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Tijuana: la desesperación ganó y migrantes se quedaron a vivir

A un año de la crisis migratoria, los albergues en esta ciudad fronteriza lucen semivacíos; centroamericanos decidieron trabajar y rentar viviendas

Escrito en ESTADOS el

“Cuando ya uno se encuentra acá, no es lo que uno piensa”, dice Yesenia Ardón sentada detrás de un pequeño escritorio colmado de folletos sobre migración, derechos humanos y otros similares.

Ella dejó El Salvador no para cruzar a Estados Unidos sino para venir a Tijuana, y ahora es coordinadora voluntaria en el albergue Movimiento Juventud 2000, ubicado apenas a un par de kilómetros del cerco que divide a México de Estados Unidos.

Le da varias monedas a otra mujer para costear algunos platos de comida y el olor del alimento caliente impregna el refugio en el que permanecen algunos de sus connacionales.

 

Porque ya pasó poco más de un año desde que llegó la tumultuosa Caravana, y aunque la comunidad centroamericana es menos visible, aún tienen presencia en estos refugios.

Algunos se fueron desmotivados por las pocas posibilidades de conseguir asilo o la falta de dinero para sostener la espera en México. Solo quedan los que se aferran a la esperanza del asilo en el país del norte.

Mientras Yesenia platica, niños y niñas se sientan en las mesas de plástico recién instaladas junto a las pequeñas casas de campaña en las que llevan meses durmiendo. 

Detalla que hay 10 familias centroamericanas retornadas de Estados Unidos que siguen su trámite, y la cantidad bajó porque en diciembre tenían 115 personas, incluyendo 60 menores de edad.

Según cifras del Instituto Nacional de Migración (INM), entre enero y noviembre Estados Unidos retornó a 11 mil centroamericanos por Baja California como parte del programa “Remain in México”.

Lo dijo a inicios de diciembre, cuando el gobierno federal inauguró en esta ciudad el Centro Integral para Migrantes donde los recibiría. Aunque inició funciones al menos seis meses después de su anuncio, cuando el flujo de migrantes ya había disminuido.

Ese mismo sitio en sus primeras dos semanas había dado apenas entre 20 y 30 servicios, además según datos no oficiales, hoy da techo a unas 70 personas.

“Ha estado aumentando”, dijo el vocero de un funcionario federal, aunque la nave industrial rentada en las inmediaciones de una colonia retirada de la franja fronteriza tiene capacidad para 3 mil personas.

En ese lugar está Esperanza Tuch con su esposo, una hija y un hijo adolescentes, esperando para regresar ante el juez de migración.

La familia guatemalteca fue recibida por autoridades mexicanas en Mexicali cuando salía de su primera cita, y dejaron la capital del estado donde pagaban un asilo en el que afirman no tenían alimentos.

“Preferimos ver aquí para quedarnos solo unos dos días o un día. Pero al ver el establecimiento nos gustó, nos quedamos”, comenta.

Yesenia comenta que no todos los migrantes aceptan ir al centro donde el gobierno mexicano prometió facilidades para la estancia temporal o de regularización si deciden quedarse en México.

“Mucha gente dice que está muy lejos y retornan a los diferentes albergues”, afirma.

Por ejemplo Irma Santos acaba de regresar con sus dos hijos de tres y seis años de edad al albergue Movimiento Juventud 2000.

Viene de “la hielera”, una de los espacios en las que Estados Unidos mantiene esperando a los migrantes antes de pasar con el juez.

“Es una bodega más grande que esta, donde están tirando aire, y bien aseado. Nítido. Es un cuarto muy frío. Frío, frío. Allí no se ve el día ni la noche”, cuenta.

Yesenia piensa que es una de las medidas que las autoridades norteamericanas usan para desalentar a los centroamericanos, pero ni Irma ni Esperanza piensan desistir, aunque tendrán que esperar en Tijuana al menos un par de meses más y regresar a “la hielera”.

“¿Me hubiera quedado en Guatemala, a qué? ¿A ver cómo le van tirando tierra sobre mi hijo, mi hija o mi esposo? ¿Enterrándolo?”, pregunta Esperanza. 

La coordinadora voluntaria también sabe que hay una nueva caravana buscando cruzar México, y aunque cree que autoridades y asociaciones civiles están mejor preparadas para atenderla si llegara, piensa que serán contenida en el sur del país.

“Si me preguntaran qué le diría a la caravana que viene. Le diría que sí están amenazados, que sigan su camino. Si no están amenazados, si vienen simplemente porque escuchan lo bonito, que no lo hagan”, comenta.


(Brenda Lugo)