A Javier aún le tiembla la voz cuando habla de los abusos sexuales del sacerdote José Manuel Ramos cometió contra él y su hermano cuando eran unos niños.
Javier es la primera víctima que, por medio de una carta dirigida al Papa Francisco, denunció al sacerdote español por pederastia; lo cual concluyó en el retiro del cura por 10 años de su diócesis: ingresado en un centro religioso y sin poder ejercer como sacerdote.
Los delitos tuvieron lugar en el colegio zamorano de Juan XXIII de Puebla de Sanabria, en España, entre 1981 y 1984, ahí José Manuel Ramos abusó de Javier y su hoy fallecido hermano, cuando tenían 13 y 14 años respectivamente.
El sacerdote también abusó de dos niños en el Seminario Menor de la Bañeza (León).
Javier recuerda que no podía creer en un comienzo, cuando su hermano le contó que el padre Ramos lo había tocado en su cama.
No sabía si creerle, pero vi que mi hermano estaba falta. Me estaba contando la verdad”, comentó Javier en una entrevista con El País.
Días después de la confesión de su hermano, el sacerdote visitó la cama de Javier, y así lo hizo recurrentemente durante todo el curso.
Había días que no venía, pero luego lo hacía tres noches seguidas. Fuero muchísimas veces. (…) Creo que no me violó porque había más niños allí”, recordó Javier de ahora 43 años.
La víctima cuenta que el cura "abusaba de ti por detrás y llorabas, pero él seguía".
Luego de algunos meses, los hermanos trataron de pedir ayuda, sin éxito alguno. Acudieron con el director del seminario, Gregorio Rodríguez y posteriormente al tutor de sexto curso.
A partir de ese momento, además de que los abusos siguieron, los sacerdotes, en complicidad, les hicieron la vida imposible.
Las consecuencias de contarlo fueron terroríficas. Entonces empezaron las represalias: dormir en la sala de la peluquería, broncas, puños…”, contó.
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Al pasar de cinco años, ambos pudieron contarlo a su familia.
Cuando se lo contamos a mi padre, fue a ver a un sacerdote y este le dijo que ya estaba al tanto. Que lo que había que hacer era perdonar”, añade.
Javier y su hermano vivían como “dos autómatas” aún décadas después de lo sucedido y comenta que a ambos les costó continuar con sus vidas.
Algunas noches sufre de insomnio y sigue con un sentimiento de “rabia, desesperanza e impotencia”.
La víctima recuerda que fue difícil relacionarse socialmente y en lo íntimo.
Yo tuve una novia que un día me dijo que lo íbamos a dejar porque yo era incapaz de… yo no tenía relaciones con ella porque no podía”, cuenta.
Luego conoció a otra mujer, con la que pudo tener un matrimonio y concebir a un hijo, que ahora tiene 13 años.
La carta
En 2014, luego de salir a la luz los abusos en Granada, cuando Javier se decidió a escribir una carta dirigida al Papa Francisco en la que pedía que lo escuchara y que no tratara de esconder el tema.
La envié cuando tuve fuerza, cuando pensé que había un Papa que de verdad me podía escuchar. Pensé, éste sí puede hacer algo para poner fin a los abusos”, cuenta en una entrevista para un medio local.
Y la carta tuvo éxito, pues tras de ella surgió un procedimiento y una sentencia contra el cura, de parte de la Iglesia.
Sin embargo, este éxito no ha sido total pues la Iglesia, de acuerdo a Javier, “sigue sin poner todos los medios para reparar el daño y proteger a los menores que están bajo su tutela”.
Hasta el momento, la víctima señala que no ha recibido reparación suficiente. Incluso llegó a denunciar que el vicario judicial llegó a ofrecerle hasta 50,000 euros (1 millón de pesos mexicanos) “por su silencio”, pero se negó porque su “conciencia no lo permitía”.
Javier asegura que de no haber sido por el encubrimiento, su realidad podría haber sido distinta.
cmo