Lo acontecido en Culiacán, en donde un operativo fallido por parte de las fuerzas de seguridad, para capturar al hijo de Joaquín Guzmán Loera (El Chapo Guzmán, para las amistades), puso nuevamente sobre la mesa el tema del poder que tiene el narco en nuestro país, lo cual también nos permite analizarlo desde muy diversas aristas.

Si bien hay una discusión central en lo que se refiere al tema de la seguridad y la larga y fracasada “guerra contra las drogas” que han instrumentado los gobiernos mexicanos desde hace varios años, hay otras que también deberían colocarse con un destacado nivel de centralidad. Una de ellas es la amplia difusión de la cultura del narco que normaliza y encumbra múltiples tipos de violencias, entre ellas, la que se ejerce hacia las mujeres. 

Corridos, películas y narco series han posicionado en el imaginario popular el estereotipo del narcotraficante varón, como la figura central que a pesar de dedicarse a una o varias actividades ilícitas, se convierte en un modelo aspiracional para las nuevas generaciones, que piensan – y no sin razón- que una carrera delictiva es el único modo de salir de la pobreza. Ser narco, sicario, matón, cobrador, secuestrador… son las opciones para que niños y adolescentes decidan su futura y aparentemente, productiva y redituable ocupación. 

¿Y qué pasa con las mujeres?

En la narco cultura, las mujeres cumplen básicamente dos funciones:  en primer lugar, pueden  considerarse “trofeos”, el premio que se obtiene aparejado de una vida de excesos, derroches y caprichos muy caros. Estas mujeres deben cumplir con el estereotipo de ser voluptuosas, haber sido reinas de belleza, de faldas cortas y uñas largas. 

Ese estereotipo de las “buchonas” (nombre que reciben de modo popular las mujeres ligadas al narco), cumple también un papel aspiracional. Ser pareja de un narco poderoso, es la manera de salir de la pobreza y vivir una vida de lujos, moda, autos y accesorios costosos. 

Las parejas de los narcos están cerca del poder, pero rara vez lo ejercen. Exceptuando casos como el de Sandra Ávila (mejor conocida como “La reina del pacífico”) las mujeres viven a la sombra de las decisiones masculinas, siendo -en el mejor de los casos- elemento de ornato, que sin embargo no está por ello exento de control, manipulación o violencia. 

(La Reina del Pacífico)

En segundo lugar, el otro estereotipo que aplica a las mujeres del narco es el de “mula”, a las quienes se controla para hacer el trabajo sucio de venta, distribución y que no en pocas ocasiones, evoluciona progresivamente hasta convertirlas en sicarias. Al igual que en el caso de los hombres, representan el eslabón de la cadena que más se expone, las personas a las que la policía atrapa y encarcela, sabiendo que hay una larga de fila de mujeres que aceptarán suplirlas en este tipo de trabajo, a falta de acceso a otras opciones.

La narco cultura como es evidente, también es misógina y machista. Refleja de modo expandido, las prácticas excluyentes y agresivas hacia las mujeres que provienen de la normalización de la violencia de género en diferentes estratos. Las mujeres del narco saben que sólo hay dos opciones: ser objeto de colección o de uso desechable, a cambio de las migajas que genera una industria altamente redituable. Incluso podríamos señalar una tercera y muy trágica: el insumo que representan para operar y ser víctimas de redes de trata de mujeres con fines de explotación sexual, además de formar parte una alta cifra de desapariciones y feminicidios.

(Mujeres del narcotráfico)

Es verdad que no esperaríamos una cultura incluyente al interior de una organización criminal, pero lo extendido de la publicidad a su modo de vida debido a su abierta exposición en los medios, preocupa por la forma en que encumbra y normaliza la violencia hacia las mujeres desde diferentes aristas.

A las mujeres del narco, ni siquiera se les concede la categoría de víctimas. Se asume que decidieron y aceptaron tener esa vida de “lujos” y de “dinero fácil”, a sabiendas de los riesgos que representaba.  Vidas desechables de mujeres, cuya existencia y las de sus familias en realidad no importan. 

Sin embargo, también hay que decir que este no es el libreto de un melodrama para una narco serie. Es el reflejo de una sociedad que no acepta la responsabilidad de haber construido una espiral de violencia, cuyas principales víctimas son las mujeres  más vulnerables.

Si el narco es el reflejo ampliado de nuestra sociedad contemporánea, es preocupante el marginal y violento trato que reciben las mujeres, porque demuestra un asunto muy grave de fondo: el poder, venga de donde venga, se ejerce siempre de modo patriarcal, convenciendo a los hombres y las mujeres de que es el único modo de hacerlo. Lo grave de que un capo del narco siga suelto, es que también representa el triunfo de la narco cultura y sus prácticas machistas que violentan y matan mujeres todos los días. Y esa es en realidad, la tragedia más terrible de todas.

NORMA LORENA LOEZA 

Twitter: @Norenaloeza

Maestra en Estudios Latinoamericanos y Licenciada en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Fue becaria del Instituto Mora. Es Profesora en Educación Preescolar por la Escuela Nacional de Maestras de Jardines de Niños. En el año 2000 recibió la Medalla Alfonso Caso al Mérito Universitario, por parte de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha colaborado en organismos de la sociedad civil y el gobierno de la Ciudad de México en temas de Derechos Humanos, no discriminación y políticas y presupuestos públicos