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Trans, las otras mujeres

En cinco años, de 2009 a 2014, en el Distrito Federal, 135 hombres cambiaron su identidad sexual para ser reconocidos como mujeres.

Escrito en ESPECIALES LSR el

De 2009 a 2014, en el Distrito Federal,  135 hombres cambiaron su identidad sexual para ser reconocidos como mujeres, de acuerdo con datos de la Consejería Jurídica y de Servicios Legales. Aunque los cálculos de la asociación civil ProDiana suman al menos dos mil mujeres transgénero en la capital del país.

A diferencia de sus pares biológicas, estas damas el Día Internacional de la Mujer defenderán una trinchera que han elegido y en la que no dejan de ser discriminadas e ignoradas.

Pese a ser mujeres por elección, intentan no sentirse diferentes pues hace falta reconocer las diversidades de ser mujer, puntualizan.

Hay tres cosas que caracterizan a Gloria Hazel Davenport Fentanes: una sonrisa gentil; la firme convicción de que siempre ha sido mujer y una voz masculina.

Su infancia, a finales de los años 60 y principios de los 70, la vivió en un México que recuerda más machista y sexista que el de la actualidad.

“En aquel entonces ser mujer era para los hombres tener una vulva. Yo me asumía niña y mujer en una época muy difícil”, recuerda.

Algunas veces Hazel ha sido rubia, pero hoy es pelirroja porque está convencida que el look le va mejor a esta veracruzana que trabaja como académica externa en la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM, donde coordina la cátedra de Transgénero y Ciudadanía.

Hazel inició su vida laboral como reportero de una agencia de noticias en Veracruz, un trabajo donde aún vivía una doble vida y que dejó para ir a las calles a prostituirse, porque a una mujer con senos (artificiales), más cerca de los dos metros de estatura y con voz de hombre, no consigue trabajo en cualquier parte.

“La primera vez que intenté ser mujer trans fue a los 18 años, recién había muerto mi abuelo materno. Luego lo intenté a los 27 años, pero tampoco funcionó. A los 32 años definitivamente dije: soy mujer, me vine al DF y comencé mi verdadera vida”, confiesa.

Luego de su llegada al Distrito Federal, donde siguió ejerciendo la prostitución por un tiempo suficiente como para fastidiarse, Hazel se convirtió en una activista que logró, en 2006, ser nombrada Jefa del Departamento de Organizaciones de la Sociedad Civil en el Centro Nacional para la Prevención y el Control del VIH/sida (Censida).

Pero el cambio definitivo fue apenas hace siete años, cuando se sometió a una cirugía de reasignación sexual. Fue a partir de entonces cuando también se dio cuenta que haber cambiado su órgano sexual en un país como el nuestro no es una garantía para ser tomada en cuenta como lo que siempre ha sido: mujer.

“La sociedad va a estigmatizarlo todo, tienes que responder a ciertos modelos, porque te dicen que la mujer debe tener ciertas características, no sólo las transexuales sino las afro descendientes, las migrantes, etcétera”, dice a manera de queja por las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en las que las mujeres trans no aparecen.

Según esos números oficiales, en el país hay 57 millones de mujeres que promedian una esperanza de vida de 75 años; poco más de 19 millones de ellas forman parte de la población económicamente activa –76% son empleadas, 6% trabajan por su cuenta y 5% son obreras– con un promedio de ingresos por hora de 31.0 pesos.

Las estadísticas también indican que cada mujer mexicana tiene entre 2 y 3 hijos en promedio y hay más de 30 millones de madres. El 5.3 millones de madres son solteras, separadas o divorciadas.

Pero en esas estadísticas las mujeres trans no aparecen, reitera Hazel y el tono de su voz se vuelve más masculino. De hecho, puntualiza, el propio nombre del Día Internacional de la Mujer no es incluyente.

“Mientras se individualice como ‘la mujer’ y no ‘las mujeres’ siempre tendrá un sesgo. Caemos en esta idea estereotipada de la mujer heteronormativa, madre de familia, menor de 30 años o a las señoras mayores y no se toma en cuenta a la gran diversidad que existe dentro de la mujer”, lamenta la activista.

De acuerdo con los registros de la Consejería Jurídica y de Servicios Legales del Distrito Federal, de 2009 a 2014, 135 hombres llevaron un proceso legal y quirúrgico para cambiar de identidad sexual a mujer.

En el mismo periodo, 79 mujeres iniciaron los trámites para ser hombres… Sin embargo, las cifras están muy lejos de la realidad, asegura Hazel.

“Sólo en corredores de prostitución como calzada de Tlalpan hay al menos dos mil mujeres transgénero ejerciendo el trabajo sexual”, protesta Davenport y agrega que el estigma social las ha arrinconado en esos lugares, como a un boxeador en una esquina del ring castigado por una lluvia de jabs.

Hazel mira hacia dentro de sí, como si dentro de su mente estuviera el oráculo con una respuesta concreta de la situación de las mujeres trans en México.

“La condición de las mujeres trans es muy revolucionaria porque es llevar prácticamente al extremo del humanismo las ideas de Simone de Beauvoir, quien dice que la mujer no nace, sino que se hace”, dice después de unos segundos de rascar en su mente buscando una respuesta.

– ¿Algún día se podrá quitar el apellido trans a las mujeres en esta condición?, se le pregunta.

