León, Guanajuato.- Bajo la lluvia ligera de esta tarde en León, un hombre de sombrero blanco, chamarra de borrega y botas vaqueras cruzó lentamente el camellón del bulevar Adolfo López Mateos. Se detuvo un momento, bajo un árbol, justo donde la calle Plan de San Luis desemboca en la vía principal.
Parecía desorientado. Parecía de otro lugar. Y lo era.
El hombre, de complexión robusta y rostro endurecido por el sol, se acercó al equipo de La Silla Rota con una pregunta sencilla, pero pronunciada con un acento que no parecía de aquí:
—¿Para dónde está la central?
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La escena ocurrió frente a la semáforo peatonal que marca “el monito verde”, entre los arbustos. A unos pasos de la Plaza del Zapato. A escasas cuadras de la central camionera. Pero para un forastero, León puede parecer un mapa infinito bajo la lluvia.
—Ya llegaste, le respondió el reportero.
El hombre entrecerró los ojos. Escuchó atento mientras le indicaban que debía seguir derecho, girar en la esquina de la plaza y ahí, frente al edificio de vidrios oscuros, encontraría la central. Asintió con la cabeza. No dijo mucho más.
Solo alcanzó a comentar que venía de San Felipe. Que estaba “nomás conociendo” la ciudad. Que le había gustado. Pero que ya tenía que regresarse.
Y entonces ocurrió.
El forastero, sin previo aviso, salió corriendo. No por la banqueta. No por la esquina. Corrió por el carril exclusivo de La Oruga. En sentido contrario.
—¡Cuidado!, gritó el reportero.
El hombre apenas volteó. Con agilidad, se subió a la pequeña banqueta del camellón y siguió su ruta. Las botas blancas mojadas. El sombrero firme. El paso seguro.
La lluvia no lo detuvo.
El hombre se perdió entre los coches, entre los cláxones, entre los charcos y el bullicio. No traía celular. No dio ningún número. Solo dijo su nombre de pila —aunque no lo recordamos con certeza— y se despidió.
Avanzó por el bulevar López Mateos, cruzó rumbo a la zona piel y siguió el rastro del concreto hasta la central. Caminaba rápido. Como si ya supiera el camino. Como si ese fuera su destino desde el principio.
—¿Le gustó León?, le preguntaron mientras se alejaba.
—Sí, mucho. Pero tengo que volver a casa, respondió sin detenerse.
Y se fue.
Se fue como vino. Sin aviso, sin prisa, sin pertenencias. Un vaquero sin caballo, caminando por la ciudad moderna. Un viajero que por un momento fue parte del paisaje urbano, de esta esquina lluviosa, de esta historia breve.
Ahora ya nadie lo ve. Solo queda la imagen borrosa entre los árboles, con el sombrero blanco alejándose entre el gris del asfalto. León fue solo una escala más en su camino. Uno más de tantos caminos. Uno más de tantos destinos.
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