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Jacqueline, antes hombre, ahora legalmente mujer

La dirección de Diversidad de Chilpancingo acompañó a 18 chicas transgénero en los trámites en la CDMX para la modificación legal de sus nombres y sexo

Escrito en ESTADOS el

CHILPANCINGO, GUERRERO (La Silla Rota).- En su nueva acta de nacimiento, con fecha de impresión 19 de agosto de 2017, dice que nació con el sexo femenino. Y al menos desde que tiene uso de razón, así se sintió: “Siempre me identifique con lo opuesto. Mi vida estaba rodeada de puras mujeres”. Diana Jacqueline González Carbajal, a sus 30 años de edad, ya es legalmente mujer.

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Durante el par de horas en que comparte detalles de su vida, miró y repicó varias veces en la mesa de la cafetería las uñas que ella misma se puso en sus clases de estilismo unos minutos antes. También deslizó repetidas veces el dedo índice de su mano derecha sobre la nariz puntiaguda que estrenó en octubre pasado.

Todo el tiempo estuvo recta, erguida, con las piernas cruzadas, y dio pequeños sorbos a la taza de un café capuchino. “Somos muy vanidosas. La verdad sí, somos un poquito más vanidosas”, comentó en la charla.

En las calles de Chilpancingo ha dejado constancia de su vanidad. Jacky, como la llama ahora su madre, es la chica transgénero más conocida en la ciudad, y es una de las 18 de Guerrero que desde agosto legalizaron su identidad de mujer amparándose en la ley de identidad de género de la Ciudad de México.

Ella bien lo sabe, porque cada vez que escucha si está consciente de su popularidad, sólo sonríe con cierto engreimiento: “Insistes con lo mismo”. Pero, termina aceptándolo: “Sí, siempre me ha gustado, no ser el centro de atención, pero interactuar con la sociedad”.



Kimberly, detrás de Jacky

Desde antes que tuviera este nombre legal, cada vez que cruzaba el Zócalo solía detener la mirada de la gente: mide uno 1.80 metros, tiene cintura pequeña, pompas abultadas, caderas amplias y senos prominentes. Suele andar en tacones, usar ropa entallada y maquillada. Camina sin prisa y cadenciosa.

Cuando estrena uno de los modelitos que ella misma diseña y cose, le gusta mostrarlo por el andador Zapata, el pasillo más largo, y lleno de negocios y gente en el centro de la ciudad.

Diana Jacqueline en Chilpancingo es conocida como Kimberly, un nombre que le dejaron unos amigos que insisten en su parecido con una actriz porno.

Su metamorfosis comenzó a los 19 años. Inició con decirles a sus padres quién era realmente. Se había cansado de cargar a escondidas la maleta con ropa y zapatos de mujer, maquillajes y pelucas que se vaciaba fuera de casa.

La noticia no les agradó y la echaron. El rechazo inicial la mantuvo alejada de ellos por un par de años.

Su vida a partir de entonces transcurrió entre altibajos: fue la primera adolescente transgénero en participar en un concurso de porristas al lado de otras adolescentes escueleras y se prostituyó durante algunos años.

“Todas empezamos igual”, dijo cuando hablaba del tiempo que se dedicó al trabajo sexual en el bulevar de Chilpancingo, donde, aseguró, al menos un par de veces estuvo en riesgo de que la mataran. También de los dos años que vivió en la Ciudad de México dedicada a ese oficio.

En la plática hizo algunas reflexiones sobre esta parte de su vida: “La prostitución es una de las cosas de las que más me arrepiento”. Pero está convencida de que son las pocas opciones que le deja la gente cuando juzga a chicas como ella.



El cambio físico

Entre la mañana y la noche de cada día, toma siete pastillas de Patector rosa, Cuerpo amarillo, Nolasque (Espironolactona) y las anticonceptivas de 28 días. Y cada 15 días consume una dosis de Perlutal (algestona y estradiol). Es el tratamiento hormonal que consume para continuar con la modificación de su cuerpo. Las pastillas e inyecciones son tan vitales como cualquiera de sus alimentos: “ya es algo de mi vida”. 

