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Funcionaria de casilla: De la pesadilla al aprendizaje

El sentido y la contundencia del número de votos no permitieron al PRI operar en contra de los resultados

Escrito en NACIÓN el

Desde hace años he venido promoviendo y defendiendo el derecho humano a votar con libertad y como consecuencia, la liberación de las autoridades electorales, particularmente el anterior IFE y el actual INE, de su control por las burocracias electorales priistas. Si bien en las elecciones de 1997 y 2000 logramos la mayor presencia de ciudadanos independientes de los partidos en el Consejo General y en los consejos locales y municipales, a partir de 2003 empezamos a ver que nuevamente el PRI buscaba recuperar el control del entonces IFE.

Antes de la jornada electoral del día de ayer mi impresión era que esa recaptura era irreversible. Tenía información de lo que había sucedido en las elecciones para Gobernador en el Estado de México en 2017 y de lo que venía sucediendo en el funcionamiento del Consejo y la Junta Local del INE en ese Estado en la preparación de estas elecciones. Desde el Consejo local electoral hasta los consejos distritales, el dominio del PRI y de sus organizaciones afines era incuestionable. El acoso a los pocos consejeros independientes era una constante.

La copiosa votación del día primero de julio, donde el 63% de la población en la lista nominal salió a votar, me hizo ver con claridad que, aunque las autoridades electorales estén capturadas en una proporción elevada, la contundencia del número y el sentido de los votos les impide operar en contra. Cuando las diferencias en los resultados son pequeñas, pueden intervenir para modificarlas, pero les resulta suicida tratar de modificar una expresión tan contundente de la ciudadanía.

Pero además mi experiencia como tercera escrutadora en una mesa de funcionarios de casilla, en la zona de las Lomas de Chapultepec, a pesar de haber sido una pesadilla, en cierto modo, también me dejó muchos aprendizajes.

Todas las desconfianzas, todas las previsiones de ley, todos los lineamientos acordados en mesas cupulares de las autoridades electorales, terminan recayendo en el funcionario de casilla. Éste o ésta sin conocer el marco legal de esa función y con una capacitación limitada por su poca disponibilidad de tiempo, se ve obligado a trabajar entre 16 y 20 horas en algo que desconocen, que es muy enredado, con la amenaza de que si lo hace mal puede llevar a la anulación de los votos de su casilla.

Por eso quiero expresar toda mi admiración, todo mi reconocimiento a los cientos de miles de funcionarios y funcionarias de casilla que por su trabajo reciben un refrigerio y si no se lo queda alguien en la estructura de la organización, una pequeña remuneración.

Me tocaron dos refrigerios: uno con una medianoche con jamón y queso, una barra de amaranto, una manzana y un jugo de mango y otro con un Gatorade, un pingüino y unas galletas de Oreo. Logramos compartirlos con los representantes de partido y los funcionarios del INE y de IECDMX que nos acompañaron.

Afortunadamente los integrantes del equipo de la mesa nos organizamos y pudimos llevar una cafetera y café, agua, galletas y fruta. Para poder comer algo y por la zona donde está la sección, el costo de la paella que pedimos se llevó la mitad de los 450 pesos que nos dieron para gastos.

INE destaca alta participación en jornada electoral

Lo más gratificante de realizar esa función es el saber que uno está haciendo un servicio a la comunidad -por el cual muchas personas nos daban las gracias-  además del placer de reencontrase con vecinos que uno ha dejado de ver varios años.

También es una experiencia de observación sociológica interesante. Puede uno registrar la composición por edades y estatus social del entorno, la seguridad o el desconcierto con el que algunos llegan a votar, por ser su primera experiencia o porque nunca antes lo habían hecho o incluso, por la desconfianza con la que se aproximan a realizar su voto.

Hay votantes que pasan como silbido por el proceso, muestran seguridad, saben ya por quién votar y cómo hacerlo, otros en cambio, llegan con dudas de equivocarse, o se toman su tiempo, como es el caso de muchas personas mayores para los que cada elección trae nuevas reglas y nuevas boletas con más partidos. La lejanía de este grupo de las redes sociales y de la propaganda en medios de comunicación les dificulta más el cumplir con su deber ciudadano. No obstante, van y ejercen su derecho con bastón o andaderas, en sillas de rueda, con su oxígeno y frecuentemente acompañados por otra persona.

