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Vivir del muro de Trump

En Ciudad Juárez, en la frontera con Nuevo México, el plan de Trump por construir un muro entre los dos países ha generado una inesperada forma de negocio

Escrito en ESPECIALES LSR el

Ciudad Juárez, Chihuahua. (La Silla Rota).- En el norponiente de Ciudad Juárez, un grupo de obreros norteamericanos divide el desierto. Antes de Donald Trump, la administración del ex presidente Barack Obama había iniciado ya el reforzamiento de una deteriorada malla metálica que había en la frontera de México con Estados Unidos. 

Las decisiones políticas impactan sociedades. No se sabe exactamente a quiénes, pero la vida de alguien ha de cambiar. 

El 21 de julio del 2016 iniciaron los trabajos para retirar dos kilómetros de la vieja división colocada desde hace 30 años y poner en su lugar un muro de acero color café con cimientos profundos y reforzados. Desde entonces, en la colonia Rancho Anapra, ubicada en el límite norte de esta frontera y conocida desde los años 90 por los asesinatos de mujeres, hay al menos un hombre y varios niños y adolescentes que han aprendido a adaptarse a los cambios y a sacar ganancia.

Hay también “coyotes”, que no son animales sino humanos, pero que igual han aprendido a andar el desierto y a sortear obstáculos como mallas, muros, agentes fronterizos y policías mexicanos, para llevar personas a Sunland Park, Nuevo México, y ganarse así la vida.

El hombre del grupo de niños y adolescentes, con la difusión internacional para construir un muro en la frontera se ha convertido ahora en un guía de periodistas. Casi cada semana recibe a alguno, dice. 

Su trabajo consiste en decir cómo operan los “coyotes”, dar santo y seña del trabajo de esas personas, responder cualquier otra pregunta y llevarlos a lo largo del muro, de lo que queda de la malla y de la otra reja que, unos kilómetros al poniente, es más alta y resistente. También les indica los  lugares por los que, cree, cruzan a los migrantes, aunque algunos puntos parezcan absurdos, porque están justo al lado de una montaña en la que no hay muro, ni malla, ni reja.

La autoridad del juarense al que el triunfo de Trump y su retórica fascista lo convirtieron en guía de la línea fronteriza proviene de vivir en la última calle al norte de Ciudad Juárez, esta parte, Rancho Anapra, hace frontera no con Texas sino con Nuevo México. Se trata de una de las partes más pobres y marginadas de la ciudad con sólo una calle pavimentada y sin servicios públicos por años.

Por primera vez, sin embargo, la compleja geografía en esta zona desértica y marginada lo favoreció con el interés internacional sobre el plan de Donald Trump por poner un muro que pasa frente a su casa. Entonces, cada vez más y de lugares más lejanos, empezaron a llegar los reporteros, a quienes muestra cómo, desde su colonia, se ven no sólo los obreros que dividen el desierto sino también Sunland Park, en el extremo sur de Nuevo México.

Lo cierto es, y por eso el hombre pide que no publiquen su nombre, que a los coyotes que trabajan en esta zona no les gusta que haya personas cerca del muro, porque atraen a los agentes de la Patrulla Fronteriza. 

Por eso algunos recorridos los dan los niños, a quienes los coyotes no les hacen nada. Mientras, el guía cuenta que un solo periodista lo ha visitado cuatro veces en los últimos dos meses y que por cada visita le dio 20 dólares. La última vez, dice, el mismo reportero regresó con tres holandeses que también le dieron 20 dólares cada uno, por lo que en un día, casi sólo por vivir frente a la línea fronteriza y gracias a la política de Trump, ganó casi mil 600 pesos, lo que haría en dos semanas de trabajo en una maquiladora de las que aquí abundan.

Los niños ganan sólo lo que piden, que los lleven a la tienda por una Coca-Cola y unas papitas.

Además todos ellos tienen la oportunidad de encontrar en sus recorridos metal que cae del lado mexicano, el cual venden en recicladoras a un precio aproximado de tres pesos por kilo. A veces, cuentan, también lo roban.

Apenas este martes el subdirector en funciones de la Patrulla Fronteriza dijo en rueda de prensa que el gobierno de Donald Trump determinó que en 206 kilómetros de la frontera no es necesario el muro, debido a los límites naturales, sin embargo se dio a conocer que en puntos como El Paso, junto a Ciudad Juárez, se reemplazarán kilómetros del muro ya existente, lo que potencialmente es un negocio para las familias que viven junto a él.

A pesar del anuncio de la Patrulla Fronteriza, los 206 kilómetros que quedarán libres de muro representan apenas poco más del 6 por ciento de los 3 mil 180 kilómetros en los que se encuentran ambos países.

Para llevar a cabo la construcción el gobierno del presidente Donald Trump ya tiene asegurados 20 millones de dólares que aprobó el Congreso. Se espera que para el próximo mes se dé a conocer la empresa que se encargará del proyecto y que la construcción empiece en la primavera de 2018.

