Sometida por una crisis de ansiedad, sin mucho dinero y con un padre que prácticamente dejó a su mamá y hermanos cuando ella tenía 6 años de edad, Belky Saraí Paz Reyes abandonó su natal Honduras para dirigirse hacia Chiapas, México, la tierra que la ha cobijado desde hace como dos décadas.
Su vida, sin duda, no ha sido fácil. Desde pequeña, ella aprendió a trabajar, sobre todo en cuestiones del comercio, actividad que imitó de su madre.
Como su progenitora no podía mantenerlos porque no le alcanzaba el dinero, recuerda que a ella y a 1 hermana y sus 3 hermanos los repartió con otros familiares para ese cuidado que requerían.
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En su caso, dice Belky, su hermanito de 3 años y ella fueron enviados con una de sus hermanas mayores y su cuñado, donde el trato de este último hacia ellos no era bueno, y mucho menos la alimentación.
Con nulos conocimientos sobre maternidad y bajo una presión constante por no tener un espacio propio donde vivir, la mujer hondureña se las ingeniaba para alimentar a su hermanito, a quien, en vez de leche, le daba agua con un poco de limón, sin azúcar, para saciar la sed, pero sobre todo para controlar el hambre.
Entre sus recuerdos, Belky dice que durmieron, incluso, bajo una mesa de madera y el piso de tierra.
Adiós a su tierra
A los 16 años, con apenas el sexto grado de primaria y sin más pertenencias que “un mundo de sueños”, una de sus hermanas la convenció de salir de su país para buscar una mejor calidad de vida.
Sin saberlo, Belky vivió el peligro que miles de migrantes padecen en su viaje por caminos de extravío en montañas, selvas y otras vicisitudes como el acoso de los grupos delincuenciales o hasta otros riesgos como el de animales salvajes o ponzoñosos.
Al poco tiempo de llegar a Chiapas, conoce a una persona y se embaraza. A los 18 años de edad, ella ya era madre, y a los 21, su pareja la dejó. Así que tuvo que remar contracorriente con una bebé en brazos.
Dios nunca la ha soltado
El tiempo la recompensó. Conoció a otra persona, con quien se casó, y su vida, de alguna manera, se estableció. Con algunos ahorros, empezaron a vender ropa y juguetes.
De manera improvisada, se convirtió en una comerciante y aprendió cómo comprar sus productos, luego establecerse en un local, mismo que, en 10 años, logró ampliar para meter más mercancía.
Está convencida, dice, de que Dios nunca la ha soltado, y prueba de ello es que una persona le dio todas las facilidades para que su negocio se expandiera, a tal grado que, en un momento, estableció más negocios de venta de ropa en otros municipios de Chiapas como Cintalapa, Ocozocoautla y Tuxtla Gutiérrez.
Mujeres de lucha
De acuerdo con el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), la Población Económicamente Activa (PEA) en Chiapas, hasta el tercer trimestre del año pasado, fue de 2 millones 186 mil 113 personas, es decir 19,203 más que en el mismo periodo de 2023.
De esa cifra, 701,328 se trató de mujeres y más de 1 millón 465 mil 582 fueron hombres. En sí, advierte la fuente consultada, la tasa de participación económica masculina representó el 81.3 por ciento y la femenina el 30.2%.
Belky relata que también se enfrentó a distintos peligros: primero, la llegada de la pandemia por la Covid-19, su segundo divorcio (lo que para ella fue una “relación infernal”), el robo de una camioneta y la creciente presencia de grupos del crimen organizado.
Sin embargo, aclara que nunca dejó de trabajar, debido a que no podía desamparar a su hija e hijo, ambos menores de edad, pese a que ello significara un serio peligro.
“Me tocaron los retenes ahí por Chamic (municipio de Frontera Comalapa, asediado por grupos criminales), donde estuvo el ‘narco’, fue algo como que sentía miedo, viajar, porque no sabes qué podría pasar, e iba ya sola porque me había divorciado, pero gracias a Dios no me pasó nada”, relata Belky, sobre los viajes que tiene que hacer a La Mesilla, Guatemala, para comprar mercancía para su negocio.
