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Aldama, entrañas de un territorio indígena amenazado por paramilitares

Aldama mantiene un conflicto territorial con Chenalhó desde hace cuatro décadas, el cual ha sumido a sus comunidades en el temor ante ataques y emboscadas

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Escrito en ESTADOS el

ALDAMA.- Mientras desciende por un camino de terracería, Felipe señala hacia el cerro que hace las veces de frontera entre los municipios indígenas de Aldama y Chenalhó, en Chiapas, y advierte: “Ahí hay al menos tres o cuatro trincheras desde donde la gente de Santa Martha nos dispara de día y de noche”. A los pocos segundos, al menos dos detonaciones de arma de fuego, interrumpen la plática.

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El joven, padre de dos niñas y, encargado de la Biblioteca Pública de la cabecera municipal, abandonó desde hace varios meses una parcela de alrededor de 50 metros cuadrados donde cultivaba café porque, según dijo, el peligro es latente por la cercanía con del poblado con Chenalhó, municipio con el cual mantienen una disputada de 60 hectáreas de territorio desde hace más de cuatro décadas.

Las palabras de Felipe son secundadas por su vecina Guadalupe, quien llorando y en su idioma, el tsotsil, advierte, que los balazos están a la orden del día en todo Aldama. De hecho, muestra en la parte superior de la puerta de su vivienda, en San Pedro Cotzilnam, un orifico que se formó por un balazo proveniente de la montaña.

Fotos Christian González

Por Felipe, quien traduce al español, entendemos que para Guadalupe es un infierno vivir en constante miedo y, que ni ella ni su marido pueden trabajar en sus tierras para autoconsumo, porque los paramilitares -como ella les dice-, no dejan de dispararles. “La solución la tiene el gobierno, solo ellos pueden hacer algo”, asevera la mujer quien, entre lágrimas, sostiene en la palma de su mano derecha una de las tantas ojivas que han caído cerca de su propiedad.

Guadalupe narra que hace dos años, su esposo se dirigía a laborar a la comunidad de Kokó, donde también le dispararon. Lo más lamentable, dice, es que a los habitantes de Santa Martha el gobierno les ha otorgado dinero (la última cantidad fue de 1 millón 300 mil pesos y una camioneta nueva) y, ni así cesan sus agresiones.

Como la mayoría de los lugareños, Guadalupe también se siente olvidada: el único apoyo que recibía para sus tres hijos, las Becas Benito Juárez del gobierno federal, dejaron de fluir desde hace casi seis meses, y la despensa que les proporcionaron a principios de la pandemia, también comienza a escasear.

De hecho, sus pequeños se han quedado en casa desde antes de que llegara el virus del Covid-19 al estado, por el miedo a que mueran de un balazo en el camino, y no tanto por el contagio. Sólo acuden una vez por semana a su escuela para ser asesorados o recibir tareas de sus maestros. La misma escena se repite en casi todas las familias.

CIFRA NEGRA

De acuerdo con el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de Las Casas, desde el año 2016, cuando se agudizó esta problemática, al menos seis personas han muerto y van más de 26 heridos de Aldama, entre ellos hay niños. Las balaceras son constantes e incluso en ambas localidades se detectaron más de 27 puntos de ataque o parapetos que utilizan los paramilitares de Chenalhó.

Hace dos semanas, Hugo Alfredo Pérez Hernández, de 37 años de edad, recibió impactos de bala en el brazo y las costillas cuando viajaba de su comunidad Tabak a la cabecera de Aldama, ubicado casi a dos horas de la capital de Tuxtla, en la región Altos de Chiapas; hoy está internado en el Hospital de Las Culturas en San Cristóbal de Las Casas, donde agoniza. Solo entre el sábado y domingo pasados, se reportaron 39 ataques armados a 10 localidades de esta zona.

