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La impunidad te ha matado una y otra vez: madre de desaparecido en San Fernando

El guanajuatense Samuel y el salvadoreño Carlos Alberto son dos víctimas de la delincuencia contra los migrantes; sus restos estaban en fosas en San Fernando

Escrito en ESTADOS el

Samuel Guzmán Castañeda tenía 19 años y quiso buscar el sueño americano. El 21 de marzo de 2011 se subió a un camión en San Luis de la Paz, Guanajuato, para viajar a Monterrey e intentar cruzar por la ruta de Camargo hacia Estados Unidos. El joven iba con un grupo de 21 personas más, todos desaparecieron.

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Evelina lleva una década buscando a su hermano y no ha parado de buscarlo desde entonces. Fundó el colectivo Justicia y Esperanza, en la búsqueda ha habido días complicados para viajar a la Ciudad de México a darle seguimiento al caso que fue atraído por la Fiscalía General del República (FGR), debido a que se trató de una desaparición masiva.

Samuel y las otras 20 personas desaparecieron en el municipio de San Fernando, Tamaulipas. El autobús en que viajaba fue detenido en un retén instalado en la carretera 57, que comunica a Guanajuato con la frontera de Estados Unidos.

Samuel Guzmán Castañeda

Personas armadas se llevaron a todos los pasajeros varones de quienes nada se supo después.

El 29 de abril se cumplieron 10 años del hallazgo de la primera fosa en San Fernando. A lo largo de ese mes fueron encontrados allí restos de al menos 193 personas en 47 fosas clandestinas. La mayoría eran migrantes y presentaban signos de tortura.

Al cumplirse una década del hallazgo de las primeras fosas, la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho (FJEDD) pidió a algunos familiares de víctimas que escribieran cartas a sus seres queridos.

El salvadoreño Carlos Alberto Osorio fue una de las personas encontradas en aquellas fosas.

Carlos Alberto Osorio

Su madre, Bertila Parada, le escribió una carta que comparte con BBC Mundo para traer a la memoria la historia de su hijo y contarle el calvario sufrido en tantos años de lucha para que se haga justicia por él.

Amado hijo

Hace diez años te propusiste tomar un camino hacia una vida mejor que implicaba una ruta difícil y peligrosa hacia los Estados Unidos de América, lugar que anhelabas para crecer y prosperar.

Un viernes 17 de marzo de 2011 llegaste a casa para avisarme de tu partida. Llegaste a las cuatro de la mañana, me abrazaste mientras susurrabas: ''Mamá, me voy''. Pero no tuve aliento de levantarme. Me quedé paralizada, llorando. Apenas te di la bendición.

La preocupación me embargó, porque escuchaba en las noticias sobre la masacre de los 72 migrantes. Escuchábamos que las personas migrantes son víctimas cotidianas de los reclutamientos forzados, los secuestros y una violencia imparable que -aún hoy- tiene a México sangrando.

Foto Cuartoscuro

El día que te fuiste le faltaban dos meses a tu niña para nacer. Sé que querías un futuro para ella, también ayudarnos porque sabías que, a tu padre y mí, a veces nos ganaba el cansancio de tanto trabajar duro por muy poca remuneración.

Como todo joven de 27 años tenías grandes sueños, no te conformaste con el pequeño negocio de comida en el que vendemos las pupusas que tanto te gustaban. Tomaste la decisión de salir hacia un viaje que truncó tu vida y, con ella, mi universo entero.

El 27 de marzo, a 10 días de tu salida, me llamaste para decirme que estabas a punto de cruzar hacia Estados Unidos. Tu voz era distinta, hijo.

Querías que hablara, que no parara, querías escucharme. "Platíqueme más", me insistías. Yo hablaba y te contaba detalles tontos del negocio tratando de animarte, nunca pensé que sería la última vez que te escucharía.

Quienes te esperaban en Estados Unidos nos avisaron que no aparecías. Ahí comenzó la incertidumbre.

De inmediato, pusimos la denuncia en la cancillería de México en El Salvador. Llevamos tus fotografías, esas en las que apareces con la camiseta del equipo de fútbol que tanto te apasionaba. Nos dijeron que debíamos esperar.

Pero ¿cómo puede esperar una madre cuando se le ha sumergido en la angustia más inmensa por no saber la suerte de su hijo?

Un año y 9 meses, después de una agónica espera que parecía no tener fin, nos buscaron de la Fiscalía de El Salvador. Nos informaron que entre los restos encontrados en las fosas clandestinas halladas en San Fernando, Tamaulipas, estabas tú, mi Charly.

Me llamaron de la cancillería mexicana para que diera el consentimiento para que te cremaran. ¿Cómo iba a aceptar eso, Charly? Era como si mataran por segunda vez.

Sin miramientos, me dijeron que -si no firmaba- México realizaría la cremación de todos modos por cuestiones sanitarias. Nunca se me olvidará aquello, fue como si me dijeran que tu cuerpo contaminaba a México.

Pero sabes, hijo, aprendí a exigir. Al principio no paraba de llorar, pero aprendí a hablar con lágrimas en mis ojos. Aprendí a pelear por ti.

El caso lo tomó la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho y comenzamos a interponer amparos para detener tu cremación.

No te miento, hijo. He colapsado muchas veces incluso pensando que, sin ti, mi vida no tiene sentido.

Estuve internada en un psiquiátrico y aún me estoy recuperando. Pero COFAMIDE (Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos de El Salvador) y la Fundación para la Justicia me apoyaron a pelear.

Me ayudaron a seguir de pie y a entender que mi dolor era compartido.

Mi amado Charly, ya son diez años buscando verdad y justicia por ti y -por quienes como tú- fueron víctimas de una violencia imparable que ha sepultado la dignidad humana en las miles de fosas clandestinas que yacen bajo México.

Quiero que sepas hijo que en diez años hemos seguido tocando la puerta de las autoridades mexicanas, sin respuestas sobre lo que te ocurrió y quiénes deben responder ante la justicia por arrebatarnos tu sonrisa.

No sé de qué manera vencer este muro de injusticia.

Recién el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dijo que las familias de las víctimas de las masacres no hemos luchado lo suficiente. Pero el presidente parece olvidar que, durante una década, la impunidad te ha matado una y otra vez, así como nos ha despojado de la alegría por la vida.

Pero quiero que sepas, hijo, que te amaré siempre y que tu recuerdo lo llevo en mi corazón. Trato de encontrarte entre los jóvenes, sin embargo, no te descubro. Veo las caritas de niños y vuela mi mente recordando cuando estabas pequeño.

Si voy a perder un día la memoria, de ti nunca. El día de mi muerte espero verte, es mi esperanza.

Tu madre, Bertila Parada

Posdata: Sigo preparando las pupusas que tanto te gustaban, 10 años después.


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