León, Guanajuato.- En el centro de la ciudad donde el bullicio del comercio tradicional resiste al paso del tiempo, el Mercado Carro Verde se alza como un emblema de identidad y memoria colectiva. Un mercado icónico, con sus pasillos llenos de aromas, colores y voces que narran la vida cotidiana de la ciudad. Pero hay algo en este espacio que escapa al ojo del peatón apresurado y al trazo digital de los mapas: una calle sin nombre.
Sí, una calle que simplemente… no existe. No en Google Maps, no en el catastro, no en los registros oficiales. Una calle fantasma que, paradójicamente, está viva. Aparece justo a la derecha del mercado, si uno lo mira desde el acceso sur, como si la ciudad la hubiera olvidado mientras todo a su alrededor fue nombrado y clasificado.
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Es la salida de autos del Carro Verde, una vialidad muy transitada que conecta con el bulevar Mariano Escobedo, una de las arterias más importantes de León. Allí, entre el ir y venir de los coches, late una vida comercial tan intensa como la del mercado mismo: una tienda retro con objetos nostálgicos, una boutique de moda femenina que resiste la vorágine de las cadenas comerciales, una planchaduría de confianza, un depósito de cerveza que surte a media colonia, una importadora china donde todo cuesta menos y, en la esquina, el alma de la calle: Micaela.
Micaela es conocida por todos como la última lechuguera de León. Con su sombrero ancho, su voz fuerte y sus canastas verdes, se instala cada mañana en la esquina sin nombre para ofrecer sus lechugas frescas, cosechadas con manos que han vivido más de lo que cuentan. Ella también se ríe del misterio. “¿Cómo se va a llamar esta calle? Pues… ¡la de Micaela!”, dice entre carcajadas mientras acomoda sus lechugas.
Vecinos, comerciantes, repartidores, nadie sabe cómo se llama. No hay placas. No hay actas. “A veces le decimos ‘la calle de la salida del Carro Verde’, o ‘la de doña Mica’, pero nadie tiene claro su nombre verdadero”, comenta el señor Julián, cliente del depósito. Lo más curioso, quizás, es que los recibos del agua, la luz y hasta los paquetes de paquetería llegan puntualmente. ¿Cómo? Algunos se preguntan si el GPS tiene una especie de intuición sobrenatural.
La calle está ahí, viva, útil, concurrida. Pero no tiene nombre. Es una especie de grieta en la lógica urbana, una falla en el sistema, un espacio que existe solo porque la gente lo habita. Y quizá por eso, por ese olvido involuntario, conserva un aire auténtico, un algo que ya no se ve en muchas partes de la ciudad.
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