Comenzó a ingerir el tratamiento hace unos 10 años, en una clínica en la Ciudad de México, a donde la llevó una de sus amigas que ya murió, “por tanta cochinada que se metió”. Le siguió los pasos de un tratamiento hormonal, pero nunca la de meterse biopolímero. De este médico sólo necesitó un par de consultas, porque las reacciones y los cambios en su físico le indicaron qué medicamentos le iban mejor.

En donde sí va con regularidad es al cirujano plástico, quien ya le puso implantes de pechos, le aumentó las pompas, le entalló la cintura, le afiló la nariz y le limó la quijada.

Para la siguiente vez que lo vea, es porque entrará a quirófano por otra limada de la mandíbula y de la frente, y entonces cumplirá el cuarto de los cinco años que programó para cambiarse por fuera. La otra jornada de operaciones quizá, comentó, la arranque con la transición de sexo.

Por ahora, todavía no se decide si al quinto año se aumentará el busto o se definirá más su cintura. Pero, habla con mucha soltura sobre las cirugías qué necesita y cómo quiere verse: “Voy por el rostro. Limarán la mandíbula, que me la dejen más delicada, como una mujercita, más adiamantada. El cirujano ya sabe lo que necesito”.

Su cambio físico no es sinónimo de un deseo concedido para Jacky. Durante el año trabaja todos los días: atiende una estética los fines de semana, hace espectáculo de imitación de cantantes famosas los jueves en las pozolerías, y corta el pelo o arregla las uñas a conocidos.

“Dice una amiga: para ser puto tienes que tener mucho dinero y muchos huevos”, dijo con una voz delicada después de hacer algunas cuentas de lo que lleva gastado: 65 mil en la cirugía de busto, 35 mil por la de pompas, 30 mil por la liposucción y 12 mil por los arreglos en la nariz, sin contar los 500 pesos de cada semana en pastillas e inyecciones. Después, sonrió.

La campaña que cambio su identidad

La dirección de Diversidad de Chilpancingo acompañó a 18 chicas transgénero en los trámites en la Ciudad de México, donde está vigente la ley de identidad de género, para la modificación legal de sus nombres y sexo.

En el mes de abril pasado dirección lanzó la convocatoria a personas transgénero para la tramitación del cambio de identidad. Este consistió en una campaña integral, que incluyó desde el trámite legal hasta talleres sobre su identidad.

El activista Orlando Pastor, encargado de esta área de gobierno, explicó las etapas del procedimiento: recepción de documentos, curso-taller sobre lo que es ser una persona transgénero, pláticas sobre la identidad de género, trámites legales (entrega de documentos), y la entrega de las actas.

En el camino varias personas desistieron: de 24 solicitudes que recogieron, 18 terminaron su trámite. Diana Jacqueline es una de ellas.

Ella es Jacky

El 29 de agosto que hicieron público su nueva identidad, en el auditorio principal del Ayuntamiento, Diana Jacqueline fue la única mujer transgenéro que llegó acompañada de su madre.

“Es Jacky. Se llama Jacky”, comentó la propia Diana que suelta su madre cuando su padre le dice hijo, su anterior nombre, cuando estaba atrapada en un cuerpo ajeno. Para esto pasaron varios años que, sabe, valieron la pena: “Ya es mi mejor amiga. Ella está arrepentida. Me dijo que estaba muy orgullosa de mí, porque logré lo que nunca pensé que lograría”.

Jacky es una mujer independiente, que vive cerca de sus padres para estar al cuidado de ellos. Ha tenido relaciones sentimentales estables y está enfocada en abrir su propia estética para el próximo mes, según dijo en la charla del café.

Aunque no renunció a recuerdos amargos de su vida pasada, como la vez que la internaron en una granja, donde le tratarían su condición de mujer transgénero como si se tratara de alcoholismo.

Pero eso ya quedó atrás y ahora está a gusto con su vida. Lo sabe, comentó, porque en otro momento estuviera muy preocupada de cómo la ven los demás, quienes ya empezaron a decir que luce pasada de peso: “Cuando tú estás chamaca, tu organismo es diferente a cuando ya tienes 30 años, tu metabolismo se pone más lento y es difícil bajar de peso”.

La última parte de la conversación la invierte en exponer lo mucho que le costó aceptarse, porque privilegió que la aceptaran quienes estaban a su alrededor, “y ahora me siento a gusto, conforme”.