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Christian, el hondureño que va por su cuarto intento para llegar a EU

Este migrante forma parte de un grupo de hondureños que se agazapan en Tecún Umán, Guatemala, en busca de burlar el muro militar del lado mexicano

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Escrito en ESTADOS el

CIUDAD HIDALGO.- Christian Martínez intentará, por cuarta ocasión, romper la valla humana de agentes migratorios-militares establecida en la margen del río Suchiate pero del lado de Chiapas. El pasado martes llegó a Guatemala porque –dijo- en su natal Honduras es imposible vivir tranquilo.

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El joven de 23 años de edad, alto, de complexión delgada y tez morena muestra una profunda herida “suturada al porrazo” en su pierna izquierda, que le provocó su tío con un puñal, quien lo agredió “sin deberla ni temerla”; en respuesta, le arrebató el arma y se defendió hasta “acuchillarlo” en repetidas ocasiones. “Creo que estaba drogado, no sé”, recuerda.

Así como él y otras personas que lo acompañan, pequeños grupos de migrantes se mantienen agazapados por el lado de Tecún Umán de Ayutla, departamento de San Marcos, Guatemala, a orillas del afluente que divide a las dos naciones, pues de día o de noche buscan “driblar” a las autoridades migratorias y de la Guardia Nacional, quienes al menos este miércoles fueron menos comparado con el día anterior, cuando alcanzaban entre 50 o 60 elementos.

En su país, acepta Christian, trabajaba en la albañilería y lo que le dejara “plata” para ayudar a su familia: su madre María Dolores, sus hermanos Edwin y Génesis, su tía Maribel, su sobrina Milagros y para mantenerse a él mismo.

Pero, advierte, la mafia colombiana los persigue e incluso los mismos pobladores se basan en su propia ley, la de la calle; “porque allá todos hacen lo que quieren, todo mundo tiene un precio, están armados; cualquiera te mata”, lamenta.

A su lado están Bryan Salazar, de 18 años; un menor de 17 y una mujer (de 22), todos originarios de la capital guatemalteca, quienes están dispuestos a seguirlo hasta Veracruz, su objetivo en este viaje, pues en esa entidad tiene unos amigos que son como su familia y con quienes se quedará.

Mientras aguardan en Tecún Umán se enfrentan a otra realidad: en un albergue para migrantes no los pudieron recibir, pues esa región se mantiene en “semáforo epidemiológico rojo”, y el cupo diario es limitado, por lo que el alimento, no cae en sus estómagos, aunque ya es mediodía.

Además, se sienten acosados por la policía de ese lugar, la cual les ha dicho que no tienen derecho a nada, “ni a beber agua, ni a pedir dinero”.

A diferencia de Christian, Bryan logró cursar hasta segundo de secundaria, pero ya no pudo sostener sus estudios y, además, fue amenazado de muerte por la pandilla de su región, Barrio 18; ahora, cuando puede, se dedica a reparar teléfonos celulares y con ello obtener algunos quetzales, la moneda de su país.

INGRESO “HORMIGA” A TIERRAS MEXICANAS

Mientras el joven hondureño habla de su “viacrucis”, alrededor de 12 migrantes, al parecer todos centroamericanos, caminan hacia uno de los puntos “ciegos” de la frontera; los lleva un trabajador del transporte en triciclo de esa zona, quien la hace de “coyote” para ganarse, por cada uno de ellos, entre 600 y mil dólares por cada uno de ellos.

En el trayecto hacia las “entrañas” de Tecún Umán, salen al paso dos policías, en una motocicleta, para pedirles al corresponsal de La Silla Rota y a otros dos periodistas sus identificaciones; “es para que estén más seguros aquí, y no los paren a cada rato”, advierte uno de los uniformados.

Sin embargo, también deja ver que la migración no se detiene, aunque en estos días es más tranquila, “tengo un amigo, manejaba uno de ésos (señala un triciclo con su dedo índice derecho) para ganarse la vida, pero ya le encontró la forma de ayudar a pasar a los migrantes, y se gana su lana, e incluso ya paró una gran casa, ¿con qué dinero?, pues es obvio”, advierte quien, a la vez, dice que en su tierra “estamos en rojo” por la contingencia por el covid-19.