 “Yo no lo quitaría el apellido, lo veo como una característica. Entre más apellidos tenga la condición de ser mujer habrá mayor diversidad de mujeres y mayor riqueza. Yo no creo que ser trans sea una etiqueta. Nos hace falta reconocer las diversidades de ser mujer”, puntualiza y sonríe gentilmente.

 

El escote de Ariel Aguilar es como un anuncio espectacular iluminado en medio de una carretera oscura: es un imán de miradas –algunas curiosas, otras morbosas– que a ella le provoca pequeñas risas soberbias.

El empeño de Ari, como pide que le llamen, por ser mujer ha quedado inscrito con letras de oro en su busto y en sus glúteos –las únicas dos partes de su cuerpo que se ha operado, jura–, pero también en sus brazos, en las facciones de su rostro y hasta en su voz, que han sido cinceladas a base de tratamientos hormonales.

Lo más natural de Ari bien podría ser su deseo de ser mujer, el mismo que sintió por primera vez a los 13 años cuando estaba en la secundaria y sentía que su corazón se mandaba solo cada que veía a un muchacho que le gustaba.

Fue a esa misma edad cuando su mamá le propuso que entrada a un concurso de belleza y supo desde entonces que su misión era exteriorizar la mujer que llevaba dentro.

“Cualquiera que me mira dice que soy una diosa, me podrá faltar de comer pero no me faltan los piropos de hombres cuando camino por la calle”, se jacta la joven al tiempo que echa su cabello largo y pelirrojo por un costado del hombro.

De ojos grandes, piel blanca y 1.80 metros de estatura, Ari –en otros tiempos Héctor– reflexiona antes de contestar si festejará o no el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer.

“Pues es que no le veía sentido… pero ahora ya porque soy una mujer y es un día especial”, dice y el atisbo de soberbia ha desaparecido de la faz de su sonrisa.

“Para mi mamá y mi hermana, también para toda mi familia nunca he dejado de ser una mujercita más y como tal me comporto. Voy al gimnasio, salgo con amigas, cuando tengo ganas de cocinar lo hago y en las noches salgo a trabajar”, detalla.

Lejos de sentirse distinta a otras mujeres, Ariel se siente comprometida con la causa femenina.

“Con las mujeres me entiendo perfecto, aunque sé que muchas cosas que una mujer biológica vive yo no las podré vivir nunca, estamos en un mismo bando. Siempre he dicho que en este mundo hay hombres y mujeres, y yo soy una de ellas”, puntualiza Ariel con la convicción de una dama.

“¿Discriminación? Una vez me discriminaron porque quería participar en una competencia de patinaje artístico sobre hielo, pero mi físico de mujer no concordaba con mi credencial de elector. L agente no entiende que uno es mujer, aunque no les guste”, finaliza.

La voz aguda de Angélica Rueda Castillo se rompe cuando habla de su pasado, de cuando tenía que vivir en el cuerpo de un hombre siendo mujer. Se le corta porque antes de ser Angie fue esposo en dos ocasiones y padre por partida doble.

“Lo que más lamento es no poder ver a mis hijos”, dice Angie y agrega que por estos días ellos ya están en la universidad. Hace cuatro años y medio que no los ve.

Angie es una trans tardía –así se les llama a aquellas mujeres no biológicas que empiezan su transformación en la edad adulta–, le gusta teñirse el cabello de rubio, su labial es rosa y el maquillaje en sus ojos tratan de disimular la forma dormilona que los caracteriza.

“Vivo como mujer porque decidí jugármela con las mujeres”, dice tajante una Angie que pese a las lágrimas se considera en la etapa de su vida más plena, la más feliz.

Antes de que la mujer que vivía dentro de él saliera definitivamente (en 2007), reconoce que vivió el mayor éxito económico, profesional y social.

“Más de 20 años  estuve en la academia, en la Ibero donde estudié, tuve un doctorado Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Iztapalapa; trabajé en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM; también en la  Universidad Autónoma del Estado de México y en la Universidad Autónoma de Querétaro”, recuerda.

También fue funcionaria en la Secretaría de Relaciones Exteriores durante el Sexenio Foxista y con Patricia Olamendi como su jefa y pasó por la Secretaría de Gobernación antes de que Francisco Labastida decidiera buscar la presidencia de la república.

“Yo nací como un macho, me crío, me socializo y aprendo los códigos de hombre, pero en la edad adulta tengo una depresión o desolación, era una profunda tristeza de mi ser que solamente compensaba el ser papá de mis hijos. Soy una mujer trans feminista, porque si no nací como una hembra humana, me identifico, me siento, me asumo como una mujer”, asegura.

Pero defender su identidad ha tenido costos elevados: no ve a sus hijos desde hace cuatro años; en su familia el único que le dirige la palabra es su primo y su mamá aún se aferra a la idea de que Angie, es hombre.

“Yo la entiendo, es una adulta mayor y para ella su hijo siempre será hombre. Mi hermana me sobrelleva, no me permite ver a sus hijos (mis sobrinos), sólo un primo me habla… lo único que lamento es no ver a mis hijos, el amor que cultivamos está ahí”, dice esperanzada.

Actualmente Angie trabaja en la jefatura de servicios y derechos humanos y participación social del ISSSTE y antes de que termine de contar su historia quiere que le pregunten por qué decidió ser mujer.

“Asumiéndome como mujer y jugándomela con las mujeres he alcanzado mi plenitud y vivo en paz”, dice.

Finalmente, Angie pide que el 8 de marzo sea más incluyente que no sólo sea el Día Internacional de la Mujer, sino el de las Mujeres, un concepto donde las mujeres trans también caben.

 

nm