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Migrantes del sur: víctimas de la burocracia, la corrupción y la desesperación

La falta de respuesta ante sus solicitudes de refugio ha provocado que pierdan empleos y condiciones de seguridad que no les garantiza su país de origen

Escrito en ESPECIALES LSR el

Desde hace un mes solicitó la renovación de su permiso de trabajo ante el Instituto Nacional de Migración (INM), en la estación “El Cupapé”, de Tuxtla Gutiérrez, pero el “burocratismo” lo dejó mal parado porque, al no contar con ese documento en tiempo y forma, ya le cerraron las puertas en una pizzería de la ciudad en donde no solo obtenía un sueldo de 6 mil pesos mensuales, sino seguridad social y prestaciones de ley.

Francisco Meléndez salió, desde agosto pasado, de la segunda colonia considerada como la más violenta de América Latina: Las Margaritas, Soyapango, en El Salvador, de donde tuvo que hacer maletas y emprender el viaje porque, como lo que le ha sucedido a la mayoría de sus familiares, amigos y vecinos, la Mara Salvatrucha prácticamente “le tiene pisado el cuello”: si regresa, es hombre muerto.

A las afueras de este inmueble, el joven de 22 años de edad, con carrera terminada en Relaciones Públicas con Marketing Internacional, manifiesta su coraje porque, como a la mayoría, lo han hecho “sufrir de más”: no solo estuvo “recluido” como un mes en “La Mosca”, en la ciudad de Chiapa de Corzo, sino que la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) aún no le concede una entrevista pactada.

“No he visto ni las luces de esa instancia, y eso que tenía agendada una cita el pasado 25 de noviembre, y cuando preguntas se te ponen renuentes, no te atienden”, advierte quien, para llegar a Tapachula, tuvo que subirse a una balsa y cruzar el río Suchiate.

Por momentos, a Francisco le gana la desesperación, la molestia. Sabe que dejar una tierra que, a diario, se abre para convertirse en una fosa para 30 personas asesinadas, es una proeza, pues para él es similar o peor que estar en la guerra. De sus cerca de 40 compañeros de primaria, cuenta, solo quedan como nueve vivos, pues todos fueron acribillados por las maras.

Con la paciencia al borde de la agonía, se queja de la corrupción de la que casi es víctima por parte de funcionarios del INM, instancia donde le exigieron 12 mil pesos para agilizar sus trámites. “¡Me emputa eso, iré a Derechos Humanos porque perdí mi trabajo por una pendejada de ellos!”, se lamenta.

Aspiración sepultada

Casos como el de Francisco se replican a diario en Chiapas, y aunque no todos los que huyen de sus países —el grueso de Centroamérica— buscan quedarse en México, una gran parte sí. De enero a junio, la Comar registró alrededor de 21 mil solicitudes de refugio solo de hondureños.

De hecho, la entidad chiapaneca encabeza, desde el primer mes del año hasta octubre pasado, la lista de solicitudes con 40 mil 953, por arriba de la Ciudad de México, Tabasco y Veracruz, con 11 mil 851, 4 mil 786 y 4709, respectivamente. De toda esa cantidad, nuestro territorio presenta 23 mil 167 trámites pendientes, la mayor parte realizados en julio pretérito (8 mil 670).

Del total de solicitudes (más de 62 mil), solo 7 mil 581 han visto la “luz verde”: de las 2 mil 946 de Honduras, 2 mil 074 fueron positivas, es decir el 70 por ciento; mientras que de 2 mil 419 venezolanos, el 99% corrió con la misma suerte, al igual que 877 salvadoreños (de mil 557), 121 guatemaltecos (de 349) y 149 migrantes de Nicaragua (de 310 resueltas).

De 2013 a 2019, la Comar ha atendido 122 mil 202 solicitudes, de las cuales resolvió 33 mil 190; de esta última cifra, 18 mil 052 fueron reconocidas como positivos, 5 mil 449 con protección complementaria y poco más de 9 mil 600 no fueron reconocidas.

