¿Te has preguntado de dónde vienen los apellidos? En todas las culturas simbolizan pertenencia. Cuando las personas adoptan detrás del  nombre de pila, ya sea un apellido o dos, lo que se pretende es visibilizar a qué familia pertenecemos. Quiénes son nuestros familiares y de dónde procedemos. Pero, ¿las mujeres tenemos apellidos propios?

En el continente europeo sólo se utiliza solamente un apellido, mientras que en América Latina se utilizan dos. Tradicionalmente, y mediante este uso de un solo apellido, el que siempre ha predominado para pasar a la descendencia de una pareja, ha sido el del padre, nunca el de la madre.

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¿Ni del marido, ni del Estado? 

“Hace menos de 80 años y en algunos países hace menos de 60, las mujeres no éramos consideradas como seres autónomos e independientes sino éramos consideradas como propiedad” menciona Daynamo, creadora de contenido de psicología feminista.

La experta en violencia de género afirma que las mujeres nunca han tenido apellido, sino que este ha sido una forma de marcar la propiedad de los varones sobre las mujeres. De ahí que la tradición de adquirir el apellido del varón cuando una mujer contrae matrimonio, literalmente significa que cambia de “propietario”. Es decir, el varón que ahora tiene poder sobre ella es su marido.

Esta práctica machista y patriarcal se fue transformando con el paso del tiempo, en décadas más recientes se acostumbraba a que las mujeres conservaban su apellido de “soltera” y agregan el apellido del varón seguido de un “de”, por ejemplo: Josefa Ortiz de Domínguez. 

Esto seguía representando un dominio sobre las mujeres por parte de los varones, una forma de marcar su propiedad sobre la identidad de las mujeres, afirma Daynamo. 

¿Realmente es importante tener un apellido? 

Aunque en la actualidad es menos común añadir el apellido del varón, sí se sigue acostumbrando adquirir el apellido del padre antes del de la madre. 

La experta feminista señala que esto sí afecta a la identidad de las mujeres, pues los apellidos son algo que siguen marcando a las mujeres como propiedad de algún hombre ante el Estado, sea su padre o su marido. 

“Yo propongo que si te vas a casar con quien sea inventen un nuevo apellido” sugiere Dynamo, “y más aún si es un hombre, y te responde que ‘sigas la tradición por no es importante’, y tú le dices ‘si no es importante, entonces toma el mío’. ¿Y si ahí sí le parece importante?”

Sin embargo, aunque los varones utilicen los apellidos de quienes serán sus esposas o que el apellido materno se priorice cuando se le hereden a la descendencia, en primer lugar, ese mismo, la mujer lo habrá heredado de su padre, no de su madre, y a la vez, su padre de su padre.

Es decir, las mujeres no tienen apellidos propios, aunque prioricen el suyo sobre el de sus parejas, sus apellidos siempre, siempre, van a ser apellidos masculinos. Porque los apellidos femeninos, tristemente no existen, según teóricas feministas. 

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De modo que, estas medidas que permiten a las mujeres anteponer nuestros apellidos al de nuestros maridos, no visibilizan a las mujeres de forma suficiente, ya que nunca hemos tenido apellidos propios.

Tal como recomienda Dynamo, experta feminista, la propuesta ante este tema de identidad, se pueden crear nuevos y originales nombres de familia, pero las mujeres, independientemente de tener o no pareja, tienen el derecho a tener apellidos propios, que las identifiquen y que estos no se basen en la tradición patriarcal.

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