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‘Yo lo buscaré y lo traeré a casa el día que Dios ilumine mi camino’

Emiliano Navarrete, padre de uno de los 43 estudiantes desaparecidos, no pierde la esperanza de encontrar a su hijo con vida.

Escrito en ESPECIALES LSR el

CIUDAD DE MÉXICO (La Silla Rota).- Con fe exenta de dudas, Emiliano Navarrete afirma: lo traeré a casa. Desde hace un año tiene un hueco en el corazón por la desaparición de su hijo Pepe -estudiante de la Normal Rural de Ayotzinapa-, y desde hace 43 horas otro vacío en el estomago por un largo ayuno como de la protesta para exigir la presentación con vida de los estudiantes victimas de desaparición forzada desde el 26 de septiembre de 2014.

Emiliano cuenta que esa noche su esposa le marcó al celular a Pepe –José Navarrete González-  para conocer como le había en su segundo día de clases en Ayotzinapa, pero lejos de recibir la voz amable, cariñosa y apacible, escuchó la desesperación y el miedo de su hijo.

Pepe le avisaba a su mamá que él y un grupo de estudiantes eran atacados a balazos por la policía. Emiliano le pidió el teléfono a su esposa y le oyó decir, “estoy en Iguala y estamos siendo agredidos por la policía”, nervioso y un poco en shock, le dio un consejo: “hijo, mira trata de escapar y escóndete”. Después fue el silencio, que se ha mantenido por 365 días.

La tranquilidad de la familia Navarrete González en el municipio de Tixtla, Guerrero, cambió de manera radical después de esa llamada. La esperanza y la ilusión que provocaba la idea de que Pepe se graduara de maestro, en segundos se convirtió en un mal sueño que aun no termina.

Los días de paz, risas y gozo familiar se esfumaron. La sencilla vida en el campo de Tixtla, Guerrero, ya no existe más. Nada volvió a ser igual.

"Soy albañil, la construcción era mi vida diaria, te diré que no descansaba, trabajaba hasta los domingos para que mis hijos fueran a la escuela. Una vida tranquila, a veces utilizaba los domingos para ir a un terreno de que tenemos por ahí, donde sembraba plantitas, me gusta el campo, iba con mis hijos para disfrutar, jugar”, recuerda Emiliano y aprieta los ojos para evitar que se le escape una lágrima.

El futuro pintaba esperanzador, y se anticipaba un cambio. Pepe iría a la Normal de Ayotzinapa y sé convertiría en el primer integrante de familia en tener una carrera profesional sería la puerta para salir del rezago y la precariedad.

“Cuando mi hijo se quedó en la Normal, le dije no desaproveches, ahorita no estamos para desaprovechar el tiempo, tú ves como hemos vivido”, relata.

Emiliano se sincera, “a veces por Dios, no podía comprarle un par de zapatos, un pantalón, una playera”. Hace una pausa y toma un poco de suero para recuperar algo de fuerza tras el periodo sin ingerir alimentos, luego comparte las palabras que le dijo a Pepe:

“No tengo dinero, estudia, y si Dios quiere y que logres graduarte, te compre las cosas que jamás te pude dar yo, quiero que seas alguien en la vida”.

Pepe, como tiernamente llamaban a José Navarrete González, solicitó su ingreso a la Normal de Ayotzinapa. Superó las semanas de prueba, de ejercicio físico y pocos alimentos. Cada gota de sudor que transpiró y los retortijones de hambre que soportó, le abrieron uno de los 140 lugares para el ciclo escolar que comenzó en septiembre de 2014 para convertirse en maestro en cuatro años.

La noche del 26 de septiembre la vida familiar, el proyecto de futuro entró en pausa. Emiliano, rasca en su memoria para evocar la conversación más triste y breve que ha tenido:

“Estaba yo en la casa leyendo, acostumbraba hacerlo siempre en el segundo piso, en la azotea. Ese día se me ocurrió bajar, era muy raro que yo bajara a la sala. Me senté en el sillón, estaba viendo la tele. Mi esposa acostumbrada a hablarle a Pepe a esa hora más o menos, porque él había ido un día antes y le dice: ’Pepe dónde estás’ y escuchó que dice ‘mamá es que estoy en Iguala y estamos siendo agredidos por la policía’. Entonces le pedí el celular a mi esposa y le pregunté, qué pasa Pepe y me dijo ‘estamos siendo agredidos por la policía aquí en Iguala, ya a mi amigo le pegaron en la cabeza y está tirado, huele muy feo’. Le dije ‘hijo, mira trata de escapar, y escóndete’ se acabó la comunicación, se cortó”, platica y levanta levemente la mirada buscado una respuesta en el cielo, pero la carpa en el Zócalo capitalino le ofrece un pedazo de tela color blanco.

