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Migrantes, amontonados y en la mendicidad en tierras chiapanecas

Durante los primeros cuatro meses del año, la Comar ha atendido a cerca de 32 mil migrantes; el año pasado, la cifra total fue de poco más de 40 mil

Escrito en ESTADOS el

TUXTLA GUTIÉRREZ.- Con base en datos de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), de enero a abril de este año ha recibido 31 mil 842 solicitudes de refugio, un aumento de más del 300 por ciento comparado con todo el año pasado, cuyo total de personas atendidas fue de 41 mil 223.

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Del año 2019 a la fecha, Honduras es el país que más migrantes atendidos registra la Comar, es decir poco más de 60 mil; en 2020, la cifra alcanzó los 15,476, pero en lo que va de este 2021, el flujo migratorio hondureño se disparó: 15,842.

No obstante, esta saturación comienza a generar una especie de crisis en la frontera sur, sobre todo en ciudades como Tapachula y Tuxtla Gutiérrez, pues los miles de indocumentados varados en estas zonas, en muchas ocasiones tienen que vivir de lo que la sociedad les regala, desde una moneda, comida, ropa, un vaso de agua, pues por su misma condición, les niegan empleos u otro tipo de apoyos.

La situación se complica, incluso, porque en las estaciones migratorias, a la mayoría, les niegan sus tarjetas especiales para poder transitar por territorio mexicano sin ningún problema.

En la capital de Chiapas se vive una situación preocupante, pues es más común observar a migrantes, solos o en grupos o familias, divagar por sus calles y avenidas.

PARÁLISIS LO LLEVÓ A MEDIGAR

Mario García Pérez está sentado en una esquina de la zona centro de Tuxtla. Desde hace 25 años, salió de su natal La Lima Cortés, municipio de Honduras, para dirigirse a Reynosa, Tamaulipas, México, donde se dedicó al ramo de la construcción y consiguió el recurso necesario para sostener a su esposa e hijo.

Incluso, consiguió su credencial de elector, lo que lo acredita como naturalizado mexicano; sin embargo, su suerte cambió radicalmente el año pasado, y no por la llegada del covid-19, sino por un derrame cerebral.

 

Mientras pide una moneda a los transeúntes, el hombre de medio siglo de vida recuerda que a principios de 2020 decidió viajar a su tierra en Centroamérica para visitar a sus seres queridos, pero de regreso, cuando estaba en Tapachula, se sintió mal.

En ese entonces, se transportaba en un autobús, pero como su salud se empezó a complicar, solicitó bajarse y fue cuando se desplomó del intenso dolor en su cabeza.

Hoy, Mario se quedó estancado en Tuxtla, adonde llegó para vivir mientras, según él, se recupera, “solo yo y mi Dios”. Al menos medio cuerpo no puede mover, por lo que no le queda de otra que solicitar la ayuda humanitaria.

De lo poco que consigue en las calles, le alcanza para probar alimento, al menos una vez al día, pagar un cuarto en una posada y, si tiene suerte, ahorra un poco para comprar, cada semana, una caja o botecito de pastillas (su losartán) para la presión arterial, lo que no le puede faltar.

De manera continua, el varón se soba su brazo y pierna izquierdas, las cuales están inmóviles. Sentado sobre un cojín que él compró para permanecer por varias horas en una esquina, espera que las monedas caigan en su mano como bendición.

   

Está solo, hoy más que nunca, pues su mujer lo dejó, y su vástago ya hizo su vida; tiene su propia familia. Si logra recuperase, Mario augura retornar a Reynosa, y conseguir un empleo de lo que sabe hacer: la construcción.

Prefiere, según él, no contar más sobre lo que vivió en Honduras y el motivo por el que dejó su país. Solo advierte que, en todos lados, la violencia está presente. “Dicen que en Reynosa es peligroso, ¡pero mire, sigo vivo!”, externa quien, desde que aterrizó en este país, se hizo aficionado del equipo de futbol Chivas.

COMEDOR “PALPA” AUMENTO DE MIGRANTES

Entre la 2ª Norte y 2ª Poniente de esta ciudad tuxtleca se ubica un comedor comunitario para personas en situación de calle o que no cuentan con los recursos suficientes para, al menos, llevarse algo al estómago.

En ese lugar, la afluencia ha aumentado de forma significativa durante la pandemia, pues antes de que el covid-19 llegara, a diario eran atendidas entre 60 y 70 personas, pero en la actualidad la cifra se elevó: al menos 150 por el mismo lapso.

Mayoli López Vázquez, responsable de este lugar, advierte que de ese total, entre el 30 ó 40 por ciento son migrantes. A cambio de una cuota voluntaria de 5 pesos, una persona puede llevarse el plato del día y un vaso de agua fresca.

De hecho, la necesidad es mayúscula, y son jóvenes quienes, por lo regular, más acuden a este lugar. “Si un hermano no tiene, pues no se le niega”, dice.

La también coordinadora de Pastoral Social acepta que este comedor comunitario, el cual está abierto de lunes a sábado desde hace 15 años (y es el único que no cerró sus puertas pese a la pandemia), es posible gracias al esfuerzo de las parroquias San Roque-San Bartolomé y la de Guadalupe.

Como la necesidad es grande, más ahora con la emergencia sanitaria, las cerca de ocho encargadas de este comedor demandan la ayuda de la sociedad, sobre todo mediante víveres con los cuales puedan preparar los alimentos, e incluso paltos, vasos y cubiertos desechables para repartir los mismos. De hecho, si se puede, también solicitan manos para apoyarlas, pues el número de atención creció.

“Todo se hace de corazón, con mucho esfuerzo, y vemos que cada vez más se suman las personas para donar”, advierte Mayoli quien, de igual forma, reconoce que los migrantes “se las ven duras” en su paso por Chiapas, pues una de las “trabas” que les ponen es conseguir la tarjeta que les garantice una estancia tranquila y segura.

Además, sabe que la situación económica también es precaria, y quienes la “pasan más o menos”, son aquellos migrantes que tienen familiares en los Estados Unidos, quienes les envían dinero para que sobrevivan mientras están en México.

Quienes no, evidencia, buscan el apoyo de la gente, en las calles, o quien les preste un espacio para descansar y, si se puede, asearse.


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