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La Muna, la cantante extranjera que se enamoró de los migrantes en Sonora

Natalia Serna dedica su vida a apoyar a la comunidad migrante en la frontera norte; en Hermosillo construye un espacio para las familias que buscan refugio

Escrito en ESTADOS el

“¿Ahora yo qué hago, si yo ando deportado? Y los niños me preguntan cuándo voy a regresar. Dime Dios que estoy pagando pa’ pagarlo”, retumba la letra de la canción, con un acorde de guitarra al fondo de La Muna, la estadounidense que se enamoró de la labor promigrante.

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Natalia Serna, su nombre real, es una joven que dedica su vida a apoyar a la comunidad migrante en la frontera de México y Estados Unidos; y ahora, en Hermosillo construye un espacio para las familias que buscan refugio.

En entrevista con La Silla Rota, la extranjera, que habla un perfecto español porque su padre es colombiano y su mamá es originaria de Estados Unidos, relata cómo se dedicó de lleno a esta labor, por qué escribe canciones para ellos y de qué trata su nuevo proyecto en la capital sonorense.

Entre sonidos de martillazos, palas y taladros cuenta que todo inició cuando, después de vivir toda su infancia y juventud en Colombia, regresó a Estados Unidos para iniciar sus estudios de Sociología, en la ciudad de Chicago, en el estado de Illinois.

Ahí, la joven se asentó en un barrio latino, donde convivía con mexicanos, guatemaltecos, hondureños, para sentirse como en casa. Sin embargo, fue en su último año de universidad, en 2009 cuando se recrudecieron las redadas de las autoridades migratorias, por orden del presidente Barack Obama.

“El año en que me gradué empezaron las redadas en las comunidades latinas de Chicago y empezaba a ver mucha preocupación por lo que estaba sucediendo y eso me llevó a generar interés sobre esta problemática, la migración y la relación México y Estados Unidos”, comenta sentada en el sillón de su habitación de una vieja casa en plena obra de reconstrucción.

Ya en 2009, Natalia decidió hacer algo que beneficiara a esta comunidad y participó como voluntaria en la organización No Más Muertes, cuyos miembros rondan el desierto entre Sonora y Arizona para dejar agua, comida y apoyar a quienes camina días y días para intentar cruzar de manera ilegal.

Sin embargo, no se quedó ahí, quiso conocer cómo llegaban los migrantes a la frontera, cuál era su travesía y viajó a Orizaba, Veracruz, donde se subió a La Bestia, para vivir de mano propia la experiencia.

“Hice un viaje en tren de carga que fue desde Orizaba a San Luis Potosí con unos migrantes nicaragüenses y fue una experiencia que me impactó mucho, ver la solidaridad de las personas migrantes, esa forma de enfrentar los desafíos”, agrega mientras toma en su regazo a uno de sus gatos que la acompañan.

Después de esa vivencia, la joven vivió a diferentes partes del Sudamérica, como Chile y en 2013 regresó a México para instalarse en Nogales, Sonora y apoyar más de lleno a la comunidad.

Con la Iniciativa Kino, un movimiento católico que tiene albergues para personas deportadas o quienes aún esperan cruzar, Natalia conoció a personas extraordinarias e historias que le rompieron el alma.

La música como forma de visibilizar a los migrantes

A partir de esa experiencia, a la colombiana, quien desde siempre sintió pasión por la música, decidió darles voz a los cientos de migrantes que conoció.

Esto, como una forma de no dejarlos en el olvido, de hacerlos visibles, personificarlos y humanizar la migración.

Así comenzó a escribir la canción de El Deportado, su favorita hasta el momento de las 10 canciones que conforman el disco Corazón Norte.

Estas letras plasman la vida de Marcos Hernández, un mexicano originario de León, Guanajuato, que cruzó a Estados Unidos cuando tenía 14 años, creció en el país vecino, formó una familia y fue separado de ellos de manera abrupta.

“Fue el primer papá deportado con el que conviví mucho tiempo. Me conmovió tanto su historia de vida, su anhelo por regresar con sus cuatro hijos”, platica con nostalgia la también colombiana.

Para Natalia, la experiencia de los papás mexicanos como Marcos, obligados a dejar a su familia de esa forma, es similar a ir a la guerra, porque los hacen vivir hambre, dolor y sufrimiento, al intentar regresar.

“Hay hombres mexicanos que se han partido la madre por sus familias, por sus hijos y verlos regresados a México de esa forma tan violenta, pasan por una zona de guerra. Tratar de regresar, caminar el desierto 3 o 4 veces, ser secuestrados por la mafia, ser humillados por la patrulla fronteriza, y volverlo a intentar y las mujeres reclamándoles que por qué no regresan, yo los admiro mucho”, explica La Muna, su nombre artístico.

En particular, el señor Marcos caminó 10 días desde la frontera, hasta Phoenix cuando logró cruzar, y aún su camino era largo, porque tenía que llegar a sus hijos, hasta Fresno, California.

Pero así, como esta historia, la colombiana plasma en todas sus letras las vivencias de cada hombre y mujer migrante que tuvo la oportunidad de conocer, con ritmos desde rap, cumbias y hasta huapango.

