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"Las Poquianchis": asesinas y dueñas de burdeles

Las mujeres robaban niñas para prostituirlas, maltratarlas y después asesinarlas

Escrito en ESTADOS el

Las hermanas Delfina, María de Jesús, Carmen y Eva Valenzuela, conocidas como “Las Poquianchis”  fueron dueñas de varias cantinas combinadas con burdeles. Hijas de un elemento de Los Rurales, cuerpo policíaco dedicado a capturar asaltantes de caminos durante el mandato de Porfirio Díaz, poco después huyeron de Guanajuato para comenzar en Jalisco y cambiaron de apellidos por temor a represalias.

Tras el fallecimiento de sus padres, Delfina ideó un negocio con lo que habían heredado, una cantina en su pueblo natal, San Francisco del Rincón en Guanajuato. A la cantina se le sumaron los servicios de prostitutas.

En vista del éxito, decidieron inaugurar una sucursal en Lagos de Moreno, Jalisco. El lugar era muy similar a un motel, se rentaban habitaciones para encuentros sexuales.

Según Escrito con sangre, todo iba muy bien pero la mujer deseaba mayores ganancias, las mujeres de la vida galante eran obligadas a comprarle a ella: maquillajes, ropa, zapatos, inclusive alimentos.

Carmen estudió contabilidad y convenció a su hermana de convertir el negocio en algo legal. Fue así como un día abrieron al público el burdel más famoso de la zona: “El Guadalajara de Noche”.

Delfina tenía un hijo, Ramón Torres González “El Tepo”, el encargado de controlar a prostitutas y clientes del burdel y de pagar algunos sobornos.

“El Tepo” estaba ligado al contrabando de automóviles estadounidenses y un día las autoridades decidieron clausurar ese lugar. Ramón salió con fusil en mano a enfrentar a los oficiales, quienes lo acribillaron. Delfina observó como asesinaron a su hijo y no derramó una sola lágrima; pero contrató a varios militares que localizaron y asesinaron a los agentes judiciales que habían matado a su hijo.

Ambas hermanas decidieron regresar a Guanajuato, donde se reunieron con su otra hermana, María de Jesús.

María de Jesús trasladaba a jóvenes en camiones de redilas a los pueblos cercanos para ofrecer sus servicios en cuartuchos, en el campo o en cualquier lugar; era su modo de evadir a las autoridades.

Las hermanas decidieron unirse en un nuevo negocio, la ley no castigaba la prostitución en Guanajuato y era un punto a su favor. León fue la sede de su primer burdel: “La Barca de Oro”, en honor a la canción mexicana. Posteriormente, llego un segundo local en San Francisco del Rincón, resurgiendo nuevamente: “El Guadalajara de Noche”.

El local de “La Barca de Oro” había sido propiedad de un homosexual apodado “El Poquianchis”, y este alias le fue pasado a las hermanas Valenzuela. “La Barca de Oro” era más conocida como “el burdel de ‘Las Poquianchis’”.

Los burdeles eran un éxito.

 En 1962, las autoridades de Guanajuato decidieron clausurar los burdeles y cantinas de la ciudad.

Las hermanas solo tenían ahora “El Guadalajara de Noche”, en Lagos de Moreno.

Eva, la menor de las hermanas se trasladó a Matamoros, Tamaulipas, e inauguró “La Piernuda” y solicitaba a su hermanas enviarle “carne fresca” para mantener el negocio.

Las mujeres adquirieron un rancho llamado Loma del Ángel, que se convirtió en “el centro de operaciones”.

Delfina buscaba mejores ganancias por lo que cambió su forma de operación: tenían cómplices que se robaban a las niñas más bonitas de las rancherías o pueblos cercanos, sin importar si eran unas niñas; o se acercaban a los campesinos y les ofrecían trabajo de domésticas para sus hijas.

Tras arribar al burdel con las niñas, “Las Poquianchis” las desnudaban y si tenían “suficiente carne”, eran violadas por sus cómplices, uno tras otro, vaginal y analmente; además eran obligadas a practicarles sexo oral y si mostraban resistencia eran golpeadas.

Posteriormente las chicas eran bañadas con cubetadas de agua helada, las hermanas les daban vestidos y las sacaban a atender a la clientela del bar, bajo amenazas. El hecho de que fueran las chicas de tan corta edad atraía más a los clientes.

