La participación social ha tenido un papel histórico y relevante en la construcción y acción encaminada al mejoramiento de las condiciones de vida y el entorno de la población. Regularmente dicha participación surge de grupos, territorios y/o sectores invisibilizados por el estado y/o en ámbitos específicos. Si bien, esta participación siempre ha existido de manera “subterránea” y relegada, no es hasta por ahí de los años 60 a 80 cuando surgen con mayor fuerza diversos grupos, entre ellos el Movimiento Urbano Popular, conocido como el MUP, integrado por diversas organizaciones y colectivos a nivel nacional, quienes buscaban hacerse escuchar para lograr un espacio donde vivir, mejorar las condiciones de vivienda y su entorno.

El MUP se sostuvo en un proyecto político y alterno al proyecto estatal, proponiendo un programa urbano alternativo donde fueran consideradas las necesidades de la población poco favorecida e invisibilizada en el modelo de ciudad validada por la política pública de ese momento. Dicho modelo utilizaba conceptos ahora bastante cuestionables que de entrada marcaron una separación abismal entre quienes sí podían tener acceso a una vivienda digna y quienes tendrían que aceptar los términos de una “vivienda popular” en el mejor de los casos, ya que aun así no era tan fácil accesar a la compra “subsidiada” de una vivienda para muchas de las familias que vivian con un salario mínimo.

En este sentido, hablar de “vivienda popular” y “vivienda de interés social” nos remite a pensar en metros cuadrados mínimos, donde las familias viven hacinadas y sin privacidad, en el uso de materiales de construcción de menor calidad, en establecerse en zonas de alto riesgo “para abaratar el costo del suelo” ubicadas en zonas alejadas del centro de la ciudad, las cuales regularmente no contaban con los servicios básicos, créditos impagables para muchas familias, ya que el Banco Mundial en 1972 presionó al INFONAVIT y al FOVISSTE bajo el argumento que la política habitacional tenía  que ser rentable, ergo la clase trabajadora formal tenía que aportar de su salario un monto para poder obtener su vivienda, siempre y cuando su percepción fuera mayor a cinco salarios mínimos. En el caso de quienes vivían del salario mínimo y/o salarios provenientes del sector informal difícilmente lograrían adquirir una vivienda.

De ahí que el tema de la vivienda comienza a visibilizar otras necesidades, convirtiéndose en el MUP en el parteaguas de diversas temáticas y actores sociales, fortaleciéndose como movimiento, el cual se afianza durante el terremoto de 1985 por su participación en las labores de acompañamiento y reconstrucción en la Ciudad de México.

EL PAPEL DE LAS MUJERES EN EL MUP

Al mismo tiempo las mujeres del MUP comienzan a ganar espacio a partir de visibilizar su cotidianeidad en torno a la vivienda, haciéndose cargo y exigiendo cubrir las necesidades básicas como se le llamó teóricamente en los años ochenta desde el enfoque de Género y Desarrollo, poniendo énfasis en lograr la equidad de género entre hombre y mujeres a través de diversas acciones encaminadas a cubrir de entrada las necesidades básicas, al mismo tiempo que atender las necesidades estratégicas que son a más largo plazo y estructurales. Con estas acciones las mujeres estaban construyendo ciudadanía y una agenda sin saberlo.

Así que mujeres viudas, madres de familia y con jefatura, entre otras comenzaron a reconstruir sus entornos urbanos, alcanzando con el tiempo el posicionamiento en las agendas de urbanidad y vivienda. Una vez más las mujeres hicieron visibles, lo invisible, saliendo al espacio público, organizándose y haciendo escuchar su voz para contar con luz, calles pavimentadas, agua, transporte, clínicas médicas, mercados, espacios de recreación y escuelas, entre otros servicios básicos. Sus solicitudes implicaron en muchos casos organizarse para cargar botes de cemento, grava, tomar palas y picos, acarrear agua de lugares muy lejanos, cargar postes de luz, negociar con autoridades. Claro los hombres también participaban en estas actividades, con la diferencia de que las mujeres siguen con la tercera jornada porque cansadas o no, tenían que ir a trabajar quienes contaban con un trabajo formal, y las que no, regresaban después del tequio a su casa, a realiza todas las labores domésticas y de cuidado con sus hijas e hijos. Por suerte, se ha avanzado mucho en materia de vivienda, aún falta hacerla más accesible para todos los sectores, pero en esas andan, es la primera vez que es una mujer la titular de la Comisión Nacional de Vivienda y eso ayuda en mucho. 

Y como diría Amparo Ochoa en su canción La Mujer, se va la vida, se va al agujero como la mugre en el lavadero, y mientras se va las mujeres seguiremos luchando y apostando a crear condiciones más dignas, aun con cansancio para que las nuevas generaciones tengan mejores condiciones, así como yo pude ir a la escuela gracias a mujeres que no pude conocer y eso, es pensar en colectivo.

Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada enpedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr