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Édgar, el maestro rural que después de las balas busca ser abogado

Decidió estudiar una doble carrera, la de Derecho, debido a que después de la noche de Iguala se dio cuenta de tanta injusticia que hay en el país

Escrito en ESTADOS el

CHILPANCINGO (La Silla Rota). Édgar Andrés Vargas es egresado normalista desde 2016, pero apenas este ciclo escolar comenzó a trabajar como maestro en una escuela primaria del Estado de México. Esta faceta, herencia de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, lo mantiene a prueba porque está enfocado en la licenciatura en Derecho que estudia becado en la Universidad Iberoamericana  (IBERO), en la Ciudad de México.

También debe recuperarse por completo de la lesión que le hicieron hace cinco años de un balazo. Hasta este mes de septiembre suma cuatro cirugías de alta intervención y muchas más menores de las que perdió la cuenta.

Édgar es el joven normalista de Ayotzinapa a quien en la noche de Iguala, ocurrida el 26 de septiembre de 2014, supuestos policías municipales le destruyeron el maxilar superior durante un ataque a balazos en la esquina de calle Juan N Álvarez y Periférico norte.

Salió por la noche de la escuela, ubicada en Tixtla, junto a otros normalistas, al auxilio de sus compañeros, la mayoría de primer grado. Los estudiantes novatos se encontraban en Iguala reteniendo autobuses para el traslado a la Ciudad de México para participar en la marcha del 2 de octubre, y los baleaban los policías.

Fue parte del grupo de normalistas que, de acuerdo con testimonios públicos de sus compañeros, viajaron en las dos camionetas Urvan y vivieron el segundo ataque en el que mataron, primero, a Julio César Ramírez Nava y a Daniel Solís Gallardo, y después a Julio César Mondragón Fontes.

En ese entonces estudiaba el tercer año de la Normal Rural.

En la actualidad, después de varias cirugías de reconstrucción, que ha implicado más que la recuperación física, Édgar de alguna manera, durante estos cinco años que han transcurrido, se sobrepuso y encauzó su vida.

La carrera universitaria que cursa, que logró por el sistema de becas que mantiene la universidad jesuita y el respaldo del Centro Miguel Agustín Pro, tiene que ver con ese nuevo rumbo. “Decidí estudiar Derecho desde lo que sucedió de Ayotzinapa. Te vas dando cuenta de la cantidad de injusticia (que existe en el país)”, comenta.

Y vaya que la injusticia la conocen las víctimas directas e indirectas de la noche de Iguala, como lo es Édgar.

Cinco años después, en lugar de certeza en los procedimientos judiciales de los implicados que ya estaban presos, recuperaron su libertad por todas las fallas en sus procesos. De los últimos en salir de prisión es Gildardo López Astudillo, “El Gil”, supuesto líder del grupo criminal de Guerreros Unidos, acusado por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.

Existe un asunto más elemental y evidente: los 43 estudiantes siguen desaparecidos.

La recuperación: historia de mis últimos cinco años

Después de casi una semana de reposo, Édgar regresó el miércoles pasado a la universidad para retomar sus clases. El jueves 19 de septiembre pasado le hicieron una cirugía para fijarle el dedo más ancho del pie izquierdo, porque le causaba dolor al caminar. Para aligerar el dolor pisaba con el costado del pie.

La molestia surgió después que le extrajeron un hueso del peroné que funge como una especie de paladar, que con la ayuda de unos implantes, pudieron sostenerle la prótesis para su dentadura superior.

La cirugía de hace unos días es de las que Édgar no lleva la cuenta. Cómo no hacerlo si ha pasado diversas citas con especialistas en otorrinolaringología, cirugía plástica, ortopedia a procedimientos exhaustivos de reconstrucción.

Durante estos cinco años pasó de respirar de manera asistida hasta recuperar el habla y tener una nueva dentadura y un labio superior.

