Main logo

“Ya no hallamos cómo salir del charco de agua en el que nos ahogamos”

Estuvo 23 días enfermo de covid-19, enfermedad que mató a su hijo; debe tres meses de renta y todos los días intenta hacer reír a cambio de una moneda

Por
Escrito en ESTADOS el

La actual crisis, que acumuló el impacto de la pandemia a un magro crecimiento en los años previos, ha arrojado de su empleo o la forma de sustento a millones de personas en México. "Los sobrevivientes" es una serie no periódica de trabajos con los que La Silla Rota buscará contar a fondo las historias de familias que han visto desplomarse su nivel y modo de vida y cómo encaran la adversidad.

TUXTLA GUTIÉRREZ.- Cada mañana, Carlos Limber Suárez se toma entre 20 minutos y media hora para caracterizarse del payaso “Kaliche”, con el que tiene que salir a ganarse unas monedas en los cruceros y las avenidas más concurridas de esta ciudad. Con nostalgia, cuenta que desde que la pandemia se estacionó en Chiapas se diluyeron los contratos en ferias, escuelas, salones de fiestas e, incluso, con dependencias gubernamentales o políticos.

Originario del municipio de Simojovel, en la región norte de esta geografía sureña, “Kaliche” invierte unos minutos más para apoyar a “Sarita”, su actual pareja, quien a pesar de que tiene problemas auditivos y del habla, lo acompaña en esa búsqueda del pan de cada día.

A “Kaliche” y “Sarita” no solo se les acabaron los contratos. Mientras se pinta el rostro, el hombre alto, cabellera larga ondulada y de complexión robusta, confiesa que recién hace unos días salió de una crisis de salud por el coronavirus, que lo tiró en cama por lo menos 23 días. No pudo salir para ganarse esos pesos que le ayudan a pagar no solo la renta mensual de la vivienda que habitan, sino los servicios básicos, como agua potable.

“Ya no hallamos cómo salir del charco de agua en el que nos estamos ahogando”, se lamenta en entrevista con La Silla Rota, para luego denunciar que el gobierno estatal le prometió un crédito de 6 mil pesos para sopesar los estragos económicos de estos meses, pero el recurso nomás no llega. “De hecho ya me tocaría pagar mi primera mensualidad (risas)”.

Hace semanas, cuando la adversidad los asfixiaba, “Kaliche” buscó recursos de todas formas: vendió frutas con otro compañero payaso, luego comidas como el tradicional “cochito” o la bebida conocida como pozol, pero ninguna de estas actividades les redituó. Todo lo contrario: “nos lo tuvimos que comer”, ironiza.

Y no deja de lado la política, por lo que aprovecha para reconocer que con el PRI, la situación era distinta, pues los contrataban más seguido, lo que no sucede en la actualidad con la llamada 4T. “Al menos aquellos robaban, pero repartían, pero estos van a robar, pero no van a repartir”, suelta un chascarrillo.

LA CALLE DE LA RISA

Carlos, con 63 años cumplidos, vive desde hace al menos 4 décadas en el barrio Hidalgo (15 años en su actual domicilio), en la 14ª Oriente, entre 3ª y 4ª Norte, una calle conocida como “de los payasos” en esta capital tuxtleca, pues en ésta habitan al menos 8 familias dedicadas a ese oficio milenario: hacer reír a la gente.

En su vivienda, cuya fachada está rotulada con publicidad de su espectáculo, hay un pequeño altar en donde aparecen unos portarretratos de su exesposa y su hijo, con el fondo de una Virgen de Guadalupe y un par de veladoras al frente.

Además, en algunas de las paredes, las cuales presentan cuarteaduras, penden los ocho trajes de payaso que utiliza para sus presentaciones, al menos un par de zapatotes y un carrito especial para hacer tacos, negocio que emprende cuando lo atrapa más la necesidad.

LEE ADEMÁS: "Cerramos nuestro negocio, pero el próximo año tendremos nuevos sueños"

En ese espacio de 7 metros de frente por al menos 20 de fondo, Carlos y Sarita adecuaron una zona que hace las veces de recámara, pues prácticamente se improvisó (carece de ventanas y en vez de ello colocaron sábanas y lonas). Este cuarto colinda con el patio, donde tienen mesas y sillas, el baño y toda su vajilla.

De pronto, regresa en el tiempo y, sin dudarlo, advierte que su anhelo de ser presentador o conductor de radio se truncó, pues según él “no la armó” y, tiempo después, el payaso chiapaneco “Yin Pin” lo incursionó en el gremio de las narices rojas y las pelucas estrafalarias.