Francisco no desea quedarse en Chiapas, sino que busca “aterrizar” en el norte del país, pero en la actualidad se “topa con otra barrera”: las instancias mexicanas se niegan a reconocerle su título de profesión; “¡qué mierda, así tiras al carajo todo! Estoy desprotegido ahora, y si Migración me coge, me deporta”, refuta el joven, a quien también le negaron la Visa Humanitaria, un “pase” que el mismo presidente Andrés Manuel López Obrador prometió otorgar sin problema.

Román se come las uñas, habla rápido, se toca la frente en reiteradas ocasiones. El blanco de sus ojos presenta una especie de matizado en rojo; es la presión: el INM le informó que se le negó, rotundamente, la solicitud de refugio. Tendrá que volver a Cuba, su tierra natal.

También fue “privado de su libertad” en “La Mosca”, para algunos un espacio considerado como un “gueto” o campo de exterminio, pues se presume que “hay radioactividad”. El licenciado en Cultura Física y Deporte sabe que tiene los días contados pues, volver a su país, es sentenciarlo a la pena de muerte.

Dejó a sus papás y hermanos porque la vida allá es compleja: “En mi tierra solo viven los ladrones que no son ladrones (sic), anota eso para el reportaje, ¿eh?; ¿Está difícil la interpretación, no? Si te robas una gavilla, tienes que ir preso… pero si alguien roba e hizo cuatro casas, pues no le pasa nada”, en referencia a la clase política.

Según él, está en Tuxtla Gutiérrez por error, no lo tenía planeado. De hecho, permaneció varios meses en Uruguay, donde se mantuvo tranquilo, pero “de repente se le metió la locura” y, con 10 mil dólares en mano, decidió moverse. Hoy no tiene nada, más que su reloj, ropa y tenis puestos.

—¿Y por qué te moviste de Uruguay? —le pregunta el reportero de La Silla Rota.

—Por bobo; ahora ya no tengo dinero —contesta el cubano de 40 años de edad y de tez “anglosajona”.

No se queja de corrupción u otras anomalías, pero sí le extraña que le denegaran la solicitud de refugio. Lo que más le pesa, es que tendrá que verle la cara a la autoridad cubana, la cual “me pidió de vuelta” porque argumentó que es un ciudadano ejemplar, trampa que, dice, utilizan en contra de connacionales que hablan mal de su país para que, al tenerlos de regreso, los puedan reprimir aún más.

Gustavo, también originario de esa isla caribeña celebra, entre dientes, la residencia que le acaban de otorgar en el INM, pero no deja de expresar su molestia por el encierro, de cinco meses, que sufrió en “La Mosca”. Se toca, con la mano derecha, su cabello corto entrecano, y “le mete un sorbo” a su cigarrillo: “Yo vi cómo la gente se doblaba en ese encierro, no sé qué putas pasaba; caían de rodillas… algo feo había ahí”, evidencia.

Mientras revela las malas condiciones en las que lo mantuvieron, también frena sus palabras porque sabe que “hablar de más” le puede costar el retorno a su país. Sin embargo, no deja de “asesorar” y alentar a otros compañeros de viaje para que no cesen: un connacional de sombrero vaquero, un joven de Costa Rica (quien salió de su país solo por “aventura”) y a un salvadoreño, mismos que acaban de llegar a Chiapas.

Casi 170 mil detenciones

Apenas en mayo pasado, y ante el cúmulo de irregularidades que han sufrido miles de migrantes, varias organizaciones tanto nacionales como extranjeras conformaron el Colectivo de Observación y Monitoreo de Derechos Humanos en el Sureste Mexicano, por medio del cual se documentaron las mismas.

