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El calvario de oír la lista de 28 muertos en Acapulco

Lo que ocurría afuera del penal contrastaba con la otra parte de Acapulco, donde se encontraba el secretario de Seguridad Nacional de EU, John Kelly

Escrito en ESTADOS el

Acapulco (La Silla Rota). “¡Bernardo Ruiz Chegot!”, grita el servidor público que se acerca a la pluma de seguridad de afuera del penal de Las Cruces en Acapulco, punto en el que por unas 12 horas los policías rebatieron con familiares que tienen presos en el lugar. Era el primer nombre de una lista de 28 que todos pedían oír, pero con la que nadie quería tener relación.

Circuló el rumor de un motín en el penal de Acapulco, y los familiares de los presos llegaron hasta el último centímetro permitido por los policías del camino hacia el Cereso que muestra más que muros y torres de vigilancia, también la cara de desigualdad y pobreza del Acapulco rural. Algunos desde las 6 de la mañana, con las redes sociales como única fuente, hasta las 17:44 horas, momento en que gritaron el nombre de Bernardo.

“Mejor tómele fotos a los policías acostados”, sugiere una mujer de blusa rosa encendido y unos pantalones cortos estampados cuando voltea a ver a los policías sobre el pasto, adentro del penal. Se trata de la tía de Sócrates Ángel, un muchacho de 22 años, originario de una colonia de atrás del Cereso, la Radio Coco, quien está preso desde hace cuatro años acusado de violación. Ella insiste en que él es inocente, porque la mujer que lo acusó no pudo probarle la violación, pero sigue preso por encima de la venta del terreno, los trastes, y muy probable, la casa de su madre, porque la justicia no le ha garantizado un juicio.

A la familia no sólo le preocupa Sócrates, dice la tía, resulta que la novia de él también estaba en el penal. Entró anoche, durante la visita conyugal, y debía salir esta mañana, si no hubiera ocurrido eso que las autoridades llaman enfrentamiento. Además de las reclusas en  el pabellón de mujeres, había otras mujeres de visita, como la novia de Sócrates.

“Que son cinco muertos nada más”, decía al teléfono una señora casi anciana. “¡Tranquila! ¡Tranquila! Debes confiar en tu voz, no decaigas”, le dice otra señora a una mujer joven de piel morena que cargaba un bebé y lloraba. Son otras voces que se escucharon después de la plática con la tía de Sócrates, ya pasadas las 17:20 horas.

Afuera del penal casi nadie sabía que el vocero del Grupo Coordinación Guerrero, Roberto Álvarez Heredia, en una conferencia de prensa en el Centro de Convenciones Acapulco, informó a reporteros una hora antes que en total murieron 28 personas e hirieron a tres más durante el enfrentamiento de la madrugada en el penal.

La versión oficial siempre fue de menos a más –de cinco, seis, hasta 28 muertos–, sin reconocer que algunos de los reos asesinados también los decapitaron, y con la única explicación, de molde casi para todos los hechos violentos, que se trató de un enfrentamiento de grupos contrarios de delincuentes.

Lo que ocurría afuera del penal contrastaba con la otra parte de Acapulco: a la salida del Maxitúnel, la Fuerza Conago, una policía especial que salió de un acuerdo entre gobernadores del país, revisaba a todos los vehículos que transitaban. Y en Pie de la Cuesta, John Kelly, el secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, se reunía con mandos de la Sedena y Marina haciendo acuerdos de seguridad.

En varios momentos la escena en el penal parecía desbordarse. Sobre todo las veces que a empujones y pedradas algunos familiares de reclusos trataron de derribar la muralla de policías antimotines que atiborraban el acceso hacia la puerta del penal.

Tan pronto se escuchó el nombre de Bernardo Ruiz Chegot hubo un llanto ahogado, casi como un susurro, en la primera fila de gente que cercó al servidor público, que con cierta frialdad, le suelta: “Cualquier cosa, a partir de este momento, por favor en el Semefo. Los familiares que se relacionen con estos nombres, por favor, trasládense al Semefo de aquí de Acapulco”.

De fondo, un cuchicheo apagado de voces, comenzó a escucharse. Eran súplicas. Rezos religiosos.

“¡Ricardo Reséndiz Hernández!”, vuelve a decir el hombre y algunos lloran. “¡Dionisio Choro Simón!”, pronuncia y enseguida otro llanto. “¡Víctor Manuel Campos Mónica!”, dice y lo interrumpe el llanto de una mujer que tiene enfrente y se desvanece.

Para entonces la gente afuera del penal ya era menos, la brecha se hizo más angosta desde antes del primer nombre. El servidor público había anticipado que el enfrentamiento ocurrió en el área máxima seguridad, en el área, que por protocolo, debía existir mayor monitoreo.

Una segunda lectura de la lista nombres y la repetición del audio que grabaron los reporteros con los 28 nombres generaron una y otra vez escenas de llanto. “¡No! ¡No!, ¿qué le voy a decir a mi hija”, gritó una mujer cuando escuchó el nombre de su familiar en el audio grabado por un reportero.

–¿Todo bien? –se le pregunta a la tía de Sócrates después de la lectura de los nombres.

–Sí manita, todo bien.

La familia de Sócrates libró cualquier relación con la lista de los 28.