Cinco tortillas duras y un plato de frijoles era la alimentación de las jóvenes al día.

A los veinticinco años, las jóvenes eran consideradas “viejas” y las mujeres se las entregaban a Salvador Estrada Bocanegra “El Verdugo”, las encerraba en el rancho, sin probar bocado ni beber por días, y sufriendo patadas y golpes con una tabla de madera que tenía clavo afilado.

Cuando la mujer estaba muy débil era enterrada viva en la misma propiedad. Algunas sufrieron planchas calientes sobre la piel, las lanzaban desde la azotea o les destrozaban la cabeza a golpes.

Las embarazadas, débiles o que no sonreían a los clientes eran asesinadas. Los bebés que nacieron fueron asesinados, solo un bebé sobrevivió, que fue vendido a un cliente que deseaba mantener sexo con él pequeño y posteriormente experimentar con él.

A las mujeres que eran muy populares y resultaban embarazadas les practicaban abortos clandestinos para continuar con los ingresos que les proporcionaba. Las chicas debían limpiar el lugar, cocinar y atender a “Las Poquianchis”.

María Auxiliadora Gómez, Lucila Martínez del Campo, Guadalupe Moreno Quiroz, Ramona Gutiérrez Torres, Adela Mancilla Alcalá y Esther Muñoz “La Pico Chulo” eran las prostitutas que terminaron siendo celadoras y castigadoras a cambio del respeto a sus vidas.

“Las celadoras” castigaban a las jóvenes arrastrándolas de los cabellos por todo el lugar para posteriormente meterlas en la habitación y darles de palazos hasta la inconsciencia. “La Pico Chulo” disfrutaba asesinar a palazos a las chicas, les destrozaba el rostro y el cráneo.

Por si fuera poco tanta crueldad, “las Poquianchis” comenzaron a practicar el satanismo, con el objetivo de obtener más dinero y protección.

Cada ingreso de “carne nueva” era la realización de un extraño ritual. Ellas formabas una estrella de cinco puntas con velas y veladoras encendidas, sacrificaban un gallo y, posteriormente, las hermanas se untaban sangre del animal sobre sus cuerpos desnudos. “Las nuevas” eran violadas y sodomizadas por sus cómplices y ellas disfrutaban de la escena.

Posteriormente obligaban a las víctimas a realizar un acto zoofílico con un macho cabrío o un perro, seguido de una orgía donde participaban todos.

Las hermanas tuvieron una nueva idea de negocio: la carne de los cuerpos de las prostitutas asesinadas era vendida por kilo en el mercado.

En 1964, una de las recién llegadas escapó. Catalina Ortega se escondió en el campo y llegó a la ciudad. Arribó a la procuraduría de León, donde denunció los hechos y docenas de oficiales acudieron al burdel y al rancho, detuvieron a todos y encontraron a las víctimas desnutridas, llenas de golpes, violadas y quemadas.

Ese no era todo el hallazgo, celdas de castigo, fosas clandestinas y trozos de carne lista para su venta.

Esta historia causó gran indignación, más de dos mil personas se acumulaban en las afueras de las cárceles porque deseaban lincharlas.

“Las Poquianchis” fueron trasladadas a Irapuato para asegurar su vida. Acusadas de casi un centenar de asesinatos, fueron sentenciadas a cuarenta años de prisión.

María de Jesús salió de la cárcel años después para desaparecer sin dejar rastro. Mientras Carmen murió en prisión de cáncer. Eva fue arrestada en Matamoros y terminó en un manicomio.

Se dice que las víctimas fueron liberadas y algunas se establecieron en las Estados Unidos, continuando en el mundo de los burdeles.

En Irapuato unos trabajadores remodelaban la prisión, cuando a uno de ellos accidentalmente se le cayó una lata con treinta kilos de mezcla de cemento sobre la cabeza de Delfina. La mujer agonizó durante quince días, con terrible dolor. Se dice que murió llorando.

La historia de “Las Poquianchis” fue inspiración de la novela Las muertas, del escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia, de la película “Las Poquianchis” de Felipe Cazals y del capítulo "Las Cotuchas, Empresarias" de Mujeres asesinas.


Con información de El Debate

fmma