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Madres de migrantes desaparecidos, la otra crisis migratoria

Un grupo de madres centroamericanas emprende un viaje por México con la esperanza de que su hija o hijo aparezca en el camino, luego de desaparecer en busca del sueño americano

Escrito en ESTADOS el

Desde hace 15 años, un grupo de madres centroamericanas emprende un viaje con la esperanza de que, durante la ruta trazada, su hijo o hija aparezca en el camino. De por sí “golpeadas” por la pobreza y la violencia de sus países, se enfrentan a otro viacrucis: la delincuencia organizada en México que, a través de sus miles de “halcones”, les vigila los pasos; les rastrea cada movimiento.

Aunque están conscientes de que, en la puerta de sus casas, o en la terminal de autobuses, o incluso en manos del “coyote” despidieron a sus seres queridos para darles la bendición en la búsqueda del sueño americano, en la mayoría de los casos, para ellas comienza una pesadilla: la incertidumbre de lo que les sucedería.

Aracely Aguilar Larios es una de esas mamás desesperadas que, desde la semana pasada, se subió al camión que transporta a otras 43 compañeras que también van por las pistas de sus “retoños”. Desde el 23 de enero de 2003, su vástago Julio César Aguilar Amador partió de Tegucigalpa, Honduras, su tierra natal —“azolada” por la Mara Salvatrucha— para probar suerte en Estados Unidos.

Aracely Aguilar Larios)

“Yuli”, como lo conocen familiares y amigos, llevaba a cuestas una mochila y dos títulos universitarios en mano: uno de perito mercantil y otro de contador público, pero hasta la fecha nadie sabe de él.

“A un muchacho, hijo de unos vecinos míos que ahora están en ese país, (Julio) le dijo que ya iba por Guanajuato, pero de ahí no pasó nada, se quedaron esperándolo”, cuenta la progenitora de 55 años de edad, quien se quedó en tierra hondureña con cuatro hijas, un hijo más y su esposo Eliseo García 

Julio, quien hoy alcanzaría los 36 años, tenía en mente ganar “más plata”, pues estaba sabedor de que un “lavaplatos” obtiene un mejor sueldo que un profesionista que se queda en Centroamérica, como lo que sucede en su nación, donde solo hay dos alternativas: pagar “piso” a los pandilleros, o ser uno de éstos.

Tanta ha sido la desesperación de Aracely por saber del paradero de “Yuli” que, su otro hijo, ya se aventuró hacia el país “de las barras y las estrellas” para rastrear a su hermano. El único resultado que obtuvo fue su deportación.

Con dolor de huesos y presión alta, a ella nada la detiene, y aunque dice que desde hace tiempo anhelaba empezar la búsqueda de Julio, la falta de dinero la detenía. “Pero entendí a mi hijo, migró porque había mucha pobreza, mucha delincuencia, él trabajaba de ayudante de albañil, y aunque en principio se fue por una causa, muy justa, todo se volvió tristeza pero para nosotros”, acepta.

Tras secarse las lágrimas con una servilleta, cuestiona lo que le suceden a todos los migrantes que atraviesan la frontera sur de México:

“¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué aquí todos se pierden? O al menos que el gobierno haga algo para encontrarlos”.

A pesar de la ausencia de “Yuli”, Aracely y su marido han impulsado, con esfuerzo, a su familia, incluso para que terminen una carrera. Ella vende ropa americana, paletas y “charamuscas” (dulces) en su casa, mientras que él maneja un taxi desde hace un cuarto de siglo. Y se esfuerzan más, dice, para juntar dinero y no cesar la búsqueda.

Cuando se bajó del autobús en Guatemala, como parte de la Caravana, Aracely —con la foto de su hijo colgada en su cuello— volteaba para todos lados y veía en cada rostro joven la imagen de su hijo, “no pierdo la esperanza que en esta ruta migratoria él aparezca, que salga… hace como cinco años, un conocido dijo haberlo visto en Huehuetoca (Estado de México), que iba con un pantalón café y una camisa rayada, por eso no pierdo la fe”, dice.

La búsqueda imparable de Lilian

Su matrimonio prácticamente estaba “fracturado”. Tanto era el hartazgo, que su mismo esposo le dio dinero y la llevó con el “pollero” para que la cruzara hasta tierra americana. Es el caso de Lilian Korina Ramos, cuyo paradero es incierto desde hace dos años.

Parada cerca del atrio de la Catedral de la Plaza de la Paz, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, Rosa Mata Ramos es otra de las mamás que “se embarcó” en la caravana desde Sonsonate, El Salvador, para ir tras las huellas de su hija, pues tiene fe de que aún esté viva.

Rosa Mata Ramos

La última vez que supo algo de ella, recuerda la progenitora de cuatro hijas, es que pisó suelo texano, pero también le aflora el instinto materno: cree que esta desaparición la planearían su exyerno y el mismo “coyote”.

