Para algunes de nosotres, el género nunca fue una opción. Estábamos atades a él por las mismas cadenas que nos ataban a los barcos que traían a esta tierra (digo ‘nos trajeron’ porque somos nuestros antepasados; sus vidas nunca terminaron). Por eso, al final del día, necesitábamos nuevas palabras para hablar de nosotres mismes mientras existíamos en un mundo extraño e inhóspito creado irónicamente a expensas de nosotres.

Somos nuestros cuerpos, pero también todo lo que hay dentro y fuera de ellos. Nuestra relación con nuestros cuerpos proviene directamente de la tierra y, como tal, es eterna, sólida y colectiva. Al contrario de lo que la gente tiende a creer sobre nosotres, no nacimos en los cuerpos equivocados. Solo nos estamos adaptando a ellos. De nuevo. No es un evento de una sola vez. Sucede todos los días.

Pero ahora no quiero hablar de mí. Las personas exentas de transmisoginia siempre tendemos a centrar la conversación en nosotres mismes, cuando de hecho, la transmisoginia es una enfermedad social que mata a un gran porcentaje de nuestra comunidad (si tal cosa existe) todos los días. Y las que están vivas reciben un odio constante solo por su existencia. Quiero señalar que debemos mucho de nuestro lenguaje y posición a las mujeres trans, especialmente a las mujeres trans de color, y lamentablemente, no les damos suficiente crédito. Pasan por la historia como criaturas olvidables, y esa es, al menos en parte, nuestra responsabilidad.

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Una vez escribí que el radicalismo de género real se halla en amar y apoyar a las mujeres trans. Sigo apoyando esto. No puedo ver un mundo sin absolutismo de género que niegue la existencia de personas trans, y especialmente de mujeres trans. Y esto va directamente en contra de los TERF y su exclusionismo radical, que sí, es radical, pero no de la forma en que ellas piensan que es. Van directamente a la raíz de las cosas y las replican. Ven el Patriarcado: lo difunden y lo expanden. Ven el racismo y el colonialismo: los encarnan. Ven la feminidad como una categoría universal en la que solo se puede reconocer la feminidad blanca cis heterosexual. Ven la verdad a través de una lente borrosa de prejuicio y odio, un odio que tiene sus raíces en la explotación de cuerpos negros, indígenas y trans.

“Nuestra piel está constantemente de luto”

Escribí un poema que dice algo en las líneas de “nuestra piel está constantemente de luto” para describir la muerte constante que persigue a la existencia negra en este mundo. Esto, creo, incluye a las personas trans. Lamentando eternamente la muerte de une de nuestres hermanes, muertes por las que nadie parece preocuparse excepto nosotres mismes. Y esto es autocrítica, porque cuando me identificaba como cis y cuando era TERF, fui parte de ese populacho. Yo era parte de este ejército que seguía matando a juergas. Porque sí, ser transfóbico es tener sangre en las manos.

Además, quiero que entendamos que no hay nada inherentemente mítico en la experiencia trans, en la existencia trans. Y no todos los que no nos conformamos con el género colonial somos necesariamente trans. El erudito indio Aniruddha Dutta escribió que “la imaginación de las personas transgénero como una categoría expansiva para todas las prácticas e identidades variantes de género replica las formas coloniales de producción de conocimiento”. Algunos de nosotros podríamos pensar que lo no binario no es suficiente, o simplemente un término blanco. Contemplar estas posibilidades nos ayuda a comprender que no hay una sola experiencia de género en el mundo, y eso es saludable y está bien.

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Quiero terminar con esto compartiendo un poema de Alok V. Menon:

Lecciones de anatomía

En quinto grado aprendimos sobre los diferentes sistemas del cuerpo. Nos dieron ilustraciones de anatomía que nos llevamos a casa y memorizamos como mapas. Tomaba mi dedo y rastreaba la comida a través del sistema digestivo. Trazaaba la respiración a través del sistema respiratorio. Sangre a través del sistema cardiovascular. Una vez, traté de encontrar a dónde iba la tristeza. (Fue demasiado duro).

Duro. Estar vivo… duro. Lo que me gusta de esa palabra es que concede materialidad al sentimiento. Admite que la tristeza puede acumularse, con el tiempo, como la placa en un diente. En un mundo que continuamente establece la distinción entre lo que es real y lo que no lo es, la dureza es una concesión de que el hecho de que algo suceda “en nuestra cabeza” no significa que se detenga allí.

Cómo nos sentimos, importa. Lo que quiere decir: crea materia. Asume forma. El dolor tiene el potencial de cambiar la propia fisicalidad del cerebro. Cultura, sociedad, discurso, lenguaje, tradición. Son procesos físicos. Incluso biológicos.

La etimología no es la historia completa. No es solo de dónde vienen las palabras, es donde terminan. El final de una oración requiere puntuación por coherencia. Yo digo: por artificio. Da la falsa impresión de que el significado termina ahí, en la página. Pero si miras más a fondo, continúa. Nuestros cuerpos son la evidencia.

Quizás el dolor es uno de los lugares donde el lenguaje se vuelve físico.

Jennifer Rubio, mejor conocida como Ciguapa, es una educadora y escritora dominicana. Divulga sobre antirracismo y feminismo a través de las redes sociales y ha trabajado como profesora de música en República Dominicana. Es parte de la colectiva AFROntera.

Twitter: @soyciguapa