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La Nochebuena en un asilo de San Miguel ¿Cómo es para ellos?

Con la esperanza de ser visitados María, Domingo y otros cinco adultos mayores adornan el asilo; ellos solo piden no desaparecer en el olvido en estas fiestas

Escrito en GUANAJUATO el

León-. Lupito no tiene a nadie, más que a una cuñada que “lo trataba mal”; Genoveva tiene sobrinas a las que no puede obligar a visitarla; Juana tiene una hija y un hijo que a veces van a visitarla; Domingo tiene 9 hijas que siempre lo ven “de prisa”; a María se le murió su mamá, y nunca de casó; Martha y Ely tienen familiares que no los procuran. Pero todos ellos tienen algo en común: adornan un asilo en vísperas de Navidad. 

Siete adultos mayores “sienten” que se acerca el 24 de diciembre por los mismos adornos que ellos pusieron en una casa grande, ubicada en el barrio de San Miguel.

En la entrada del asilo “Padre Pío Pritalsinia” hay un árbol pequeño con escarcha verde y unas orejas de reno. Adentro, están los inquilinos comiendo. A unos días de que llegue la Navidad Norma, fundadora del asilo revela cómo es que celebran este día. 

“La gente les trae regalos, les dicen: “feliz navidad” aunque todavía no se llegue. Ellos sienten que es navidad hasta por los adornos que ellos mismo pusieron… el árbol, colgaron las esferas (…) tratamos que sí sea algo diferente”, relata Norma Medina, de 42 años, quien fundó el asilo gratuito en diciembre del 2019.

Este es el segundo año en que María, Domingo, Martha, Lupito, Ely, Genoveva y Juana, (adultos de 60 a 90 años) pasan la navidad en este asilo. El año pasado bailaron en el patio de la casa y pasaron una fiesta decembrina “alegre”, cuenta Norma. 

“Este año esperemos que sea diferente porque la gente ya los conoce, les traen regalos”.

Desde que empieza el día la sensación no es la misma. La fundadora del asilo se encarga de cocinarles un platillo diferente y dar un toque especial en la casa. 

“Les pedimos que nos ayuden a hacer los tamales, hace un año teníamos cinco (ancianos), este año son siete, tenemos planeado que uno empiece a lavar las hojas (de los tamales), otros a rellenarlos (…) María empieza a arreglar los regalos, cosas que nosotros mismos les compramos a ellos”.

En la misma mesa planean degustar de una carne asada y también de una rosca. De noche, prenden una fogata y arrullan al niño Dios.  La fiesta se acaba a las 10 de la noche. Los “ancianitos” hacen un trabajo en equipo que tiene el objetivo de inmortalizar esa noche. 

Domingo, uno de los ancianitos pidió de regalo una bocina porque “es muy bailador”, dice el hijo pequeño de Norma, quien también vive ahí y los acompaña. Aunque los adultos no se comuniquen con claridad “sí entienden”, aclara Norma. Dicen “buenas tardes”, “Dios te lo pague”, o “muchas gracias”. También piden lo que en el momento se les antoja, como María que insistía en que le trajeran un té. O como Domingo que prefería una coca bien fría. 

Con una sonrisa y una mirada noble ellos reciben a cualquier persona, aunque al día siguiente olviden sus caras y sus nombres. “La mayoría tienen demencia senil”, explica Norma para referirse a su lenta pérdida de memoria, por ejemplo, que comen algún alimento y luego aseguran no haberlo hecho. 

Los días se dividen en muchos momentos, entre ellos la hora del té, la hora de cortar guayabas en el jardín, los minutos viendo la tele, los ratos para caminar y los baños de cada tercer día que ahora tienen que soportar con el clima frío. 

VIVIR EN UN ASILO CUESTA SIETE MIL PESOS AL MENOS

Con una mirada de fe Norma confiesa que decidió fundar el asilo por el simple hecho de ayudar a la gente, ese era su sueño, aunque aún no cumple la meta de tener 30 cuartos para 30 ancianos. 

Con una voz convincente asegura que su patrón es Dios, y que la caridad de la gente ha permitido que nunca falte comida en su mesa. 

“Nos pasó algo muy extraño, que me acuerdo que nos faltaban dos colchones y yo me senté (…) en eso tocó la puerta alguien que yo no conozco, me dijo: aquí te mandaron dos colchones”.

Un suceso que Norma calificó como un “milagro”. Ella trabajó en un asilo en el que la cuota rondaba entre los 7 mil pesos mensuales, una cantidad que difícilmente pueden pagar algunas familias, dice. Cuando se salió de trabajar se llevó con ella a dos ancianos para ayudarlos, y así se fueron sumando hasta ser siete integrantes, que ahora se vuelven su única familia. 

“Yo siempre tuve esa ilusión de abrir un asilo, porque llegaban así de: oye me das de comer (…) eran gente muy humilde, pobre”.

EL APOYO NUNCA FALTA

Norma menciona que ella no gana un sueldo, pero sí tiene que pagar una nómina a Ángeles, una señora que también cuida a los ancianos, y también pagar la renta de la casa. Pero el apoyo de los mismos vecinos ha empujado este asilo. 

El equipo de trabajo se ha vuelto caritativo, sus amigos especialistas le ayudan en la atención médica o psicológica de los adultos mayores. 

También los “Piratas”, un grupo de chicos que constantemente les lleva despensa, y que han usado las redes sociales para sensibilizar a las personas que se suman y les hacen donativos en especie. Por ejemplo, en la cochera del asilo hay una fila de colchones y bases nuevas que guardan para cuando lleguen más indigentes o “abuelitos” desamparados. 

La pandemia ha frenado los procesos para formalizar el asilo porque todavía no tienen el acta constitutiva —el documento que avala a una asociación—, aun así siguen “recogiendo viejitos”. 

Norma prefiere que la persona que quiera ayudarle primero los visite, para que conozcan a los “ancianitos” y evitar desconfianza. El asilo está ubicado en Río Lerma #406 en el Barrio de San Miguel.