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Entre bailes y música de banda, despiden a Chabelita en Oaxaca

Inesperada como siempre llega, la muerte alcanzó a María Isabel Díaz justo en el pico de la pandemia del covid-19; “Bailen el Jarabe del Valle”, pidió

Escrito en ESTADOS el

OAXACA.- Chabelita era una mujer querida, le gustaban las fiestas y como toda buena oaxaqueña bailaba al ritmo de los sones y jarabes, fue por eso, que en su último adiós su familia no le negó este gusto.

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Desde el reposo en el ataúd café nogal, el cuerpo de la mujer sintió el retumbe del júbilo hecho melodía en las notas del “Jarabe del Valle”, aquél que en Oaxaca acompaña vida y muerte, alegría y tristeza. Los presentes no lo dudaron y comenzaron a bailar al rededor del féretro con esos pasitos oscilantes, de un lado a otro, entre brinquito y brinquito que requiere el fandango.

Una nube de copal sahumó el cortejo fúnebre reunida la familia más cercana, los más allegados, poco más de medio centenar de personas de la estirpe de Chabelita extendida a lo largo de sus más de 80 años de vida: 10 hijos, 10 nueras, 40 nietos y sumados los bisnietos 80 personas.  

Presentaba problemas de riñón desde hace muchos años. Su salud se fue demeritando en los últimos meses por eso siempre que había oportunidad pedía a su familia que la despidieran con fiesta. “Bailen el Jarabe del Valle”, instruyó.

Inesperada como siempre llega, la muerte alcanzó a María Isabel Díaz Altamirano justo en el pico de la pandemia del Covid-19 en México, mientras que en Oaxaca había 123 casos sospechosos, 217 confirmados, 126 recuperados y 38 defunciones.

Tres de sus hijas, radicadas en Estados Unidos no pudieron viajar a los funerales, le dieron la despedida detrás de la pantalla de la computadora desde la transmisión en vivo en Facebook que sus familiares hicieron para mitigar el vacío que deja la impotencia no poder hacer nada más que sentarse a mirar con los ojos nublados.

¿Cómo sabe la muerte en tiempos de Covid-19?

“Su fiesta no se hizo como ella pidió, ella quería que estuviera todo el pueblo porque todos la apreciaban, la querían. Hay una impotencia tan grande que nadie lo va a entender hasta que lo vivan en carne propia. Todo el mundo puede juzgar, todo el mundo puede decir, pero es diferente cuando lo vives en carne propia”, explica Janette Méndez nieta de Isabel pues horas antes, a través de medios locales la familia fue criticada por haber reunido a decenas de personas en un mismo espacio.

“¿Qué podríamos haber hecho?”, se cuestiona Janette. ¿Algún hijo renunciaría a estar en el funeral de su madre?, se pregunta y al mismo tiempo se responde: “creo que no”.

En la localidad, ubicado a 45 kilómetros de la capital del estado, nadie se escandalizó por el cortejo fúnebre recorriendo las calles hacia el panteón pues en ésta como en muchos municipios indígenas de Oaxaca la muerte forma parte de una de las etapas más importantes del ser. Así, a la muerte se le canta, se la baila, se le bebe tazas de chocolate o se le come en pan de yema, se acompaña al difunto con rosarios y se le celebra otra vez a los nueve días. Nadie en la familia ha dudado en no seguir el ritual que enmarca el último adiós, mucho menos negarse a la última voluntad de s difunta aún en tiempos de Covid-19.

Semanas antes las autoridades sanitarias recomendaban a las personas no realizar reuniones de más de diez personas, acostumbrados a la vida colectiva esta petición prácticamente se ha topado con pared, pues aún cuando no son las fiestas que se acostumbran en estas ocasiones, los funerales no han dejado de lado que la adversidad se supera acompañado y agarrados a la fe.

Cuando la pandemia por el Covid-19 comenzó a extenderse en el país y de repente el gobierno de Oaxaca estableció la paralización de actividades no esenciales, en Tlacolula pasearon por la calle a su Santo Patrono pidiendo que la enfermedad no llegara al lugar.

Carlos Sánchez Concha, quien actualmente elabora una especie de línea de tiempo en el que recopila momentos históricos de Tlacolula, refiere que lo mismo ocurrió en 1912, tiempo de hambruna y peste. La historia recogida del libro La Mayordomía escrito por Rogelio Barriga Ribas, relata que “cada día era mayor el número de hambrientos y cada día menor el número de recursos”.

Tlacolula de Matamoros es un pueblo indígena zapoteco fundado por el año 1250. En zapoteco esta población es nombrada como Guillbaan, que significa “pueblo de sepulcros”.  Etimológicamente, Tlacolullan, nombre correcto, significa: "Entre lo muy lleno de varas o entre el varejonal”.

El municipio pertenece a los Valles Centrales y se ubica a 30 minutos de la capital del estado. Actualmente el lugar parecer no haber sufrido ningún cambio con la presencia del Covid-19 en el estado. Las tiendas de cadenas como Electra y Copel, se mantienen abiertas. Banco Azteca y otras cajas de Ahorro como Compartamos.

El luto en medio de la pandemia es más amargo

Roberto murió tras seis días de agonía en el hospital General de Zona Número 1 Demetrio Mayoral, ubicado en la capital de Oaxaca. Sufría de insuficiencia renal. Su salud se agravó justo durante la pandemia y falleció. La funeraria sólo les permitió el paso a sus dos hijas y a su hijo para velarlo sólo una noche.

Al panteón General de la capital de Oaxaca únicamente pudieron acompañarlo cinco personas: la madre de sus hijos y cuatro personas cercanas, no más. No hubo abrazos, las caras de tristeza quedaron escondidas detrás del cubrebocas. No hubo música. Así la muerte sabe más amarga, comentó la viuda a través del teléfono a quienes la llamaron para darle pésame.

Con el ataúd bajo tierra, el acto luctuoso terminó. “Desalojen por favor, ya no pueden estar aquí”, ordenó el guardia. Sin duda, la vida tras la pandemia no volverá a ser la misma, pero tampoco lo será la muerte.