SARITA, SU PASTILLA ANTIDEPRESIVA

A pesar de que no sabe “ni un pelo” del lenguaje de señas, Carlos ha sacado el ingenio para arreglárselas con ella y llevar una vida en paz y con armonía. Si quiere comida china, con sus dedos índices se jala las órbitas de los ojos hasta que se asemejan a los de una persona asiática, para luego, con la palma de su mano, emular que está ingiriendo alimentos.

La respuesta de Sarita es una sonrisa de oreja a oreja y, de inmediato, parte las verduras necesarias y la carne para prepararla y que quede listo el guisado.

De manera chusca, Carlos muestra que cuando quiere un refresco, “una Coca-Cola, con mi mano me toco la cabeza, la ‘coca’ como le decimos, y luego me doy una palmada en las pompas (la cola), y con su mano hace la forma de un envase”. Se carcajea.

Desde que la conoció, hace tres años por medio de un compadre que se la presentó, a la mujer tuxtleca, de cuadro décadas de vida, no le “da empacho” disfrazarse de varios personajes, desde La Chilindrina, el Chapulín Colorado, Toy Story, Peppa o hasta de Pablito, de los Backyardigans. Prácticamente, como no tenía oficio, la vistió de botarga, lo que fue su debut.

“A pesar de que solo escucha un poquito y no habla, no sé cómo le hace pero lleva el ritmo en las canciones, cuando estamos en una presentación, ya sea en una escuela o en un salón… ella baila, lo hace muy bien”, confiesa Carlos, cuyo mote no nació precisamente con el payaso que creó, sino desde niño, por su propio nombre.

LA CRISIS QUE NUNCA ANTES SE SUFRIÓ

En Chiapas, en los últimos cuatro meses la covid-19 no solo ya cobró la vida de cerca de medio millar de personas y mermó la salud de 6 mil más, sino que -lo más grave- en este 2020 registra una caída de -9.40 por ciento de su economía, la peor de las últimas cuatro décadas.

Con 40 años de experiencia en el oficio de los payasos, Carlos externa que nunca, nunca, había vivido una crisis económica como la actual, pues si antes de la pandemia por covid-19 era contratado unas 10 o 15 veces en la semana, para amenizar fiestas, reuniones o actos masivos, hoy, si bien les va, los “jalan” a una o dos… pero al mes o, incluso, ninguna.

Durante el segundo trimestre del año se perdieron en Chiapas, por lo menos, 63.3 empleos formales diarios, según datos del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).

No obstante, la pandemia solo “desnudó” las ya de por sí precarias condiciones de vida de casi el 80 por ciento de los chiapanecos que viven en pobreza y pobreza extrema, como lo indica el Coneval. Peor aún, su raquítico nivel económico es comparado con algunos países africanos, como Mozambique.

Prueba de esto último es que, con base en el mismo Coneval (datos de 2015), una decena de sus más de 120 municipios presentaban una tasa muy alta de pobreza, entre ellos Chanal, San Juan Cancuc y Aldama con 99.6%, y San Andrés Duraznal y Nicolás Ruiz con 99.5 y 99.4%.

Mientras que otros aparecen en peores condiciones por pobreza extrema: el 79.8% de la población de Chalchihuitán la padece, mientras que San Juan Cancuc, Chenalhó, Oxchuc y Nicolás Ruiz superan los 75 puntos porcentuales.

Y, para colmo, el Banco de México reveló que, a pesar de que el primer semestre de este 2020 la entidad sureña registró un aumento en remesas de 0.7% en comparación con el año pasado, al menos en su segundo trimestre (abril-junio) éstas disminuyeron 8.7%, lo que se traduce en 533 millones de pesos (24.1 millones de dólares) que no llegaron a las familias chiapanecas en este lapso.

Además, se calcula que el Producto Interno Bruto (PIB) sufriría una caída de casi 10 puntos porcentuales para el cierre de este año. Una cifra histórica y demoledora.

Hasta el primer trimestre de este año, en Chiapas había cerca de 1.5 millones de personas en la informalidad, lo que equivale a casi el 74% de población ocupada, según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) que elabora el Inegi.

Servicio doméstico, actividad agropecuaria y empleos en unidades económicas formales pero que no brindan seguridad social, son los espacios considerados en ese estudio.

No obstante que la cifra de informalidad es elevada, para la Secretaría de Economía este porcentaje representó un descenso de al menos 6 puntos porcentuales comparado con el mismo periodo del año pasado.

