujer se ponga un apellido único y propio, empezando de nuevo.

Activistas feministas reafirman la importancia de que las mujeres puedan crear identidades que las identifiquen y no sean sólo un protocolo social en donde los hombres sigan siendo “dueños” de ellas. Así mismo, el uso de apellidos que sólo son parte de los hombres merma la individualidad de las mujeres en donde se supone que el Estado garantiza la equidad entre hombres y mujeres, pero continúa perpetuando roles de género que someten, de manera pasiva, a las mujeres.

En una sociedad justa de verdad, las mujeres no deberían hacer cambios sobre la base del matrimonio, al igual que no se espera que lo hagan los hombres. Propongo una solución ingeniosa: que cada pareja que se case escoja un apellido nuevo, elegido de la forma que quieran siempre que estén de acuerdo ambos, para que el día después de la boda, tanto el marido como la esposa puedan cogerse la manita e ir juntos a las dependencias municipales a cambiarse los pasaportes, carnés de conducir, firmas, iniciales, cuentas bancarias, etc. – Chimamanda Ngozi Adichie.

Y este nuevo comienzo de apellidos no se reduce a cuando una mujer se encuentra en una relación de pareja ya que, de acuerdo con expertas feministas, cualquier mujer debería tener el derecho a elegir apellidos propios que no se basen en la tradición heteropatriacal y capitalista que existe en la sociedad.

APVB