EL RIESGO ES LATENTE

Mientras La Silla Rota visita San Pedro Cotzilnam, un convoy de elementos de Seguridad Pública del estado, la Guardia Nacional y policías municipales “escoltan” una retroexcavadora que desazolvará un tramo en donde se registró un derrumbe por las lluvias.

“Está peligroso, tengan cuidado, a varios compañeros les han disparado, por fortuna no ha pasado nada”, advierte uno de los uniformados, mientras escribe en una libreta los nombres de dos reporteras que también recorren las comunidades de Aldama, municipio que solo cuenta con un centro de salud, que es atendido por un médico tres días a la semana.

Minutos antes, se escuchó otra ráfaga de detonaciones y, además, una especie de disparo de cañón. Al respecto, Felipe advierte que es común sentir esos “bombazos”, pero no saben qué utilizan para generar el sonido, aunque saben que lo hacen para mantenerlos atemorizados.

Otra situación que es común en la mayor parte de las 21 comunidades de las que se conforma Aldama, es que seguido aparecen sus animales muertos por proyectil de arma de fuego, advierten los entrevistados.

Varios agentes locales sostienen radios para comunicarse, debido a que la señal de internet es nula.

Un agente, quien viste sombrero, camisa y pantalón vaqueros, extiende su radio al reportero de esta casa editorial y le señala: “Mira, mira”. Entonces se escucha como un supuesto gente del vecino municipio habla en claves. “Planean atacarnos, es lo que dicen”, advierte.

Desde hace algunos años, varias familias abandonaron sus casas de la zona más cercana al río que divide a los poblados. Por cada localidad de Aldama, hay al menos cinco familias que decidieron replegarse por el temor a ser cazados: en su desesperación por salvarse, dejaron todo.

Felipe, el bibliotecario, refiere que dentro de esas “claves”, los paramilitares de Santa Martha mencionan de forma constante la palabra venados o peces, en referencia a los pobladores de Aldama, “que ese ya está grande para matarlo, pero se refieren a nosotros, que nos quieren matar”.

“YA CANSA TODO ESTO”: JUANA

“Nosotros no hacemos nada. Todos dicen que somos nosotros, los de Aldama, los que atacamos primero y no es verdad… ya cansa todo esto, y por eso una vez dije que mejor me pegue una bala para que no esté sufriendo, pero Diosito lindo aún no me deja”, externa Juana Jiménez Méndez, quien señala a uno de sus siete hijos, a quien —confiesa— prácticamente lo parió cuando se registraba una agresión con arma de fuego por parte de los de Chenalhó.

Con la voz entrecortada, la mujer de 30 años dedicada al telar al igual que el 95% de las mujeres de su pueblo, saca de una servilleta al menos cuatro casquillos percutidos, los cuales cayeron en el techo de lámina de su vivienda, ubicada frente a una de las trincheras o parapetos de Santa Martha.

Antes de que se recrudeciera el conflicto, ambos municipios compartían la sal y la mesa: cuando en Aldama celebraban a su santa patrona, Santa María Magdalena, recibían a los pobladores de Santa Martha, sus invitados especiales. Y cuando estos últimos veneraban a la Virgen de Santa Martha, en el mes de julio, ellos acudían para disfrutar de una verbena. Lo que no saben es en qué momento o por qué se “fracturó” la relación.

Ahora, Juana, originaria de San Pedro Cotzilnam está consciente de que la vigilan, de que ya no puede ir tan libremente a su milpa, y si lo hace, tiene el tiempo contado para “arrancar” unos cuantos elotes o conseguir algunos tomates para alimentar a sus hijos. Menos que sus “retoños” salgan a corretear al campo, como lo hacían antes.

El otro día, confiesa la también artesana, escuchó cómo una bala cayó en un recipiente: “hizo como un sonido de ratoncito que juega en la tierra, como que lloraba en la tierra, algo así”. Por un instante, Juana ya no puede detener las lágrimas, y de forma constante se toma la cara; se le hacen nudos en la garganta.