Hace poco, comenta, acabó de salir de esa enfermedad. Toma un descanso, y en una libreta de taquigrafía apunta el nombre de cada uno de los reporteros. “Me dolía la garganta, la sentía bien hinchada, pero gracias a Dios ya salí, y ya estoy de nuevo aquí, listo”, confiesa.

ALBERGUES RESPETAN MEDIDAS SANITARIAS

Percy Cervera, director de la Casa del Migrante en Tecún Umán, Guatemala, advierte que, a diario, solo pueden brindarle comida y alojamiento como a 20 o 30 personas o menos, aunque según él la afluencia migratoria, entre febrero y este mes, se redujo en gran medida en esa franja fronteriza.

Sin embargo, aclara que siguen todos los protocolos que marca el Ministerio de Salud, desde usar mascarilla, gel antibacterial, fumigar sus espacios y controlar la temperatura corporal de cada persona que ingresa al sitio.

“Nosotros hacemos lo que está a nuestro alcance, como defensores de derechos humanos, pero también respetamos las disposiciones de otras autoridades, como las mexicanas; y siempre pediremos que se respeten los derechos de los migrantes”.

Para él, es injusto que se diga que los migrantes utilizan a sus hijos e hijas “como escudos” para lograr sus objetivos, como lo manifestó el titular del INM en México, Francisco Garduño, pues la mayoría de personas huyen de sus países por la violencia, la pobreza y el hambre que padecen. “Hay muchas gentes que buscan asilo político, cada caso es único”, dice.

“MI HIJA ESTUDIA EN GUATEMALA, EN MÉXICO NO SE AVANZA”: AMA DE CASA

Nancy, mujer guatemalteca, intenta ingresar a Ciudad Hidalgo sin documentos oficiales, a través del río Suchiate, pues retorna de una escuela primaria de Tecún Umán adonde su hija de ocho años acude, cada dos veces a la semana, para recibir clases presenciales.

Desde hace un año, añade, vive en tierra chiapaneca en la casa de una tía, pero como su pequeña no avanza en sus estudios debido a que en los centros escolares mexicanos prácticamente no hay clases, la inscribió en Guatemala.

No obstante, un par de agentes del INM y un guardia nacional la topan a ella, a su hija y a su esposo en su intento por internarse hacia la entidad. En tono molesto, la señora le recrimina a los uniformados que no la dejen seguir cuando, por las noches, “cientos de migrantes pasan el río, puro mafioso y vago entra, ¡y ahí sí no hacen nada!”

Aunque demuestra su molestia en todo momento, a la señora no le queda de otra que tomar de la mano a su niña María, quien llora, y enfilarse hacia una de las balsas para regresarse a su país.

VA POR SU SUEÑO

Sentado sobre una piedra que hace las veces de muro de contención en el río Suchiate, cuyo caudal apenas alcanza un metro, Christian Martínez sabe que esta vez será más complicado cumplir su sueño.

La primera ocasión que lo intentó, ya que alcanzó la mayoría de edad, llegó hasta la Ciudad de México, pero lo “regresaron”. Un año después estuvo en Veracruz, luego se movió a Piedras Negras, Coahuila, y cuando se aburrió, retornó a Honduras. Apenas el año pasado intentó, junto a su pareja, atravesar hacia México, pero los deportaron.

Aunque un alto número de migrantes opta cruzar a México por otras zonas, como Frontera Corozal, en la Selva Lacandona o en otros “puntos ciegos”, a él ni a sus amigos les agrada moverse de esa manera porque eso implica un elevado riesgo.

Mientras tanto, Christian, quien pide unas monedas para comer, tiene un sueño que ha plasmado en una libreta, durante su viaje: escribir canciones de danzal hondureño, similar al género de reggae panameño.

Y, sin dudarlo, comparte una estrofa de una de sus tantas melodías: “Yo sé que tú no me amas, //De que tú no me amas, //se apagó el fuego y la llama// de que tú no me amas, “beibe”, //se apagó el fuego y la llama// se apagó el fuego y la llama// mi corazón, a ti, ya no te ama, // se apagó el fuego y la llama…”.