El espacio es todo y nada a la vez, nos puede hacer sentir una coca cola en el desierto, una estrella más que compone el universo, o bien, un ser irrepetible como nuestras huellas digitales, que forma parte de un todo, y aun no siendo tan visible, su relevancia humana tiene un impacto en los otros, así como los otros, le pueden impactan aun sin conocerse, tan solo por el hecho de nacer en un contexto social.  

El espacio indudablemente nos determina y siempre de alguna forma lo buscaremos en lo físico, a través de una casa, una habitación, un trabajo, una carrera, un terruño; en lo emocional a través de un grupo, una pareja, una familia, nuestro espacio terapéutico, amigas y amigos; y desde lo simbólico podríamos identificar la identidad, los objetos buenos, los objetos malos, su manera de mirar, escuchar y sentir a su entorno. Identificar lo simbólico será mucho más complejo, ya que depende de su estructura mental, de las herramientas que cada persona tenga, el trabajo terapéutico que haya realizado, su historia familiar, su adultez, o su infantilidad, entre otros. De igual manera, lo físico, emocional y simbólico todo el tiempo se entrelazan, no son independientes unos de otros.  

El primer espacio que ocupamos por nueve meses es el vientre materno, donde “tenemos todo lo necesario” al igual que los primeros tres meses de nacimiento, lo cual abonará en mucho a nuestro desarrollo y a transitar a la adultez sin tanta dificultad. Claro, esto sucede si consideramos que esa mujer-madre tiene todas las condiciones para estar tranquila y dedicarse a la vivencia de un embarazo de nueve meses sin complicaciones, pudiendo lidiar con todo lo que conlleva física, emocional y simbólicamente su proceso, lo cual no es tarea fácil. Si pensamos en aquellas mujeres que los nueve meses de gestación viven con malestares físicos, no cuentan con seguridad social, tienen dificultades económicas, tienen un trabajo inestable y mal remunerado, no cuentan con una vivienda adecuada, viven violencia y/o están en un proceso de separación, nos lleva a pensar, que entonces ese primer espacio, tal vez se convierta en el receptorío de la incertidumbre, la violencia, intranquilidad, desconfianza y en un permanente conflicto. Con lo cual no quiero decir que sea un destino, ya que mucho dependerá de la estructura mental de cada personal y el entorno una vez que nazca. Como hemos dicho infancia no es destino.

BÚSQUEDA DE ESPACIOS

Es así que en nuestro paso por la vida, buscaremos si bien nos fue, espacios que nos den confianza, serenidad, fuerza, seguridad, paz, que promueva nuestra creatividad, que nos ayude a mirar la belleza del entorno, sin dejar de mirar lo que no es tan bello, y fortaleciendo nuestro amor propio, entre otros; o bien, un espacio hostil, de rechazo, incomodo, violento, desconfiado, poco creativo, reproduciendo así, algo que pudo o no tramitarse en la primera etapa de gestación y vida. Esto no quiere decir que aun cuando en la primera etapa no se logró tramitar, consolidar y cerrar, no pueda ser diferente con la ayuda de un entorno sostenedor y amoroso. O bien, trabajarlo a destiempo en un proceso terapéutico para entenderlo y acomodarlo. De alguna manera esta búsqueda de un espacio físico, emocional o simbólico, estará cargado de estas características que buscaremos en nuestros diferentes vínculos, pareja, trabajo, escuela, entre otros.

Durante el desarrollo de nuestra vida transitamos por diversas etapas, de la infancia, a la pre adolescencia, de ésta a la adolescencia, luego a la adultez.  Recordemos entonces que durante la adolescencia, donde tal vez sea más visible esta búsqueda de un espacio, nos sentimos incomodos y poco identificados con la familia, manifestamos un rechazo y comenzamos a buscar grupos regularmente de pares con los cuales si podemos sentirnos identificados, lo cual nos habla de un proceso de individuación y diferenciación con los otros, primero se hace con la madre en la primera fase de la vida, y luego con la familia, lo cual más adelante de manera orgánica transita, y una vez tramitada volverá a sentirse parte de esa familia diferenciándose de la misma, poniendo límites y sin la angustia de tener que ser igual a los otros.

EL ESPACIO INTERNO, EL INCONSCIENTE

Finalmente, el espacio interno inconsciente, se verá reflejado en su entorno externo en una especie de espejeo, como dirían algunos místicos lo que es adentro es afuera y viceversa, psicoanalíticamente hablando es una proyección del mundo interno, hacia el mundo externo,  para poderlo mirar no es fácil ya que en ocasiones es muy doloroso para la persona, por ejemplo el caos de una estructura borderline o fronteriza llevará a la persona a pensar que todos están en su contra, que son violentos con ella-él, que le quieren hacer daño, que le minimizan, que hay un mundo violento afuera, pero si bien lo hay, independientemente de lo externo, eso está en su mundo interno y seguramente buscará espacios físicos, emocionales y simbólicos donde esto lo siga viviendo todo el tiempo, aun cuando en lo racional se queje de los mismos. De ahí la importancia de trabajar con nuestro mundo interno el espacio simbólico para acomodar aquello que lastima, que no se ve, lo cual de manera inconsciente obstaculiza a las personas para tener una vida plena en un espacio lo más sano posible.

Norma G. Escamilla Barrientos es licenciada en pedagogía por la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM y tiene maestría en psicoterapia psicoanalítica por el Centro Eleia, A.C.

@EscamillaBarr