La preocupación lo inundó esa noche. La preocupación aumentó cuando escuchó por unos altavoces la convocatoria urgente para que los familiares de los estudiantes se reunieran en la normal de Ayotzinapa.

“Nunca me imaginé una agresión tan cobarde e inhumana de estas personas, de haberlo sabido en este mismo rato me hubiera salido rumbo a Iguala. Es indignante lo que han hecho con nuestros jóvenes. Lo que hicimos fue concentrarnos en la escuela, el carrito de la escuela salió a perifonear en Tixtla, yo me junté con el señor Clemente (papá de Christian Rodríguez Telumbre) y nos fuimos a la Normal, ahí empezó nuestro martirio”.

De ahí para adelante ha sido luchar para Emiliano y la familia Navarrete González. Sin su hijo siente una ausencia vital, que ya no lo deja ser el que era. Lamenta que la pobreza lo alejó unos años de Pepe, porque tuvo que migrar.

“Cuando nació –Pepe- yo trabajaba en Estados Unidos de mojado, ese día estaba lavando platos en un restaurante italiano, llegó la manager y me dice te hablan por teléfono, era mi hermano diciéndome ‘ya nació tu hijo’. No lo podía yo creer de la emoción, después mi esposa me mandó una foto de él desnudito, me dijo ‘para que lo creas’. Chingao, me sentí bien feliz, desgraciadamente no estuve en sus primeros 3 años, no disfrute esa etapa tan linda”.

Hace una reflexión que también es un consejo, “a veces el ser humano no valora todo lo que tienes, pienso que a veces uno se enfoca en el trabajo porque no hay recursos y descuidas a tu familia, a tus hijos, yo le digo a la gente que no hagan eso, cuiden a sus hijos”.

Autentico y honesto, así responde Emiliano. El coraje y la rabia de no saber de su hijo desde hace un año lo hacen hablar de manera franca sobre qué haría si supiera quién tiene a Pepe, “si yo supiera quién exactamente, quién fue el agresor de mi hijo, no estaría aquí, estaría frente a él defendiendo a mi hijo”.

La incertidumbre del paradero de su hijo y de las condiciones en las que se encuentre, lo inquietan, lo lastima hacer cosas que no sabe si su hijo y los otros normalistas pueden realizar.

“Yo estoy aquí afuera, como, tomo agua, lo siento por ellos, desgraciadamente están en manos de gente mala”, señala.

Confiesa que la desesperación lo ha acorralado, pero por encontrar a su hijo superó las adversidades que buscaban derrotarlo, limitarlo.

“Un día estuve solo en la sala de mi casa, escribiendo un mensaje, sentí que mi dignidad como hombre estaba tirada por el suelo, pero dije por mi hijo voy hacer muchas cosas. No importa que me pisoteen cabrón. Miré el altar, a los santos, quise gritarles y tirarme al piso, pero no lo hice, Dios se va a manifestar a través de personas como las que están con nosotros, tengo la fe y la esperanza de que él me va ser el milagro”.

Saca fuerza de la fe, y asegura que no va a descansar hasta encontrar a Pepe, “yo lo buscaré y lo traeré a casa el día que Dios ilumine mi camino, él me dirá este es camino, sigue está es la información, la voy a seguir, sentiré la presencia de ese ser superior a mí, caminaré a donde deba caminar, e iré por él, sé que lo encontraré, tengo fe porque no existen evidencias de que el este muerto”.

Emiliano es otro, pero el mismo, tiene claro que está preparado a todo: “si no me regresan a mi hijo, estoy dispuesto a perder la vida”

Asegura que no aceptará dinero de las autoridades, “yo no pienso que el gobierno te dé una feria para andar cargando a mi hijo en una bolsita”

La familia Navarrete González ha visto deteriorada la salud y reducido el patrimonio por la búsqueda de Pepe.

“He abandonado la casa y abandonado todo. En un año, gracias a mucha gente que tiene corazón, que aporta un poquito económicamente es como nos hemos sostenido, hay mucha gente que se acerca a nosotros y deposita un peso, dos pesos, lo mucho o poco que puede aportar ha sido de mucha ayuda”, dice, esbozando una leve sonrisa por los gestos de solidaridad.

Un año de lucha a los padres de los 43 normalistas no les han arrebatado la esperanza, y asegura categórico, “hemos dejado todo porque nos importan nuestros hijos, somos pobres pero los buscaremos, llegaremos hasta el final, hasta encontrarlos, porque los amamos”