A.M Barnard era Louisa May Alcott; Rafael Luna era Matilde Rafaela Cherner; Victor Catala era Caterina Albert i Paradís; Harper Lee era Nelle Harper Lee; Currer Bell era Charlotte Brontë… Estas son sólo algunas escritoras que tuvieron que usar pseudónimos masculinos para publicar los libros que escribieron, debido al sistema machista en donde ellas quedaban invisibilizadas al ser desplazadas únicamente a las tareas domésticas y la vida familiar.

El mundo de la literatura es amplio, en él, las realidades se mezclan para crear una nueva y la clave para concebir un mundo nuevo entre las letras es la imaginación; mediante la imaginación se crean universos alternos que se enriquecen con nuestra realidad material y es así como mediante a la adopción de letras solitarias se crean frases que se unen entre sí para volver maravillosa nuestra cotidianidad.

El mundo de la literatura es amplio, por lo que se considera imposible conocerlo por completo, pero lo que sí es una certeza es que los nombres que más abundan dentro de este mundo son los masculinos; los hombres se han llevado el protagonismo de las letras debido a que han sido considerados el estándar de la humanidad, el pedestal en el que se han subido los pone como el modelo de la inteligencia y la creatividad lo que ha provocado un repudio hacia las mujeres escritoras y su capacidad para crear una obra maestra. Para la mayor parte de la historia, ‘Anónimo’ era una mujer, como lo declaró Virginia Woolf quién su nombre tiene el privilegio de resaltar entre autores.

Escritoras anónimas

 Escondidas detrás de anónimos y nombres masculinos, las escritoras quedaron en la oscuridad ya que mientras los hombres eran considerados genios por crear literatura, pinturas o fotografías, las mujeres que se atrevían a mostrar su talento sin ocultar su nombre eran comidas por una sociedad machista que les colgaba el letrero de desequilibradas y locas.

Esta brecha se materializó con los premios otorgados a través del tiempo: el premio literario internacional más conocido es sin duda el Nobel de Literatura, desde su creación en 1901 hasta 2017 ha premiado a 14 mujeres frente a 100 hombres; por otra parte, el reconocimiento más importante en lengua castellana, el Premio Cervantes, tan sólo ha galardonado a cuatro mujeres frente a 38 hombres desde que se instauró en 1976.

Durante el siglo XIX, el hecho de que una mujer fuera activa intelectualmente, significaba una gran trasgresión para la moral de la sociedad, afirma Sandra Vasconcelos, profesora titular de Literatura Inglesa y Comparada de la Universidad de São Paulo (USP).

Las que se atrevían a publicar usando sus propios nombres recibían muchas críticas, porque estaban extrapolando el papel asignado para ellas. La mayoría termina usando seudónimo porque no querían exponerse públicamente. –Sandra Vasconcelos.

El amor romántico como barrera

Además de estos datos numéricos, existen historias de hombres que han tomado el crédito de ciertas obras al poner su nombre como el creador de la misma, un ejemplo de ello es Zelda Sayer quien siendo esposa de F. Scott Fitzgerald vivió bajo su sombra y en un matrimonio tortuoso. Debido a las normas de su época, la mujer libre e independiente que era Zelda fue catalogada como flapper: aquellas mujeres que, con el pelo corto, vestidos sobre las rodillas y un cigarrillo en la mano, manejaban, bebían alcohol y bailaban con la misma libertad que los hombres de su edad, buscando su propia felicidad y deleite.

Scott Fitzgerald se encontraba escribiendo su primera novela cuando conoció a Zelda, supuestamente quedó maravillado con la personalidad de esta mujer y modificó a su personaje femenino para que se pareciera a ella, quienes lo supieron pensaron que ese fue un gran acto de amor, pero en realidad fue el principio de la cosificación que ejercería sobre la vida, experiencias y persona de Zelda, así como el uso de sus obras, robando sus escritos y borrando su nombre para adjudicarse cada una de las letras.

Bailarina, pintora y escritora, Zelda se obsesionó con serlo todo, pero principalmente buscó siempre ser su propia musa y aunque vivió a la sombra de su esposo, luchó hasta conseguir su propio libro.

En 1930 fue diagnosticada con esquizofrenia e internada en un sanatorio lo que le dio la oportunidad de escribir su primer libro sin ser molestada por su esposo; en sólo seis semanas escribió ‘Resérvame el vals’, libro con el cual, después de esforzarse mucho más que Fitzgerald, pudo demostrar su talento.

En aquel libro logró un ambiente cálido, creando diálogos únicos basados en lo vivido dentro de su matrimonio, pero la calma terminó cuando su esposo quien la acusó de haber usado material biográfico que él tenía reservado para su propio libro; “el gran escritor” no se detuvo hasta que el libro de su esposa fue editado y modificado a su conveniencia. Zelda, acostumbrada a ser silenciada, lo permitió.

El amor romántico terminó por eliminar de la memoria colectiva a esta autora, así como apagar poco a poco su libertad; su vida pública estuvo llena de glamour y en los años veinte la pareja se convirtió en el ícono de un matrimonio exitoso, pero fuera de la vida pública, su relación estaba lleno de celos, violencia y desprecio que agotaron también la cordura de la mujer.

Las escritoras que ya no escriben con pseudónimos

Actualmente y en el caso particular de México, el panorama para las escritoras es bastante alentador debido a que son ellas quienes están conquistando las editoriales sin la necesidad de usar nombres masculinos para que sean publicadas, afirma Wendolin Perla, duela de la editorial independiente Perla Editorial.

Yo creo que este es un gran momento para ser una autora porque la situación que vivimos actualmente y la reivindicación de las mujeres por exigir los lugares que nos merecemos y donde debemos estar y todos los años en los que hemos ido retiradas y aplastadas por el patriarcado, hoy de pronto llegamos a exigir nuestros derechos, eso ha impactado las cuotas de publicación en las editoriales donde se les da preferencia algo escrito, hoy día, por una mujer que, por un hombre, afirma Wendolin Perla.

Es así como las mujeres escritoras han comenzado a conquistar el terreno de los libros y a nombrarse para que sus letras sean reconocidas por quien son, no por un nombre masculino que no las representa.