Como parte de su reporte y tras un recorrido en tres rutas, una de éstas las carreteras y espacios públicos de Tecún Umán, Guatemala hasta San Cristóbal de Las Casas y la Feria Mesoamericana, en Chiapas, evidenciaron que, lo más “palpable”, fue que el sistema migratorio era rápido y eficiente para detener y deportar, pero lento, obsoleto, corrupto y burocrático para la asistencia y atención a trámites regulatorios.

En lo que corresponde a asilos, detectaron que Tapachula estaba “colapsado” con más de 14 mil solicitudes, y una larga fila de espera. Tan es así que, para atenderlos, se contrató a personal con soporte financiero del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, la ACNUR.

Además, y no menos grave: había ausencia de información, tiempos prolongados y discrecionales de espera de los trámites por parte de la Comar y del INM, entre otros “detalles” como la detección de más de ocho puntos de control migratorio entre Ciudad Hidalgo y Pijijiapan, es decir en un tramo de 180 kilómetros.

A esto se le suma el hacinamiento en los centros de detención, lo que conllevó a crisis humanitarias (inclusive decesos) por la insuficiencia de alimentos, ausencia de atención médica, castigos e incluso barreras para solicitar refugio.

Pero un dato que “pone los pelos de punta” es que, de enero a septiembre de este año, fueron detenidas 158 mil 200 personas, lo que representa un incremento del 60% en comparación con el 2018. Y cómo no, si desde junio pasado se “endureció” la frontera sur mexicana: prueba de ello fueron los más de 12 mil elementos de la Guardia Nacional enviados a esa zona.

¿La sexta es la vencida?

Oswaldo intentó pasar, como en seis ocasiones, a los Estados Unidos. Las seis veces lo deportaron a su nación: Honduras. A las afueras del INM de Tuxtla, enseña una carpeta cuyo contenido son los documentos que, por fin, avalan que podrán quedarse en Chiapas sin ningún problema, pues su bebé nació en esta ciudad capital. Es decir, el vínculo familiar le otorga la “visa automática”.

Para él, no es conveniente perder de seis a ocho meses encerrado mientras se efectúa el trámite de refugio. Es tiempo, dinero y esfuerzo “tirados a la basura”, pues es más seguro de que no lo avalen, advierte.

En estos momentos, dice, no desea volver a San Pedro Sula, menos en calidad de deportado, por eso hará su vida, con su esposa y bebé, en estas tierras, aunque también “se las vean negras” debido a que, como vendedor ambulante en los cruceros, solo obtiene como 2 mil 2 mil 500 pesos al mes, lo que apenas le alcanza para pagar la renta de un cuarto, “medio comer” y los pañales y leche de su hija.

De Tuxtla, acepta el padre de apenas 19 años de edad, ya no se piensa mover, pues también es peligroso repetir la ruta de siempre solo por alcanzar el sueño americano: subirse al tren (“La Bestia”) desde Tenosique, Tabasco, a la altura de la Casa del Migrante “La 72”, y de ahí partir hacia Palenque y Salto de Agua, Chiapas.

“Son muchos peligros, porque Migración está en todos lados, y eso de tirarse del tren… he visto cómo personas quedan prensadas, sin brazos, ni piernas”, confiesa quien no desea pagar más multas ante el INM.

Aunque lo han detenido en varias ocasiones, los papeles que lleva en mano le avalan su estancia en la geografía local. “He ido a Tapachula y me quieren agarrar, pero esto me salva”, dice mientras enseña, con felicidad, el folder rojo.

Cuando estuve en Honduras, la Mara me cobraba impuesto semanal, pero si no lo pagabas, te cobraban una multa o si no, ¡fierro! Por eso escapé, porque llegaban y me pedían mil o 2 mil o 3 mil lempiras… te ahogan, y yo no quise pertenecer a esa pandilla

Hasta la fecha, el único impedimento para contar con un empleo formal es que regularice al 100% su estancia en el país, para que pueda desempeñarse en lo que sabe hacer: la herrería; aunque por el momento, nadie lo puede contratar y tiene que vender chicles y caramelos en la calle.