Ahora bien, la pesadilla consiste en todas las reglas, actividades, actas y papeles que los funcionarios de casilla tienen que cumplir y llenar. La actividad está permeada por la desconfianza. Para todo hay que esperar a los representantes de los partidos políticos: para iniciar la instalación de la casilla, para permitir el apoyo a una persona con discapacidad o para dar orientación a un votante. La sospecha flota en el ambiente.

Una vez instalada la casilla se abren las puertas y empiezan a fluir los votantes. Y entonces la pesadilla se hace más aguda: las boletas no se desprenden fácilmente de las fajillas que las sostienen en los cuadernillos. Empezamos a buscar reglas para facilitar la tarea, pero no vienen en el paquete de artículos de oficina y optamos por usar tarjetas de plástico. Dos de nosotros tuvimos que dedicarnos a desprender las boletas a la vez que marcábamos la credencial para votar y poníamos la tinta en los dedos. La pinza para hacer lo primero requiere de fuerza. Terminamos con las manos lastimadas y manchadas de una tinta que huele fuertemente a amoniaco.

Funcionarios de casillas realizaron el conteo de votos (Imagen de Expansión)

La constante eran los votantes que desconfiaban de los marcadores de boleta. La mentira propalada en las redes cundió e hizo efecto. O bien, traían sus propias plumas o nos pedían prestadas las de la mesa. El resultado fue la dificultad que después encontramos para localizar las marcas en las boletas para clasificar los votos pues en especial, las de tinta azul se escapaban a simple vista.

Algo que me pareció maravilloso es que las personas entendieron que era mejor marcar un solo recuadro, lo que facilitó la clasificación y el recuento de votos. Tenían claridad a qué candidato querían apoyar o a qué partido. Los votos para coaliciones fueron excepcionales. Curiosamente nadie se pronunció por un candidato ficticio o no registrado y los votos nulos fueron mínimos.

Iniciamos la instalación de la casilla a las 7:30 horas, la abrimos a las 8:34 y cerramos a las 18:00 horas. Cerca de once horas recibimos a 365 personas que acudieron a votar.

Desde ese momento hasta las 00:15 horas estuvimos cumpliendo el tedioso y complejo rito de contar los votos. Primero, cancelar cada boleta que no fue usada, contarlas y ver si era compatible la cifra con el total de boletas entregadas y utilizadas y cotejarlo con la cuenta de votantes con sello de “votó” de la lista nominal. Empezar a llenar las actas que son como ocho o diez de cada votación, la federal y la local. Además, hay que hacerlo con tal fuerza como para asegurar que se trascriba a las innumerables copias que hay que entregarles a los partidos y que tiene que ir para el PREP fuera del paquete electoral, otras dentro del paquete electoral y otras en sobres espaciales. Algo absolutamente barroco, tedioso, cansado, resultante de la desconfianza.

Al vaciar las urnas y empezar a contar las boletas y ponerlas en un mantel que nos habían proporcionado para las posibles combinaciones de formas de votar, el aire las volaba y tuvimos que usar manzanas y paquetes de galletas para evitarlo. Indudablemente el ingenio se hace más agudo.

Hubo que contar las boletas que se sacaban de cada urna, luego clasificarlas y volverlas a contar para asignar los votos. Era contar y volver a contar boletas cuando todo no cuadraba perfectamente. A veces era por un voto que se había depositado en una urna que se abría después de hacer el recuento.

Además, los encargados de la elección federal y los de la local tenían que ir al mismo ritmo. Estaba prohibido adelantar la apertura de urnas del equipo que avanzaba a más velocidad.

Reglas, desconfianza y rigidez que llevan a cansar sin necesidad a los funcionarios de casilla. Pero no desistimos hasta acabar la tarea. Compartíamos un compromiso con nuestros conciudadanos de hacer bien el trabajo y de hacer que su voto se contara y se contara bien.

Realmente la elección la llevan a cabo cientos de miles de ciudadanos y ciudadanas en los lugares más recónditos, acompañados por capacitadores y auxiliares electorales, que en su mayoría son trabajadores eventuales. No son los consejeros y los Magistrados, algunos de los cuáles a pesar de sus altas retribuciones, están al servicio de los partidos políticos o de los intereses de hecho que buscan distorsionar la voluntad ciudadana.

Esta vez el hartazgo y la esperanza dieron un claro mensaje.


mlmt