De lo que ha aprendido, dice, es que quien se mete en “cosas malas”, no termina bien, y como ella siempre se ha manejado con honradez y transparencia, pues no sentía tanta angustia.
Como se valió por ella misma, logró conocer a proveedores de otras entidades del país, investigarlas bien y de esa forma conseguir más productos.
Tras dejar en claro que le hubiera gustado ser psicóloga o contadora público, Belky tiene dos ideas claras de la vida: una de ellas es tener siempre a Dios en su vida, en su corazón (aunque acepta que por un tiempo se alejó de él), y otra no bajar la guardia en su chamba que, sin duda, le ha dado mucho.
La comerciante, quien en la actualidad ve el panorama diferente, más positivo, refiere que, sin duda, una mujer no necesita aguantar malos tratos de una pareja, y sabe que, como ella, pueden lograr sus objetivos si se lo proponen.
Se siente orgullosa porque, dice, con dos negocios que tiene de ropa y calzado puede emplear a más personas, y ayudarlas en su economía.
La mamá aventurera
Casi todos los días, Erika se para en la entrada de una tienda de conveniencia para abrirle la puerta a los cientos de clientes que ingresan a la misma, a cambio de una moneda o de algo para comer.
La mujer de 56 años de edad salió de Guayaquil, Ecuador desde agosto del año pasado no sólo por necesidad, sino porque le gusta viajar, conocer otros lugares y vivir de forma tranquila.
“Quería ir a Estados Unidos, pero no se pudo”, refiere, y recuerda que, antes de llegar a México con su actual esposo (originario de Chile), pasaron por Colombia, Venezuela y Trinidad y Tobago.
Para ella, no hubo ningún problema en salirse de su país, donde quedaron sus dos hijos, ya casados (uno de 30 y otro de 28 años), seis nietos, y cinco hermanas (otros 3 hermanos ya fallecieron), y de esa manera disfrutar su tiempo y conocer más territorios del Continente Americano.
Desde enero pasado, Erika y su marido, quien trabaja en un negocio de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas como vendedor, se estableció en esta ciudad, donde se piensan quedar alrededor de cuatro años, mientras se establecen mejor. De hecho, ella vivió 8 años en Chile.
“Insisto, salí de Ecuador por necesidad, pero más por gusto, porque allá está bien la economía, está ‘dolarizado’”, puntualiza quien, desde joven, se ha dedicado al comercio ambulante.
A diferencia de otros migrantes, Erika y su pareja no se han enfrentado a problemas mayores en su travesía, más que sólo el exceso en los cobros por transportarse de un lugar a otro, o los golpes que sufrió él por parte de unos policías.
Lo único que la aqueja, dice, es un esguince que tiene en uno de sus pies. Pero ella ni su marido pueden parar porque tienen que pagar un pequeño espacio en donde viven, lo que les cuesta al menos 3 mil pesos mensuales y lo que tienen que invertir para sus alimentos.
Aunque no tienen tanta prisa, detalla que ellos han hecho sus trámites ante las instancias competentes para seguir su camino y, si se puede, llegar a Estados Unidos. Pero el proceso aún está “atorado” ante la Comar.
Lo que le gusta, dice, es que nadie los molesta en la capital chiapaneca. “Le agradecemos a Dios por todo, lo bueno y lo malo, porque no nos ha pasado más, comemos, nos vestimos, vamos a una iglesia cristiana evangélica; todo va bien”.
De acuerdo con la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), México se mantuvo entre los 10 países con más solicitudes de asilo a nivel mundial, con 78,975 casos, la mayoría de las cuales provienen de Cuba, Honduras, Haití, El Salvador, Venezuela, Guatemala, entre otros como Ecuador que sólo aparece con 1,048 trámites de ese tipo.
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De hecho, la oficina de la Comar en Tapachula, Chiapas fue la que más solicitudes recibió: 50,742, seguido de la Ciudad de México con 14,367 y Tabasco con 4,537.