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"Ni con un pegue se te quita el frío": el viacrucis de los indigentes

Como Pancho hay cientos de hombres y mujeres en condiciones de calle que ha llenado los albergues ante el descenso de las temperaturas de las últimas semanas

Escrito en ESTADOS el

Monterrey (La Silla Rota).-  “Por lo menos aquí tenemos  un plato de comida caliente y una cama, el frío esta canijo, ni con un pegue (trago de alcohol) se te quita. Aquí es mejor que la calle, aunque bajando el friazo me regreso a ver que pesco en las calles”, dice Pancho, un sexagenario que llegó a un albergue a resguardarse del gélido invierno.

Como Pancho hay cientos de hombres y mujeres en condiciones de calle que ha llenado los albergues ante el descenso de las temperaturas de las últimas semanas:

“No me quieren en mi familia, hace muchos años me salí, me corrieron, me quitaron todo, vivía bien, nada me faltaba”, explica Samuel que acepta que al estar en un albergue "le pierde", porque en la vía pública consigue dinero.

Ambos tienen en común el penetrante olor a alcohol y el aroma de la ropa sucia que ha permanecido en su cuerpo por semanas, aunque esperan que en el albergue municipal donde se ubican les regalen vestimenta para poder cambiarse.

 En otro centro de ayuda, en la colonia Garza Nieto, en el otrora temido barrio La Coyotera, está la iglesia Santa María de Goretti y junto a ella el Comedor de los Pobres, del Padre Roberto Infante, quien murió en 2006.

Ahí, desde 1961, año en que lo fundó el sacerdote, se da alimentos a cientos de indigentes, migrantes y personas sin recursos que no tienen nada que comer.

A Chicho la bebida lo llevó a la calle

Hasta el lugar llega a comer Chicho, no tiene casa ni familia y duerme en las instalaciones de la Cruz Roja y a  su lado come José  María, originario de Tamaulipas, quien vino a Nuevo León a buscar la vida, pero sólo encontró el comedor. Desde hace años lo visita, duerme en la calle, donde sea, “tengo esposa e hijos pero no me quieren porque bebo”.

En un rincón está Eduardo Garrido, de apenas 38 años quien afirma que hace más de 12 años sufrió un accidente laboral y ahora no puede trabajar porque sus manos y pies no se lo permiten.

“Ahora trabajo en lo que salga, algunos días lo tengo, pero mis piernas tiemblan, barro calles, junto vidrio y cartón para unos 50 pesos, pero vivo en el cerro del Mirador ahí duermo sobre tablas, pero ahora me voy al albergue”.

Muchos de ellos padecen enfermedades mentales: hablan frases todo el tiempo, muchas veces frases incoherentes,  otros son callados, se niegan a hablar y algunos más hasta violentos, pero a todos el común denominador que les identifica es la soledad y la condición de calle.

Algunos solamente van a los albergues o al comedor del Padre Infante a comer, pero regresan a la calle, se niegan a estar en un lugar de esos y van con su carga de cobijas, papeles y bolsas sin rumbo alguno.

Unos más son conocidos por provocar disturbios en la vía pública, algunos van a la cárcel por algunas horas, luego los sueltan. “Ya no les hacemos caso, ni los levantamos”, señala una mujer policía quien recuerda el caso de Alfonso López, quien ha estado dos veces detenido por pegarle a una dama pues argumenta que “de vez en diario hay que pegarle a la mujer para que sepa quién es el hombre.

Cuando el se "congeló" el sueño americano

Por lo menos en la última década se ha presentado el fenómeno de los migrantes, nacionales y  centroamericanos que se quedan en Monterrey tras no lograr cruzar a Estados Unidos.

Un ejemplo de ello es Ramiro, de unos 55 años, que llegó desde la Ciudad de México. Logró  llegar a Houston, Texas, donde dice, se casó, se divorció, perdió a sus hijos y lo deportaron. Luego tomó un autobús y al llegar a Monterrey decidió quedarse.

El vive en una vecindad donde paga 300 pesos por semana por un cuarto y cuando no tiene comida va al Comedor de los Pobres.

Artemio Hernández, de El Salvador, también fue deportado por las autoridades estadunidenses. lleva siete meses en Monterrey, pero no ha conseguido trabajo por falta de documentos y busca albergues para comer y dormir.

“Aquí no nos falta un plato de frijoles, un pucherito, tortillitas”, grita un hombre que  sale de comer y va a un cercano crucero a pedir una moneda.