Si hay que contarlo considerando las etapas de su recuperación y el tiempo que le llevó cada una de ellas, se debe citar que respiró por un orifico en el cuello los tres o cuatro meses inmediatos al ataque, no pudo hablar por casi dos meses (después lo hizo con dificultad) y se alimentó a través de sondas durante dos años. “Ha sido un proceso complicado, casado y muy tedioso”, dice.

La lesión de Édgar fue profunda.

Uno de los compañeros lo vio desangrándose por la boca en medio de los balazos. Fue alrededor de la medianoche, cuando todos los normalistas huían de la esquina con Periférico norte, desde donde se colocaron unos hombres para dispararles.

El joven que hace esta narración dijo que él corría sobre la calle Juan N Álvarez, cuando le gritaron que el “oaxaco”, como conocían Édgar, estaba herido.

Primero lo describió cubriéndose la boca con una chamarra que ya traía humedecida de sangre. Después, en la clínica Cristina, ubicada sobre la misma calle, a donde él y otros normalistas lo llevaron porque de manera errada creyeron que lo ayudarían, sin color en la cara, por toda la sangre que perdió. 

Ahí, narró el joven, Édgar les escribió en su teléfono, la única manera que tenía de comunicar lo que sentía: “ayuda, me estoy muriendo”.

Hace casi un año y medio que la reconstrucción de su boca es más notable. Con eso Édgar comenzó a recobrar la seguridad, porque el balazo, lo que vivió esa noche y a lo que sobrevivió, no sólo le destruyeron su maxilar superior, también atacaron sus emociones.

“Por ahora puedo hacer casi todo”, aclara con la distancia de cinco años de aquella noche.

Una de las cosas que ya hace, es comer en la calle. Era un impedimento, primero, por una incapacidad, segundo porque tenía que cuidar sus alimentos y después, tenía que habituarse a su nuevo maxilar.

Edgar concibe cierta satisfacción con la recuperación que ha tenido hasta ahora, porque aún le falta. Lo de su dentadura, sostenida ahora en el hueso que le extrajeron, que después lesionó el dedo de su pie, aún no es un caso resuelto, sus médicos buscan perfeccionarla y reponerla.

Aunque, a decir verdad, no está conforme con lo que le pasó en Iguala y el daño profundo que le dejó, pero aun así “me siento bien, alegre, porque mi vida la estoy haciendo”.

Un maestro rural que busca ser abogado

El contrato de maestro de niños de tercer grado se empató con el quinto de nueve semestres de estudiante de la carrera en Derecho.

Édgar, con 24 años, este ciclo escolar es estudiante de una de las universidades particulares más importantes del país desde primera hora hasta el mediodía, y docente de una escuela primaria mexiquense de 1:30 a 18 horas. Aunque, habló antes del dilema que le causó juntar las dos experiencias: “lo pensé mucho para trabajar, porque no quiero descuidar la universidad”. 

Al inicio de la entrevista Édgar aclara que mantiene a prueba su faceta de maestro, no por falta de ganas,tiene que ver con las complicaciones de tiempos y distancias entre el lugar donde es estudiante y el de maestro. “Estoy viendo si me puedo acoplar”, menciona.

El 8 de septiembre que hablamos la primera vez, llevaba apenas unos días conviviendo con sus alumnos. Inició a trabajar el 26 de agosto, con el arranque de ciclo escolar. Esa ocasión comentó qué sintió cuando vio a sus alumnos: “Alegre y nervioso. Eran muchas personitas. Es una responsabilidad muy grande”.  

Para las dos actividades que ocupan su vida ahora conquistó su espacio.

En la IBERO, hace poco más de dos años presentó el examen de admisión y alcanzó la puntuación que le solicitaron para la beca, que debe mantener con buenas calificaciones. El contrato de maestro lo consiguió al apuntarse en el mecanismo oficial para docentes de aquel estado.

De todo lo que ha conseguido, aun con aquella experiencia a cuestas, primero dijo: “Mi familia está bien contenta”. Después cayó en la cuenta sin ningún asomo de presunción: “Cada meta que me pongo, de cierta forma, la estoy cumpliendo”.

Édgar Andrés Vargas conoce cómo se lucha por la sobrevivencia.