GUANAJUATO

El error fatal que le costó la vida al cura Miguel Hidalgo

A las tropas Insurgentes se había unido Ignacio Elizondo, un hombre ambicioso y en busca de poder. Cuando marchaban de Saltillo a Chihuahua el 21 de marzo, Elizondo los tricionó y capturó Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez y Abasolo

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Guanajuato.- Los planes independentistas de Miguel Hidalgo marchaban bien. Ya había decretado la abolición de la esclavitud, del sistema de castas y la devolución de tierras a los indígenas, entre otras cosas. El camino hacia un México independiente estaba creciendo y él lo estaba viviendo, pero cometió un error fatal: confiar en un traidor.

Era el noviembre de 1810. Los Insurgentes, comandados por Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y Juan Aldama, tenían ocupadas Querétaro, Guanajuato y Guadalajara e iban por más estados. Poco a poco se acercaban a la Ciudad de México.

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Los Realistas, fuerzas armadas españolas, reaccionaron ante la posibilidad de que la capital del Virreinato fuera la próxima en ser ocupada y esto generó que numerosos contingentes populares sin armas, disciplina ni entrenamiento se unieran a los Insurgentes, pero salió mal y eso terminó por desestabilizarlos. La desorganización su derrota en algunas ciudades.

Para enero de 1811, el enemigo de la independencia mexicana, que hasta ese momento era España, se personificó. El general español Félix María Calleja del Rey estaba detrás de cada derrota de los Insurgentes y los militantes comenzaron a desertar.

Esto obligo a Miguel Hidalgo y Allende a buscar ayuda en Estados Unidos. Ese fue el inicio del último viaje del Padre de la Patria.

El traidor Elizondo

A las tropas Insurgentes se había unido Ignacio Elizondo, un hombre ambicioso y en busca de poder. Marchó a lado de Hidalgo y Allende y se ganó su confianza. Elizondo, que deseaba autoridad, pidió a los hoy héroes de la Patria un ascenso militar. Ellos no se lo dieron. Él prometió vengarse.

Cuando Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez y Abasolo marchaban de Saltillo hacia Chihuahua, el 21 de marzo de 1811, los planes de Elizondo se consumaron y aprehendió a los líderes del movimiento. Junto con ellos, capturó a mil trescientos Insurgentes.

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Los prisioneros fueron llevados a Chihuahua y los enjuiciaron. A Hidalgo lo presentaron 53 cargos en su contra y mientras él vivía cautivo en una iglesia, sus amigos y aliados, Allende, Aldama y Mariano Jiménez, fueron ejecutados el 26 de junio de 1811. Abasolo, que declaró en contra de sus amigos, fue condenado a cadena perpetua.  

La excomunión

El Padre de la Patria estaba esperando su turno para morir, la fecha de su ejecución estaba programada para el 26 de julio, pero su calidad de representante de Dios en la tierra prolongó su vida unos días más.

Para ejecutarlo, primero lo despojaron de su carácter sacerdotal. Lo sacaron en grilletes de su celda, lo vistieron como sacerdote y lo arrodillaron frente al crucifijo del Hospital Real de Chihuahua y a espaldas de decenas de asistentes.

La navaja de un cuchillo afilado cortó las yemas de sus dedos, impuros para un sacerdote rebelde que nunca más, a partir de ese momento, podrá tocar una hostia. Le cortaron el cabello y lo regresaron a su celda.

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Lo mataron el 30 de julio de 1811. Esa mañana solicitó que le dispararan de frente. No era un traidor, argumentó su defensa. Su último deseo se cumplió y murió.  

Los Realistas le cortaron la cabeza a Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez para exhibirlas en jaulas de hierro en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas en la ciudad de Guanajuato.

Pensaron que ese sería el mensaje que desanimaría a los Insurgentes, pero con la muerte de ellos nació la fuerza que faltaba y otro liderazgo apareció. Se trataba de un sacerdote, igual de rebelde y desafiante que Hidalgo. Era José María Morelos y Pavón.

PR