Otro rubro que preocupa, se destaca, es que al menos 78 mil personas, de abril a junio de este año, no trabajaron ni una hora.

Según el estudio de la ENOE, en la entidad chiapaneca existen 2.1 millones de personas, mayores de 15 años, disponibles para generar bienes o servicios, es decir que 83 de cada 100 hombres y 34 de cada centenar de mujeres son económicamente activos.

DÍA DE REYES, LA ESPERANZA PARA RECUPERARSE

Si las vacunas anticoronavirus o los desaparecidos “picos” de la pandemia lo permiten, “Kaliche” estima que “lo bueno”, o la recuperación, se reflejaría para el 6 de enero del próximo año, en caso de que las presidencias municipales los contraten. Para las fiestas decembrinas de este año, dice resignado, “no vamos a tener ni para el pollito”.

Lo que más le preocupa (aparte de la pérdida de su hijo hace dos meses en Sonora, donde también era payaso) es que ya se le acumularon tres meses de renta, más otros adeudos, como el recibo del agua (como 300 pesos mensuales), que le ponen los nervios de punta y no lo dejan dormir ni siquiera cinco horas seguidas.

Mientras tanto, seguirá surcando las calles para obtener, al día entre 200 o, si bien le va, 300 pesos, según “lo que el corazón de la gente dicte”, pues si de algo está convencido es que no pide limosnas, sino que a cambio de una moneda, él otorga una “yoyo-pelota” y, lo mejor, una gran sonrisa pese a la adversidad que vivimos todos en Chiapas y en el resto del país.

A veces me dice la gente: ‘payaso, estás galanote para chambear en otra cosa’, y ya les contesto que me digan dónde hay uno, porque en estos momentos no hay nada

“Kaliche” se sienta en una silla de plástico colocada en una especie de antesala de su vivienda (por la cual paga $1,500 pesos mensuales de renta), cuyas paredes —advierte él mismo— podrían caerse en cualquier momento.

Desde ahí, quien está convencido de que payaso que no ha llevado un garrotazo en una fiesta no es payaso, acepta que, a pesar de “ya le agarró el modo” a la pandemia, solo cuenta las horas para regresar a sus “shows en vivo y a todo color” y sacar los mejores chistes o trucos, como el de la jarrita o “lota hindú”, el cual es parte de su repertorio desde hace como 30 años, y la gente aún se ríe.

Aunque para él uno de sus sueños o metas es tener un terreno o coche para moverse, junto a su amada (de 40 años) a escuelas u otros lugares, al final de cuentas externa que lo más importante es el dinero que conseguirán para comer en el día.

SUFRIMIENTO TRAS SUFRIMIENTO

Detrás del maquillaje y de su vestuario, de esos colores que alegran su rostro y su cuerpo, también se guardan momentos de tristeza, como hace cuatro años, cuando su esposa María del Carmen Ruiz Sánchez, con quien estuvo casado por 38 años, partió de este mundo luego de padecer bronconeumonía.

Antes de conocer a Sarita, recibió el apoyo constante de amigos y vecinos, quienes le llevaban comida u otra cosa que requiriera. “Por eso busqué a otra persona, porque si uno se enferma, no hay quién te haga un atolito o quien te rasque la espalda, como decimos por acá”.

La “estocada” a su estado anímico recayó cuando su hijo José Alberto, de apenas 37 años de edad, fue consumido por el SARS COV-2 en el norte del país, a donde se fue “para despejar la mente” porque no soportaba el dolor por el deceso de su mamá.

De hecho, lo recuerda con mucho cariño, pues aparte de que se desenvolvía como el payaso “Ilusión” o “Gasparín” desde los 8 años era enfermero en un hospital público de Tuxtla Gutiérrez, donde lo reconocían por su calidad humana: prueba de ello es que lloraba cuando fallecía un paciente.

Pese a su muerte, Carlos no pudo estar cerca de su hijo por falta de recursos y solo está en espera de que el próximo 29 de agosto las cenizas lleguen a Tabasco, de donde era originaria su esposa.

Me dijo que quería distraerse, estaba muy golpeado y se fue a Sonora con un amigo. Pero, por desgracia, se puso un poco mal del hígado y en eso se le atraviesa el coronavirus

“Mientras estuvo por allá, en el norte, José incursionó en la hotelería como camarero, donde aprovechaba algunos momentos para continuar con lo que sabía hacer: llevar humor a baby showers y despedidas de soltera, entre otros. “Te puedo decir que, con o sin maquillaje, él tenía ese don para ambientar las fiestas”, afirma.

