Actualmente en México, como en otros países de América Latina, nos encontramos en un momento histórico: atestiguamos las luchas y los esfuerzos sociales que están empujando el reconocimiento constitucional del derecho al cuidado digno y a la construcción de un Sistema Nacional de Cuidados. El proceso es lento y arduo, pero estas luchas provenientes de la experiencia y las experticias de quienes cuidan de manera cotidiana (principalmente mujeres, adolescentes y niñas), de quienes acompañan e impulsan también desde la sociedad civil, la academia y algunas instancias estatales,  nos están enseñando cómo los cuidados son siempre un asunto político. 

En primer lugar, las luchas por condiciones más justas para dar y recibir cuidados han dejado de manifiesto la importancIa de reconocer una ontología social distinta: aquella que asume a los seres humanos y no humanos como diversos, interdependientes, vulnerables y finitos. En ese sentido, los cuidados conectan con lo político porque nos reclaman reconocerlos y valorarlos como un conjunto de necesidedes y de labores que implementamos para sostener nuestros cursos de vida, nuestra existencia en común y nuestros entornos, para protegernos, reparar y atravesar los daños a los que nos exponemos, para resguardar nuestros derechos e incluso, para acompañarnos en nuestro morir de manera digna y solidaria.  

De esta manera, estos cuidados dados y recibidos en el día a día “Podrían no considerarse políticos” cuando “no plantean demandas o propugnan un ideario. Pero son políticos al tejer vínculos que sostienen allí donde todo parece desmoronarse” (Vega, 2018, p.25).

Así los cuidados (como necesidad y como trabajo) siempre pueden valorarse como un asunto en sí mismo político porque implican una forma de organizar y de sostener la vida en cómun para hacernos socialmente cargo de nuestras vulnerabilidades, interdependencias y finitudes compartidas. 

Igualmente las necesidades y los trabajos de cuidados son políticos porque, desde esas prácticas y agencias cotidianas que hacen posible nuestra existencia día a día, también podemos (y quizá también debemos) dar cuenta de las desigualdes, injusticias, explotaciones y dominaciones que, a su vez, las organizan. Y con ello, visibilizar y denunciar cómo socialmente se relega el costo y las responsabilidades del trabajo de cuidados, principalmente en las mujeres y en las familias, con un alto daño para sus cuerpos, sus derechos y sus proyectos y trayectos de vida. 

Construir condiciones más dignas y justar para dar y recibir cuidados 

Asumir a los cuidados de esta manera también nos enseña que lo político emerge y se redefine porque implica la constitución de procesos, actoras/es, prácticas, apuestas y solidaridades que demandan construir organizaciones sociales más justas del cuidado. Y entonces vemos y nos comprometemos por hacer emerger luchas y esfuerzos sociales para exigir la construcción, el ejercicio y la garantía del derecho a cuidado digno, de políticas y servicios públicos de cuidado, para crear y sostener proyectos cooperativos y comunitarios, para compartir acompañamientos cotidianos, entre otros caminos que se van levantando.

Esta denuncia, visibilización y apuesta por el desarme de las desigualdades e injusticias que organizan a los cuidados también reclama “recuperar las voces y los saberes de quienes cuidan –voces desautorizadas portadoras de saberes que incomodan” (Bourgeud, 2018, p.15).

De esta manera, los cuidados se refrendan como un asunto político porque nos impulsan a reconocer, a validar y a dar lugar a la autoridad epistémica y ética de quienes realizan el trabajo de cuidados para hablar sobre ellos, sobre las desigualdades y relaciones de poder que les atraviesan y sobre las posibles vías de construcción de condiciones más justas para cuidar y recibir cuidados. 

Por todo lo anterior, es necesario, productivo y justo detenernos y desempacar nuestras “armaduras epistémicas” para reconocer que las labores domésticas son políticas. Que cuidar de todas y todos, pero en especial de las personas, situaciones y experiencias que necesitan cuidados especializados e intensos, es político. Que imaginar, ensayar y exigir otras formas de cuidar y de ser cuidadas y cuidados también lo es.

 Quizá entonces podamos conectar y apoyar las luchas sociales que sostenemos mujeres cansadas de cuidar sin ser cuidadas. Mujeres que hemos decidido seguir poniendo la vida en el centro y cuidando de ella, pero ya no como un sacrificio ni como un mandato de género, ni como algo que nos excluya de ese cuidado. Sino como parte de nuestros esfuerzos individuales, familiares y colectivos para que el cuidado sea una responsabilidad y un beneficio de todas y todos los implicados. Para sostener y decir con fuerza que cuidar y exigir mejores condiciones para ello es y será siempre político.

 

Bibliografía

Borgeaud, Natacha. (2018). “Introduccio´n”. En Borgeaud (comp). El trabajo de cuidado. Buenos Aires: Fundacio´n Medife´ Edita.

Vega, Cristina; Marti´nez, Raquel y Paredes, Myriam. (2018). “Introducción. Experiencias, ámbitos y vínculos cooperativos para el sostenimiento de la vida”. En Vega, Martínez y Paredes (eds). Cuidado, comunidad y común. Experiencias cooperativas en el sostenimiento de la vida. Madrid: Traficantes de Sueños.

Angélica Dávila Landa

Doctoranda en Antropología en el CIESAS-Ciudad de México, maestra en Sociología Política por el Instituto Mora y licenciada en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Co-coordinadora del Seminario de Investigación “Sociología Política de los Cuidados” en el Instituto Mora.

@institutomora

*Las opiniones vertidas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite.