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David y Manuel, las vidas que la covid-19 no pudo arrebatar

Ambos estuvieron al borde de la muerte, pero su tenacidad hizo que derrotaran a la covid-19 cuando sus diagnósticos eran muy malos

Escrito en ESTADOS el

TUXTLA GUTIÉRREZ.- David y Manuel son ciudadanos que viven en Chiapas, no se conocen, pero tienen algo en común: el nuevo coronavirus (SARS COV-2) les mostró, de cerca, el lado más terrible de la muerte: no poder respirar e, incluso, “navegar” en el abismo de la pérdida de la razón.

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En entrevista exclusiva con La Silla Rota, David Alejandro Ruiz Escobar, originario del municipio de La Concordia, Chiapas, sonríe a cada instante, está agradecido con la vida pues, hace unos meses, perdía las esperanzas e, incluso, la batalla contra esa enfermedad: por al menos 10 días prácticamente quedó inconsciente porque la respiración era casi nula.

Sentado en su negocio, ubicado al oriente de Tuxtla Gutiérrez, David, de 47 años de edad, emplea la símil para enseñarle al mundo lo que es estar a merced de la covid-19: “Haz de cuenta que por muchos días sentí como si me hubieran metido la cabeza en una bolsa de nylon, y que con una agujita le abrías un hoyito y que por ahí podía respirar… eso me sucedió, fue un infierno, porque te haces popó en la cama y no te das cuenta”. Estaba colapsado, tanto que de los 114 kilogramos que pesaba, bajó a unos 84.

LA CRUDA REALIDAD

Para él, el 22 de mayo quedará marcado en su vida: presentó los primeros síntomas de ese mal, con una gripa “normal”, pero 4 días después la covid-19 empezaba a mermar sus fuerzas. Lo más desesperante fue que en ninguna institución de salud lo recibieron porque todas estaban saturadas de pacientes con esa enfermedad. En ese momento, su saturación rayaba los 84 puntos.

A duras penas adquirió su propio tanque de oxígeno (en total requirió de 6) y no le quedó más que irse a su casa. Durante la agonía, empezó a repartir bienes muebles, inmuebles y de otro tipo: le dijo a sus 4 hijos, el más pequeño de 9 años de edad, lo que sería para ellos, y desde luego a su esposa. “Repartí la herencia, ya me sentía ‘chafirete’ (se ríe) porque empecé a desvariar”, ataja quien, bajita la mano, erogó casi 30 mil pesos para recuperarse.

Incluso, un médico al que le habló le advirtió que viviría una pesadilla, que se preparara, pues no sanó en los primeros días de contagio, lo que se hizo realidad, debido a que tres cuartas partes de su pulmón derecho presentaban fibrosis, y el izquierdo también comenzaba a generarla.

Además, se mantuvo en cuarentena por 42 días, sin salir de su recámara. Entre otras desgracias, 7 vecinos de su cuadra no soportaron los embates de ese virus, e incluso su familia se contagió.

Tiene tiempo para recordar un chascarrillo: a uno de sus hijos le heredó un teléfono celular de los más avanzados, e incluso le dijo que si moría que lo formateara, pero tras recuperarse y pedirle que se lo regresara, su vástago le dijo que lo había “limpiado” todo; “le dije que era por si moría”, externa David, entre risas.

Lo más irónico, es que 15 días antes de contagiarse, como presidente del Club Rotario de esta ciudad tuxtleca acudió a una donación de 300 mil pesos en especie, la mitad para lo que se requiriera para enfermos de covid y la otra parte para el Hospital “Dr. Gilberto Gómez Maza”, “y no es que ese dinero fuera mío, pero lo chistoso es que no hubo un lugar para mí, cuando lo necesité, pero así es esto, aunque recibí mucho apoyo de amigos, de la familia”.

“GOLPEADO” TAMBIÉN EN LO ECONÓMICO

En la actualidad, David -quien está seguro que el SARS COV-2 lo adquirió en un centro comercial- no solo siente algunos estragos en su organismo, su estado físico, sino que además se recupera en lo económico: durante la pandemia tuvo que despedir a sus 9 empleados e, incluso, estuvo al borde de la quiebra.

El hombre de tez blanca y de estatura baja se coloca su “delantal” y toma con sus manos el molde de plástico de una prótesis de pierna, con la cual creará la plantilla para un infante que requiere de zapatos ortopédicos.

En las últimas semanas, el negocio que emprendió hace 21 años da visos de sobrevivir, pues ya recontrató a 6 de sus trabajadores, aunque sabe que será complicado alcanzar las ventas que antes tenía. Prácticamente solo laboraron para pagar la renta del local y sueldos, y es hasta hoy que se palpa una ligera ganancia.

Si algo le ayudó a no verse tan mermado y a poder hacer su chamba, fue la constante terapia pulmonar a la que se sometió, entre otros ejercicios como la natación. Inclusive, el especialista en fabricar piernas y brazos artificiales recuperó su voz, pues ésta también se atrofió, además de que no padecía ninguna enfermedad, como hipertensión o diabetes, pese a la obesidad que tenía.

MANUEL ANZALDO Y LA AFANADORA QUE LE DIO ÁNIMOS

Manuel Anzaldo Meneses, biólogo de profesión y quien el pasado de 24 de septiembre llegó con la mano derecha en el pecho a la Clínica Covid de Tuxtla porque se le dificultaba respirar, es parte de la larga lista de contagiados que, por fortuna, libraron la enfermedad.

El también exmilitante de una organización armada viajó a la Ciudad de México, de donde es originario, porque sostendría una reunión con otros compañeros de otras agrupaciones de diferentes estados; luego, en su estancia en Sinaloa, el 15 de septiembre, presentó los primeros síntomas, es decir que, como a David, también empezó con escurrimiento nasal.

No lo dudó mucho y decidió regresarse a Chiapas, donde tomó unos medicamentos para el resfriado, y como no se sentía tan agobiado, viajó de nueva cuenta pero esta vez a Acapulco, Guerrero, el 23 de septiembre para otra reunión; sin embargo en esta ocasión la respiración se le “desmayaba” aún más.

Además, algunos de los compañeros con los que se reunió le llamaron por teléfono y le advirtieron que, una gran parte de ellos, dio positivo a SARS COV-2. La aflicción lo “ahorcaba” con mayor fuerza.

Manuel y su esposa Juanita se dedican 100 por ciento a cuidar una Unidad de Manejo Ambiental (UMA) en el municipio de Berriozábal, donde residen desde 1996, pero ahora a él se le dificulta caminar con mayor fluidez, e incluso toma algunas pausas para jalar aire.

A sus 66 años de edad, quien llegó a Chiapas desde hace casi 3 décadas, rememora que, como en muchos episodios de esta pandemia, él fue excluido del hospital de 12 camas del municipio donde vive, “ni siquiera me dejaron entrar, me atendieron en la banqueta, y sí tenían espacio”.

No obstante y ya con diagnóstico en mano, se dirigió a la Clínica Covid Polyfórum de Tuxtla, la cual aún no estaba hasta el tope, y por ende recibió el apoyo necesario. Ante el resultado de cómo estaban sus pulmones y una saturación que llegaba a 86, fue necesario que se quedara.

SINTIÓ LA MUERTE

“Dentro de toda la gente que estaba mal, yo era quizá el menos afectado, pero me ganó la desesperación, y solo pedí que me permitieran firmar unos papelitos (en referencia a dejarles herencia a sus 6 hijos y cónyuge)”, comenta.

Tras una larga batalla y con una mínima esperanza de librarla, Manuel advierte que, si algo aprendió de esto, fue a valorar aún más la vida, y que a veces quienes menos tienen, son los que más sabor le hallan a la misma, como el caso de una trabajadora de limpieza que, durante varias horas, aseaba el espacio donde él se recuperaba.

“Ella me dio una gran lección, porque a pesar de estar en muy alto riesgo, con quizá un sueldo raquítico, me daba palabras de aliento, que le echara ganas, que no me dejara vencer y que me mejoraría; eso me dio más fuerzas”, evidencia quien, durante su internamiento, sufrió dos crisis, una de los riñones e incluso un problema cardiaco.

Tras reconocer la labor de todo el personal médico y de enfermería, no deja de halagar el esfuerzo de la afanadora, cuyo cuerpo estaba envuelto, como él mismo dice, en una especie de traje de astronauta.

El hombre de tez blanca, cabello y bigote blancos y de complexión robusta no deja de sonreír durante la charla, y también suelta un chiste: “Cuando me dijeron que me internarían, dije: ‘¡hijuelas, ni modos, mi general!’, y también dije: ‘¡Mi celular, dejé abierto el Face, las cuentas de Tik Tok, mi mujer, ayuda!’ (risas)”.

A pesar de que la única preocupación era su sobrepeso, Manuel tenía varios ases bajo la manga, uno de ellos el no padecer otros males como diabetes, aunque con la covid se le disparó la glucosa. Pero la libró.

Entre otras secuelas, Manuel, quien el 6 de octubre vio de nuevo la luz al salir del hospital victorioso, también sufrió el engrosamiento de la capa que protege al “motor de su cuerpo”, el corazón, por lo que tendrá que medicarse de por vida.

Para él, fueron la disciplina y el ánimo los que le permitieron superar al coronavirus. “Supe de vecinos que, como yo, perdieron los sentidos del gusto y el olfato, y dejaron de comer, pero en mi caso no, a pesar de que no sentía ni olía, no dejé el alimento”, ejemplifica quien perdió cerca de 7 kilogramos de peso.

Aunque tanto David como Manuel sienten temor de volverse a contagiar, le dan gracias a la vida porque, a pesar de todo, pueden respirar mejor. Aire puro para sus pulmones.