TRAGEDIA EN MINA DE COAHUILA

Mi hermano se había pensionado, pero quiso regresar a ser minero

Jaime Montelongo Pérez es uno de los 10 mineros atrapados en la mina El Pinabete, en Sabinas, Coahuila, y su hermana cuenta la historia de terror que está viviendo desde el 3 de agosto

Jaime Montelongo Pérez es el trabajador de más edad, con 61 años, dice su hermana, quien desde aquel día vive en la zozobra y no se ha movido de afuera de la mina.
Jaime Montelongo Pérez es el trabajador de más edad, con 61 años, dice su hermana, quien desde aquel día vive en la zozobra y no se ha movido de afuera de la mina.Créditos: Especial.
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Magdalena Montelongo Pérez es hermana de Jaime Montelongo Pérez, uno de los 10 mineros atrapados en la mina El Pinabete, en Sabinas, Coahuila, desde el 3 de agosto pasado.

Es el trabajador de más edad, con 61 años, dice su hermana, quien desde aquel día vive en la zozobra y no se ha movido de afuera de la mina, para esperar el rescate de Jaime.

Sin ninguna duda, está convencida de que además de que será rescatado, saldrá con vida.

“Siento que está vivo y Diosito los está protegiendo, pero también ha pasado mucho tiempo, entonces que agilicen las labores, no sé qué se tenga que hacer, porque si ya no hay agua, que acepten la ayuda de los mineros, de las personas que sí saben cómo. Están los pozos, saben cómo están. No tienen miedo y están dispuestos y hay muchos hermanos que tienen a sus hermanos sepultados”, dice sobre las labores de la Secretaría de la Defensa Nacional, que se ha negado a recibir ayuda de los mineros, pese al conocimiento que estos tienen del terreno y del tema.

NUNCA LE HABÍA PASADO NADA

Entrevistada por La Silla Rota, Magdalena relata que su hermano ya estaba pensionado, pero decidió regresar a trabajar a las minas, porque le decía que aún tenía vigor para hacerlo, además de que nunca le había pasado nada.

Pero el 3 de agosto eso cambió, y el minero desde los 14 años, originario de la comunidad de Agujita, donde se encuentra la mina, que es fan del beisbol, seguidor de los Dodgers de Los Ángeles y que no es fiestero, pero sí le gusta tomar algunos tragos de bebidas alcohólicas, está atrapado.

Magdalena se trasladó junto con sus tres hermanos y aunque ella y dos hermanas están afuera del cerco que rodea a la mina, otro de ellos es quien recibe la información de lo que ahí sucede.

Ella decidió cerrar su pequeña fonda de comida corrida para volcarse a esperar el rescate de Jaime.

ES LO QUE SÉ HACER, DECÍA

Entrevistada debajo de una de las carpas instaladas por los familiares, explica cómo su hermano decidió regresar a las minas, pese a los ruegos de ella para que no lo hiciera,

“Tiene poco de haberse pensionado de minero. Toda su vida trabajó de eso. Para volver debió dejar pasar unos meses para que lo volvieran a dar de alta en el Seguro Social y él regresó porque se sentía fuerte para seguir trabajando”, le compartió.

Como muchas personas de su edad que aún pueden trabajar, él se planteó qué iba a hacer en casa. “Dormir, levantarme, comer, no, no, no estoy para eso, aún me siento fuerte y voy a seguir trabajando hasta que yo pueda”, le decía a ella.

Magdalena le replicaba que llevaba muchos años en ese peligro y le pedía buscar otro empleo, como el de velador.

Pero Jaime le comentaba que el peligro se podía asomar en cualquier lugar.

“Ahí me pueden ir a asaltar y me matan. En este trabajo sé que si bajo a los pozos me puede pasar un accidente”, continuaba su hermano.

Pero la razón más contundente es que a él le gustaba y se sentía gusto. “Es lo que sé hacer, sacar carbón, voy a hacerlo hasta que pueda”, le expresaba a su hermana.