La dura vida del migrante y la travesía de cruzar la frontera

De acuerdo con estos relatos, que escuchó de voz de los migrantes, la cantante cuenta cómo los grupos criminales son dueños de la frontera y las autoridades lo saben, e incluso trabajan de la mano para despojarlos de dinero, sus pertenencias, e incluso de sus vidas.

“El narco es dueño de la frontera y el gobierno lo sabe, el narco decide quién y cuándo pasa. Hay lugares en los que trabajan de manera coordinada, como cuando Los Zetas tomaron el Golfo de Veracruz, los federales paraban los trenes, enfilaban a los migrantes y se los llevaban al narco. Hay otros en los que la alianza es más sutil”, lamenta con indignación.

Pero, en el desierto de Sonora y Arizona, la situación no es diferente a otras fronteras del país: los cárteles controlan quién pasa y quién no.

Según lo que han comentado algunos migrantes a Natalia, han pagado desde mil hasta 30 mil dólares por cruzar ilegalmente.

Hay migrantes que vienen en condiciones muy diferentes, por ejemplo, no es lo mismo una familia de Honduras a una persona de Pakistán, pero todos acarrean recursos, de alguna manera y eso lo saben desde funcionarios, hasta los criminales

La Muna responsabiliza del mal trato que reciben estas personas que dejan todo por intentar buscar una mejor vida, a una red de criminales, entre los que se incluye personal del Instituto Nacional de Migración, policías federales y municipales, cárteles, e incluso, agentes de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos.

“Hay un enjambre de personas, todos sabiendo que pueden hacer dinero o enriquecerse de este fenómeno y en el centro quedan los migrantes y es bien delicado. Vienen personas que quieren llegar como sea, pero no muchos saben a lo que se van a enfrentar”, detalla.

Tiempo de echar raíces y construir un refugio

Natalia Serna dejó la frontera de Sonora con Arizona en 2016. Y por dos años viajó a diferentes partes del continente, vivió en Guatemala, regresó a Estados Unidos, presentó algunas de sus canciones, hasta que la vocación la llamó de nuevo a trabajar por los migrantes.

Fue entonces cuando decidió establecerse en Hermosillo, ciudad que ya había visitado en varias ocasiones y a la que le agarró cariño.

“Llevaba muchos años viajando y dije: es hora de parar, era tiempo de echar raíces. Pensé en hacer algo desde las comunidades, desde la raíz y decidió quedarme en Hermosillo, hace ya dos años”, detalla con una taza de café en la mano.

Al pulir su idea, su proyecto, se dio cuenta que cada vez había más migrantes que decidían solicitar refugio en México para quedarse a vivir de manera permanente en el país,

Por eso compró una casona vieja, en el corazón de Hermosillo, a unas calles del emblemático Cerro de la Campana.

“Aquí Hermosillo es un embudo de migrantes detenidos y comencé a darle acompañamiento a quienes buscaban asilo en el país, entonces mi sueño fue construir un lugar a donde los niños, los padres refugiados pudieran llegar para iniciar de cero una nueva vida en México”, explica con una gran sonrisa en su rostro.

Esta casona se encuentra en reconstrucción, la activista está en adecuaciones para tener cuartos para dos familias con hijos, pero también una habitación comunitaria para jóvenes solteros, con el fin de solidificar una red e incluirlos en la comunidad hermosillense.

“Lo que les quiero ofrecer yo, es un espacio donde se quieran reconstruir en México, ofrecerles amistades, contactos, conexiones laborales, atención médica, con la idea de apapacharlos en una gran comunidad, con la intención que después se independicen”, agrega La Muna.

Antes de iniciar con los trabajos de reconstrucción, la estadounidense albergó a una familia conformada por el padre, la madre y dos hijas, quienes intentaron cruzar al país vecino desde Guatemala, pero al ser detenidos decidieron pedir refugio en México.

Después de unos meses, la familia logró establecerse. Los padres ya cuentan con trabajo y las hijas ya asisten a escuelas públicas de Hermosillo.

Pero, en esta labor, Natalia no está sola. Amistades que ha entrelazado a lo largo de este tiempo aportan también al proyecto; algunos con libros para crear una biblioteca comunitaria, otros con consulta médica o terapia psicológica y algunos más con asesoría legal.

“Tengo amigos, conocidos que han ofrecido ayuda, desde material para la construcción, hasta libros para la biblioteca, consultas médicas… es una red de docenas de personas con ganas de aportar al proyecto”, señala.

La activista busca que esta casa, ubicada en la calle Chihuahua, con número 11, en la colonia Centro se un espacio de todos y para todos, pero también espera concientizar a la misma comunidad sonorense para que abran sus puertas a recibir familias.

Que otras personas digan: yo también puedo hacerlo, abrir mi cuartito que tengo extra y recibir a alguien por unos cuatro meses. Se me haría muy padre que más personas pudieran abrir su casa.

"Cuando vienes de fuera, te ves diferente, hablas diferente, la gente siempre tiene sus sospechas, se les dificulta encontrar trabajo, lo que podemos hacer, es abrirles las puertas, incluirlos en nuestra comunidad”, concluye la cantante, activista y ahora, una hermosillense más, por adopción.