El reemplazo de la vieja reja fronteriza en esta zona ya lleva casi un año en el que se han visto favorecidas las familias que viven junto a él. Los habitantes de esta colonia asentada con la toma de terrenos de manera ilegal en su mayoría por empleados de maquila ha sido beneficiada de una manera inesperada por políticas migratorias aprobadas a más de 2 mil 500 kilómetros de distancia.

Para llegar a la zona de la construcción del muro sólo hay un camino accesible, y junto a ese camino está la casa del guía y de su familia. Afuera, la familia y algunos vecinos se sientan a ver el camino por si se acerca alguien a fotografiar la obra. Entonces, ante el potencial cliente, van todos, incluso una mujer con una bebé de brazos y otra niña de alrededor de tres años que, aunque no participan de la explicación y recorrido de los niños y adolescentes, se sientan y observan.

Un adolescente de 13 años dice que se llama Juan y, aunque es hora de que esté en la escuela, cuenta que no va porque lo expulsaron luego que golpeó a otro alumno. Un joven de 17 años dice que acabó la secundaria pero que no siguió en la preparatoria porque no hubo dinero en su casa. Los dos llegan a la parte del cerro donde no hay muro, suben junto a dos fotógrafos que deben bajar luego de que un empleado de la construcción se acerca para decirles en inglés que no pueden estar ahí, que es lado americano. El obrero no sabe responder cuando le preguntan hasta dónde llega la frontera porque, desde ahí, viendo hacia el muro pareciera que están parados en el lado mexicano. La línea es tan subjetiva como la imaginación en este cerro. Después, el mismo obrero que hablaba inglés se dirige a los niños para preguntarles en un español fluido: “¿Y el Chuy? ¿Dónde anda?”.

Luego hablan de Chuy, le piden agua y cigarros que no les da; se despiden y el obrero les dice que se porten bien. Chuy, cuentan los niños, es conocido por una hazaña: pasó al otro lado del muro por la madrugada para robarse las varillas que ponen en los cimientos y las vendió a una recicladora de metal, como fierro viejo.

Antes de que Chuy robara las varillas, cuentan, hace alrededor de un mes, los empleados de la construcción les hablaban y los dejaban cruzar del lado americano para encargarles bebidas y frituras de las tiendas mexicanas. Por cada vuelta, al menos un dólar era para los niños. Pero ya no los dejan acercarse. Después el hombre que no es coyote sino guía dice que “pobre Chuy, lo levantaron y lo desaparecieron”.

Luego de andar caminando por la orilla se acercan agentes de la Patrulla Fronteriza que siguen el recorrido del otro lado del muro sin bajar de su camioneta. Un helicóptero sobrevuela dando vueltas casi sobre el grupo de niños. 

Un coyote rompe la barrera

Hacia el poniente de Anapra, a un costado de la carretera que lleva a uno de los cruces internaciones con Nuevo México, hay una pinta en la placa superior del muro que dice: “Ni delincuentes ni ilegales, somos trabajadores internacionales”. En letras más pequeñas y sobre esta frase, una maldición: “fuck Donald Trump”. De ahí hacia el poniente ya no es muro sino una reja de varillas gruesas -y a menos de dos centímetros de distancia una de otra- que mide alrededor de cinco metros de altura.

Conforme se avanza se pueden ver los cortes reparados en la malla. De un matorral cercano sale un hombre con una moto-sierra porque está terminando de cortar una parte de la línea divisoria. El coyote explica que una camioneta lo dejó ahí, hace el corte y se aleja a la carretera donde el mismo vehículo bajará a un migrante. Ambos volverán al sitio del corte y uno cruzará a Sunland Park en busca del sueño americano. 

Al coyote no le conviene que haya personas cerca de la reja porque llaman la atención de la Patrulla Fronteriza. “Ah, pinche Donald Trump y su muro; nos la pela pareja. Es más lo que dura en poner un pinche alambre”, dice.

Hacia el sur del muro, entre la arena y las matas de plantas silvestres, hay pinzas para cortar metal semienterradas, botellas de agua, chamarras y cuerdas con ganchos en las orillas. Los coyotes las ponen con una vara larga que hacen amarrando palos. Después un hombre pone sus manos como soporte para que otro suba y alcance la cuerda, brinque y del otro lado, baje resbalando por el tubo de la valla.

El coyote dice que ese es su último viaje, Y que ha ayudado a cruzar a 12 personas en ese día.  

Anapra, con los ojos del mundo encima, es terreno fértil y por eso el hombre que no es coyote aprovecha la oportunidad de ganar dinero. El muro frente a su casa y el anhelo de Donald Trump y de sus seguidores cambió la dinámica de su vida y la de los coyotes.

Pero este negocio es transitorio, reflexiona: “Todavía no acaban el muro, pero ya acabando el muro pues ya nada más nos vamos a quedar mirando los unos a los otros”.