DE FAMILIA MINERA

Jaime proviene de una familia minera, ya que su papá lo fue de toda la vida y ahora sus hijos también lo son. Ellos están adentro del cerco, y acompañan a su mamá con la esperanza de que el rescate sea pronto y su papá salga con vida, dice Magdalena.

Uno de los temas que no sabe la señora Montelongo es cuánto tiempo tenía su hermano en El Pinabete, pero no por falta de interés, sino por lo cambiante que es el trabajo en las minas.

“Trabajan en unos pozos, luego se acaba, se llenan de agua o simplemente se acaba el carbón y ya no hay para sacar, pues se van a otros”.

Pero al trabajo de minero había regresado desde hacía medio año.

Antes de pensionarse, trabajó en distintas minas, incluso en Pasta de Conchos, aunque no le tocó la tragedia del 19 de febrero de 2006 en la que 65 mineros quedaron enterrados.

Magdalena está al tanto de distintos accidentes, uno de los más recientes en junio del año pasado, en Muzquiz, donde una inundación dentro de una mina acabó con la vida de 7 mineros.

ACCIDENTES RECURRRENTES

Pero los accidentes fatales son recurrentes en la región carbonífera de Coahuila, y aunque su hermano nunca había tenido uno, otros mineros no corrieron con la misma suerte.

“Lo que digo yo es que falta mucha seguridad en este tipo de pozos que hacen, que les exijan a los propietarios un poquito. Los bajan a trabajar así nomás e igual ellos por ganar bien y los muchachos trabajan por esas condiciones en donde falta mucha seguridad”.

Asegura que, en el caso de Jaime, apenas tenía prestaciones sociales, la única era el Seguro Social.

Al preguntarle si ha habido acercamiento de los propietarios, responde que no sabe y remarca que lo que más le importa es lo de su hermano y luego vendrá lo legal, de lo que se encargará la esposa de él.

“Lo que nos importa es Jaime, que lo saquen, sé que está vivo, que lo saquen, o si no vivo o muerto pero que nos lo entreguen”, exclama.

VA A VOLVER A PASAR

Otra pregunta que surge es si Jaime se quejaba por las condiciones en la mina. Magdalena dice que no, aunque completa su respuesta con un flashazo de memoria y recuerda que su hermano se quejaba porque se acababa el carbón o que se llenaba de agua el pozo y debían de parar.

Pide a las autoridades de la Secretaría del Trabajo local y federal revisar las condiciones en que trabajaban y si cuentan con seguridad para los mineros.

“Son seres humanos”, remarca.

Aunque los accidentes ocurren de manera recurrente, así también llega el olvido y menciona que cerca de la mina hay más pozos, a los que se puede llegar caminando.

“Ya pasó y va a volver a pasar mientras no se ponga la atención en este tipo de pozos”. 

CÓMO SE ENTERÓ

Magdalena cuenta que fue su hermana quien le habló por teléfono el 3 de agosto para comentarle del accidente.

“Yo estaba en mi negocio y le dije no puede ser. No lo podía creer”.

Al enterarse decidió cerrar su fonda y desde ese día permanece afuera del campamento, cerca de donde se ve el riachuelo formado por el agua que es extraída de los pozos y cuya agua deja cubiertas como de óxido a las piedras de río que se atraviesan en su camino. Solo va a su casa para bañarse y se regresa al lugar donde además de familiares hay representantes de medios de comunicación y un vendedor de raspados o yukis.

Pero en las noches ahí se queda a dormir en un catre que llevó o si no, porque a veces lo usan sus hermanas, en una silla y sube las piernas a una mesa.

“Aquí nos quedamos con la esperanza”, expresa con la mirada puesta en la mina, cercada con vallas y un listón de seguridad, y resguardada por elementos de la Guardia Nacional.

Aunque en la noche el bullicio del día se vuelve silencio, Magdalena no puede dormir.

“Dormitas, no duermes porque está una con la esperanza de que te avisen que ya lo sacaron”.

Como muestra de su esperanza, atrás de la carpa donde se sienta, puso un cuadro de San Judas Tadeo, una escultura de la virgen, unas flores, una veladora y un par de fotos de Jaime.

“Confío mucho en la virgencita”, concluye.