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María y Mónica: las asaltan, las matan y autoridades de Chiapas lo ocultan

Madre e hija, guatemaltecas, fueron asesinadas durante un asalto al camión de pasaje; soldados vestidos de civiles lograron matar a uno de los delincuentes

Escrito en ESTADOS el

TUXTLA GUTIÉRREZ.- Casi a la medianoche del pasado 6 de abril, dos sujetos sacaron sus armas de fuego y apuntaron a los pasajeros que viajaban en una camión de la empresa Ómnibus Cristóbal Colón (OCC), de San Cristóbal de Las Casas a Tuxtla Gutiérrez, para despojarlos de sus pertenencias.

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Sin embargo, nunca imaginaron que dentro de la unidad también estaban militares vestidos de civiles, quienes les dispararon. De la refriega, uno de los asaltantes cayó abatido y el otro huyó, entre la maleza.

Hasta este lunes, esa era la información que circulaba en pocos medios informativos locales, pero no en la Fiscalía General del Estado (FGE), misma que aún no ha emitido información sobre este caso.

Sentado en una banca del Parque Central de esta capital, Herman Manuel López del Valle cuenta otra historia: de ese asalto fallecieron tres personas más por impactos de bala, entre ellas su esposa María Eugenia López del Valle, de 39 años de edad, y su hija Mónica Patricia, de 9, con quienes se dirigía al municipio de Amatenango, Chiapas, para trabajar en una finca donde los contrataron para cortar café.


Desde ese día, el jubilado como mayor de Infantería del Ejército de Guatemala y ex kaibil ha recorrido las calles de esta capital para buscar justicia por su esposa e hija, así como para conseguir algo de dinero y alimentarse, pues por el momento duerme en la intemperie, cerca del Mercado de los Ancianos.


HUYERON DE LA VIOLENCIA, PERO EN MÉXICO ÉSTA LOS RECIBIÓ

Herman y su familia decidieron, como muchos, abandonar el Departamento de Jutiapa, Guatemala, frontera con El Salvador pese a no tener documentos para ello, porque ya no soportaban el asedio de las pandillas, a quienes les pagaba mil quetzales a la semana para que los dejaran “en paz”.

Allí, dice, de alguna forma vivían económicamente bien porque él, como parte las fuerzas castrenses “chapinas”, recibía al mes una pensión superior a los 36 mil pesos mexicanos.

Pero, ante esa desesperación, decidieron tomar el autobús en La Mesilla, en su país natal, para trasladarse a Amatenango. Lo que nunca imaginó es que dos hombres armados, según él con acento colombiano, acabarían por sepultar sus anhelos.

Herman, de 60 décadas de edad, no recuerda si hubo más personas muertas, pero lo que sí se le viene a la mente fue el trato que le dio la autoridad chiapaneca: tenía que pasar por una tramitología exhaustiva ante las instancias judiciales para denunciar los crímenes, y luego lo intentaron “encarcelar” en una estación migratoria.

REPATRIACIÓN SIN EL ÚLTIMO ADIÓS

Mientras tanto, los cadáveres de sus familiares fueron repatriados a su tierra de origen, donde uno de sus hijos, el cual procreó con otra de sus 14 ex esposas, se encargaría de darles la cristiana sepultura porque él, a como dé lugar, ya no desea retornar.

“El Consulado Guatemalteco me regaló los ataúdes, y de México, solo recibí el apoyo de la Guardia Nacional, eso sí lo tengo que reconocer”, acepta quien, en sus tiempos libres, “porque no me gusta estar de güevón”, invierte sus fuerzas en la siembra de maíz y frijol.

En la actualidad, el varón de estatura alta, solo carga una bolsa de plástico y la ropa y calzado que trae puestos, más un palo que le sirve de bastón, pues se le dificulta caminar, además de que sus nervios los tiene alterados desde que observó cómo su mujer y su niña quedaron tiradas en ese camión de pasajeros, muertas, entre sangre.

No sabe cómo le hará, pero de lo que sí está seguro es de que su fe en Dios le permitirá vivir en México, donde intenta empezar de nuevo. “Sé que como kaibil hice mucho mal, matón, fui malcriado, en su tiempo, durante la Guerra Civil, pero ya me arrepentí”, evidencia quien, con la voz casi quebrada, acepta que el asesinato de sus seres queridos fue designio del Todopoderoso y no guarda rencor.

Herman voltea, con desesperación, de un lado a otro. Teme que, de repente, alguien llegue y lo asesine.

“Porque esos desgraciados, estoy seguro, eran de Colombia; pero acá estoy, porque a pesar del miedo, también tengo valor para decirlo públicamente, y si me van a matar, que lo hagan…”

Según él, antes pensaba que las autoridades guatemaltecas eran corruptas, pero ahora está más que convencido de que, en México, la situación es peor, pues corre más peligro. “Tengo que seguir, no me queda de otra, porque, como te dije, ya no quiero volver (a su nación)”.

Mientras tanto, buscará una iglesia cristiana para hallar el cobijo espiritual y continuará en el rastreo de “una sombra” donde pasar la noche, en espera de que, una vez que junte dinero, pueda continuar su camino, o en su momento, acudir ante la burocrática Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), como él la nombra.

“Porque por ahora, soy ilegal, y el ladrón sobreviviente se llevó todo: joyas, teléfonos celulares; mis maletas saber dónde quedaron… no tengo nada”.

La Silla Rota solicitó la versión de la FGE, sin embargo se deslindó e incluso advirtió que el caso le correspondía a la Fiscalía General de la República porque el evento se suscitó en un tramo carretero federal.

No obstante, la jefatura de prensa de esta última instancia dio a conocer que, con base en el jefe regional de la Policía Federal Ministerial, no pusieron a disposición dicho caso, “porque es del fuero común, o sea de la FGE”.

esc