Si algo sabe de su hijo es que tenía “chispa” para ese oficio. Cuando le preguntaban si le gustaban los niños, “contestaba que sí, pero de lejos, pues de repente le afloraba su carácter de hombre serio”, comenta “Kaliche”.

También le duele cuando rememora el pasado de Sarita, madre de dos hijas que tuvo, al parecer, producto de violencia sexual por parte de quien se encargaba de ella.

No las pudo registrar como suyas porque ella misma carece de un acta de nacimiento; su mamá la dejó desde pequeña y ese señor, quien según era el papá, que no lo creo, les puso el apellido a esas niñas, hoy mayores de edad, por eso intuyo que abusó de mi Sarita

Pese a la adversidad y a la pandemia, resalta las cualidades de su pareja quien, si no hay chamba como payasita, le busca de todas formas, inclusive hasta lavar ropa ajena o hacer el aseo en las casas o cuidar niñas de una vecina.

Para ellos, Dios ha sido bueno, porque a pesar de las carencias, de no contar con seguridad social, cuando tienen una necesidad aparece la bondad de la sociedad.

Cuando alguien de ellos ve mermada su salud, aparece la mano de su amigo “de hueso colorado”, el médico Rodolfo Narváez, quien no solo le otorga la consulta sin costo alguno, sino que además le da los medicamentos y, si no los tiene en ese momento, le regala dinero para que los compre.

CON POCO TIEMPO PARA EL RELAX

Casi todos los días se levanta a las 4:30 de la mañana, su horario predilecto porque se entera de las noticias “más frescas” y, de paso, se empapa para tener tema de conversación. Le gusta estar informado, confiesa quien tiene dos hermanos que también se dedican a ser payasos y su hermana como imitadora de Paquita la del Barrio.

Para él no hay un día especial para salir a pasear, pues el trabajo lleva implícito esa diversión, más cuando tienen que viajar a otros municipios, “si hay que quedarse, pues nos quedamos, de hecho salimos a buscar contratos más con las escuelas”, las cuales por lo regular requieren de sus servicios porque su menú humorístico tiene un toque educativo, una enseñanza.

“Yo les digo (a los directivos de los centros escolares) que si trabajo mal, que no me paguen y si soy grosero, tampoco”.

Su día termina entre las 10 y las 11 de la noche, pues al siguiente tienen que estar listos para regresar a los cruceros y avenidas a ganarse la papa.

KILOMÉTRICO, OTRO COMPAÑERO DE BATALLA

Gustavo Coutiño Espinosa se acomoda en uno de los sillones de la casa de “Caliche”, su amigo y compañero de batalla. Sin embargo, a diferencia de este último, el payaso “Kilométrico” decidió, ante la falta de eventos, dedicarse a la venta de alimentos, porque a él le da pena salir a las calles vestido de colores y con su peluca.

Como a “Kaliche” y “Sarita”, a Gustavo, su esposa y cinco hijas también les ha impactado la crisis por la covid-19, pues no son contratados en otros municipios del estado, como parte de las giras que estaban acostumbrados a efectuar todas las semanas. 

“Nos afectó mucho en lo económico, y si de por sí ya estaba bajo el negocio porque hay muchos payasos, hoy la situación es peor”, confiesa quien tras “hacer memoria” deja en claro que a la última fiesta (un baby shower) que acudió caracterizado fue el 24 de marzo pasado.

“Kilométrico” tiene la renta encima, pero con el apoyo de su hermana, quien trabajaba como taquillera en el Circo Atayde, pagó tres meses de alquiler y, además, se compró un automóvil usado para comercializar frutas y verduras y, últimamente, para vender garrafones de agua y con ello sacar unos 200 pesos diarios, más lo que obtenga su esposa.

“Hemos tenido mucha bendición, porque al menos quien nos renta la casita nos apoya, nos cobra menos, y ahí la vamos pasando”, revela quien sabe lo que significa ser un sobreviviente de SARS COV-2, aunque con síntomas leves como la pérdida del gusto y del olfato, y un poco de tos.

El hombre espigado, con cerca de 5 lustros como payaso, lamenta que los apoyos gubernamentales sean escasos o nulos, pero tiene “un as bajo la manga”: que las autoridades no les regalen nada, sino que los contraten no solo a él y a su familia, sino a más payasos, para grabar programas y transmitirlos por televisión o internet, por ejemplo, los domingos.

Con ello, refiere que se ganarían un recurso y, de paso, llevarían diversión a los hogares, “pero no se han ni intentado hacer algo así y ya estamos muy desesperados”.