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De las calles, a una oportunidad de vida en albergues de Oaxaca

El alcohol y la drogadicción los llevó a la calle, pero hoy tienen un lugar para dormir, alimentos, opciones de trabajo y una nueva oportunidad de vida

Escrito en ESTADOS el

Durante años, las calles fueron su único hogar. Una banca en el parque, la entrada de una iglesia o un puente, sus refugios para dormir. El alcohol su único alimento, pero un día decidieron darse una nueva oportunidad de vida.

Neftalí, Pánfilo y Gil, son tres de los 16 huéspedes del albergue municipal para personas en condición de calle perteneciente al Ayuntamiento de Oaxaca de Juárez.

Además de una cama, cobija y techo para dormir, tienen alimentos, equipo de lavado de ropa, vinculación a empleo, un trato digno y sobre todo esperanza.

Neftalí tiene 27 años de edad, es originario del Istmo. Fue hace dos años cuando dejó su tierra. “Me quise ir a vagar en la vida”. Tomó un autobús y llegó a Tijuana. Nunca tuvo la intención de cruzar a Estados Unidos, señala mientras toma su cena en compañía de sus demás compañeros.

Durante algún tiempo vivió en el estado del norte de país y después regresó a Oaxaca. “Al principio rentaba un cuarto, pero la soledad me empezó a comer. Me acababa, me asaltan malos pensamientos en la cabeza, problemas. Tenía muchas cosas en mi mente y caí en el alcohol. Así empecé a quedarme dormido en las calles”. Actualmente trabaja la repostería en una de las cadenas pasterelas de mayor venta en Oaxaca. Lleva dos meses laborando y en sobriedad".

“Estaba cansado de estar tomando. Me dije que dejaría todo eso, que buscaría un trabajo y recuperaría mi vida”.

 

La vida en las calles, explica, no es nada fácil, te enfrenta a la extorsión, persecución y maltrato de la policía. “Ni para ponerse con ellos porque te lanzan los toletazos o te dan toques eléctricos. Nos ven todos sucios y piensan que andamos robando, pero yo nunca me dediqué a eso, lo que hacía era pedir dinero a la gente”.

Antes de llegar a las calles, Neftalí era chofer repartidor. Problemas familiares y laborales lo llevaron a dejar a su esposa e hijo. “Sufrí acusaciones de robo, pero nunca me pudieron probar nada”, expone.

El reloj en el albergue marca las ocho de la noche. El viento decembrino recorre el lugar con un ligero aire de nostalgia. “Es una fecha triste sobre todo porque no he visto a mi hijo. Si pudiera me gustaría recuperar su cariño y recuperarme a mi mismo para demostrarme que se puede salir otra vez adelante. Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad”.

Gil, del escuadrón de la muerte a lustrador de calzado

Gil lanza una carcajada sincera después de afirmar: “no soy bolero, soy profesional lustrador de calzado”. Hace un mes dejó nueve años de vivir en la calle con el escuadrón de la muerte en busca de recuperase así mismo. 

Antes de llegar a las calles se desempeñó como jefe de departamento en una tienda de autoservicio. El consumo de alcohol lo atrapó y llevó a abandonar trabajo y familia. Durante seis años vivió en Estados Unidos trabajando como lava trastes, pero fue deportado a México por conducir en estado de ebriedad. A su regreso a Oaxaca, “al abrigo del alcohol me vine a refugiar con el escuadrón de la muerte. Varios meses dormí en el río Atoyac. Después me pasé a vivir a las naves, y luego en las puertas del Palacio de Gobierno donde ahora están los triquis. Fui y vine, pero siempre alcoholizado, con los compañeros de parranda”, explica.

Empezar una nueva etapa -confiesa- no es nada fácil. Alejarse del vicio requiere de mucha fuerza de voluntad. “A veces me los encuentro y me dicen que ya me siento más porque ya no tomo y por eso no les hablo. Y es que cuando los veo prefiero darme la vuelta porque sé que esto es una bomba de tiempo. Un trago o dos tragos es seguirme la fiesta. El alcoholismo es una enfermedad muy grande”.

Pánfilo: “los milagros sí existen”

Fue precisamente en estas fechas hace algunos años cuando Pánfilo de 54 años de edad, tuvo una experiencia en la cual -señala- ha sentido el amor de Dios “aún cuando ando tomando”. En aquella ocasión, explica, había ido a trabajar en la albañilería y le pagaron con un billete roto. “Esta triste ¿qué voy a hacer con un billete roto? Me pregunté, en eso me encuentro con un señor que no caminaba y me preguntó que qué tenía. Me dijo: estás triste porque no tienen dinero. No, le contesté sí tengo, pero es un billete roto y nadie me lo va a cambiar. La persona me pidió el billete y que agarra de su cambiecito y me lo empieza a cambiar. Doscientos pesos me dio. Me lo quedé viendo con tristeza y me dije él lo necesita más que yo. Le dije que sólo me diera cien pesos. Cuando quise ir buscarlo para agradecerle otra vez, ya nunca lo volvió a ver”.

Al igual que Gil y que Neftalí, Pánfilo tomó el alcohol y las calles como forma de vida. En esta ocasión como huésped del albergue comenzó a trabajar en la albañilería, pues una de las principales labores del albergue dirigido por Guadalupe Martínez Ricárdez, jefa del departamento de servicios asistenciales, es buscar la manera de vincularlos con el empleo.

Un espacio digno 

El diagnóstico más reciente sobre la población de personas en condición de calle arrojó un total de 250 personas, de las cuales son únicamente 16 las que han llegado a solicitar el ingreso al albergue abierto de manera permanente.

En el acceso, la médica revisa que nadie ingrese con aliento alcohólico o bajo los efectos de alguna droga y también revisa su estado de salud, para que caso de que se requiera, les suministre medicamentos para presión, gripa o alguna otra enfermedad menor. Cuando las personas llegan tras haber consumido alguna droga son canalizados a un centro de rehabilitación previa autorización del paciente.

Diariamente las personas tienen acceso a una cama para dormir y a la cena y desayuno, a ducha y lavadora para la limpieza de sus prendas.