“Eran las 8 de la noche, más o menos, me dijo que estaba a punto de cruzar Texas, y de ahí ya nunca más la volví a escuchar. Eso fue como a los 19 días que se fue de acá”, rememora Rosa quien, desde que se fue Lilian, cuida a su nieto de 12 años.

A la cansada mamá se le vienen los recuerdos de su “tesoro”, como la llama, y revela algunos detalles de ella: Lilian, quien tendría 26, era conocida por una gran parte de su comunidad, sobre todo por ser un ama de casa alegre, creyente de Dios y que nunca se metía en problemas con nadie.

Rosa no solo enseña la foto de su hija, sino otro “puño” más de madres conocidas que le pidieron que las apoyara en la búsqueda de sus hijos, pues por dinero no tienen cómo viajar, además de que la Caravana no puede ser “tan musculosa” por cuestiones de seguridad.

Kevin, Del sueño americano a la cárcel

María Herlinda Ramírez perdió contacto vía telefónica con su hijo Kevin desde el 2013, pero después se enteró de que él purga una condena en una prisión de Coatzacoalcos, Veracruz, desde hace seis años, acusado de delitos como: extorsión, violación y asesinato en primer grado.

Con una fotografía de entre 30 por 20 centímetros que también cae sobre su pecho, salió de Comayagua, municipio de Taulabé, Honduras, para reencontrarse con su muchacho, a quien las pandillas lo “perseguían” desde el alba hasta el ocaso, para reclutarlo entre sus filas. Por eso huyó desde hace más de una década; en la actualidad él tiene 26 años.

María Herlinda Ramírez

Según María, a través de una señora lo localizó en el 2016: “Era mexicana, ya no tengo contacto con ella desde hace algún tiempo, pero la bendigo porque siempre fue un ángel, y por eso supe de Kevin”.

Para ella no solo la partida de su vástago le “ha pegado duro”, sino el maltrato que recibía de su exesposo y la violación sexual de la que fue víctima uno de sus nietos por parte de un integrante de la Mara Salvatrucha. El acoso era constante.

Sin embargo, no ha parado de trabajar, de lo que sea, para conseguir dinero y vivir mejor. Prueba de ello, es que se llevó a Kevin a Guatemala cuando éste tenía 14 años para protegerlo y que no lo mataran los vándalos. No solo “se exilió” de sus estudios, sino de sus sueños.

“Así nos separamos, nos destruimos como familia… él me ayudaba mucho, trabajó como peón de albañil, o en mis ventas como ambulante, y sufrimos aún más porque no tenemos un terreno propio donde vivir, y eso nos agobia”, externa la madre de dos hijas y otro varón menor de edad que se quedó en Honduras.

Se espera que durante la ruta de la Caravana de Madres Centroamericanas, María se tope, frente a frente, con Kevin, a quien aún le quedarían dos años de cárcel. Pero la “carga” es mayor para ella, pues una de sus hijas está en calidad de refugiada en Guatemala, con sus dos nietos.

El reencuentro

Horas antes de que se reencontrara con su hermana Socorro en la iglesia de Santo Domingo, en Tuxtla Gutiérrez, apenas el pasado martes, Claudia Joaquina Balladares muestra un poco de desconfianza e, incluso, timidez para hablar con La Silla Rota.

Son más de 16 años sin verla, sin saber nada de ella, hasta que el Movimiento Mesoamericano Migrante la contactó. Socorro se despidió de Orica Francisco Morazán, Honduras, su país de origen, para buscar una mejor suerte en Chiapas, y nunca volvió, ni se comunicó.

Su hermana no solo dejó su tierra para trabajar y lograr una mejorar calidad de vida, sino que también sacrificó el tiempo y la crianza de sus dos hijos y, de paso, provocó un “cúmulo” de tristezas entre sus familiares y amigos.

Aunque desde hace algunos años deseaba unirse a la Caravana, la posibilidad para Claudia se dio en este año, y eso le alegra mucho porque solo cuenta los minutos para fundirse en una abrazo.

“Todos estamos felices, allá en Honduras nos llaman a cada rato, me preguntan si ya la vi, y ahorita (Socorro) ya está arreglando sus papeles para volver”, dice la joven mujer, quien revela que sus esperanzas nunca desmayaron, pues estaban seguros de que su hermana estaba sana y salva.

Durante el recorrido que hace año con año la Caravana de Madres Centroamericanas, cada una de las cuales se conforma de máximo 50 integrantes, se han encontrado hasta la fecha a poco más de 300 personas migrantes desaparecidas.

Sin embargo, el Movimiento Centroamericano advierte que la cifra de desaparecidos oscila entre 70 mil y 120 mil víctimas; aunque hay quienes aseveran que ésta se queda corta, es decir al menos se triplicaría.