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Las horas previas a la masacre de Tlatlaya

La Silla Rota tuvo acceso a la declaración de la sobreviviente de la masacre donde contó la ejecución de los civiles y la tortura que padeció

Escrito en ESPECIALES LSR el

“Vayan saliendo hijos de su puta madre, porque les vamos a perdonar la vida”, gritó en Tlatlaya un soldado del Ejército mexicano la madrugada del 30 de junio de 2014 a un grupo de civiles armados que se rindió después del enfrentamiento.

Segundos después, dos hombres se escaparon corriendo al fingir que se rendían, por lo que los militares decidieron ingresar a la bodega. Enseguida se escuchó un diálogo siniestro. El militar que iba al mando ordenó a sus compañeros de armas: “a los (civiles) que estén vivos o heridos, les vuelven a disparar”. La respuesta llegó casi de inmediato de un soldado: “ni por que tenga la mano bien desmadrada dejo de disparar”.

Esto lo relató a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) una de las mujeres sobrevivientes del enfrentamiento y ejecución extrajudicial en Tlatalaya, donde perdieron la vida 22 civiles.

La Silla Rota tuvo acceso a la declaración de la víctima sobreviviente (V1) donde contó cómo fue secuestrada por un grupo armado, la llegada y pernocta en la bodega en San Pedro Limón (Tlatlaya), el enfrentamiento con integrantes del Batallón 102 de Infantería, la ejecución de los civiles y la tortura que padeció en las instalaciones de la procuraduría mexiquense.

Abuso sexual

“Yo fui al balneario ‘Loma Bonita’ entre Colotitlán y Paso De Amatitlan (Arcelia) era el 20 de junio de 2014, no recuerdo exactamente el día, iba con unas amigas y mi hermana. Llegamos, nos sentamos como a eso de las 3 pm, llevamos un pastel. De ahí comimos el pastel a las 5 pm. Mi hermana le mandó mensaje a una amiga para que me regresara y llevara a la niña a una fiesta. Me cambié, me puse mi ropa, les dije que ya me iba, me salí sola para esperar un taxi”, contó a la CNDH en el Centro Federal de Readaptación Social número 4 en Nayarit.

Se percató de la llegada de una camioneta blanca con hombres armados. “Era una doble cabina, eran ocho, tenían playeras negras, uno con playera café, uno con pelo pintado de güero, era un mohicano. No los conocía, no vi la marca de la camioneta, se pararon frente a mí y me subieron atrás de la camioneta, en la caja”.

La tiraron y le pusieron los pies encima, “me amarraron las manos atrás de la espalda, tenían el rostro descubierto, en la batea iban como ocho, el conductor y otro muchacho iban adelante, los que iban atrás me decían ‘hija de la verga’, ‘puta’, me pusieron un trapo en la boca, me decían que sabían dónde vivía y que tenía una hija, que tenía que cooperar”.

La camioneta recorrió veredas por un par de horas y se detuvo en una vivienda. “Me tiraron a una cama, sentí los resortes. Me empezaron a tocar, me quitaron las vendas de los ojos, me quitaron la ropa, uno me agarró las manos hacia atrás, eran tres porque otros dos me agarraron los pies, uno cada pie, uno me penetró, como no quería me dio una cachetada, él me violó, después dijo ‘vístete puta’".

Le dieron a tomar vino e inhalar cocaína después del abuso sexual. Nuevamente la subieron a la camioneta y dos días después regresaron al mismo domicilio, “me dieron una cobija, al baño iba atrás de la casa, estaba abandonada, era chiquita con un cuarto de teja, no me dieron de comer esos dos días, sólo me dieron agua, ellos traían una hielera con vino y cerveza. Pedí de comer y no me dieron nada. Vi unos vasos de sopa Maruchan y me comí lo que sobraba”.

“Dormí en el piso, escuché que sonó el teléfono, le dijeron ‘jálate para acá’, era un lugar de Tlacocuspan (Tlatlaya). Me subieron a la camioneta. No supe si eran de un grupo delictivo. Durante dos días me dieron de cachetadas, me pegaban en el cuerpo, me jalaban el cabello, tenía que cooperar sexualmente, el que me quería me tocaba. Llegamos a otra casa abandonada en Tlacocuspan, me quitaron las vendas antes de entrar al cuarto, tenía ventanales, escuché que llegaron más carros. Tenía hambre, me dieron agua y una lata de atún, ya no me dieron droga, tenía un día que no me daban, estuve ahí como tres días”.

La maniataron y vendaron los ojos nuevamente. Tras días sin asearse le permitieron hacerlo. “Me llevaron a bañarme a un río, por una barranca, una mujer se acercó y me dio un jabón, la conocí porque la vi en Arcelia, no era mi amiga, la vi en la secundaria. Había otra camioneta blanca grande, también de doble cabina, y otra camioneta como color verde, también de doble cabina. Me decían que olía feo, todos se empezaron a bañar, eran como 25 personas. La mujer me dio ropa limpia (pantalón negro, playera negra, botines). Le dije que me quería ir y ella me dijo que cooperara. Me amarraron y subieron a una camioneta, siempre en la misma, decían ‘que había mucha ley’. Sólo andábamos en los cerros, abusaron de mí como cuatro veces, acabándome de bañar uno me violó, me bajó el pantalón”.

 

Madrugada en Tlatlaya

Pasaron los días y por temor la familia de la mujer no pidió auxilio a las autoridades. “Mi mamá me dijo que no denunciaron por miedo, aun cuando sabía que me habían llevado. Una amiga le dijo a mi hermana que unos hombres me jalaron, pero le dijo a mi mamá que no hiciera nada”.

El hombre que iba al mando del grupo armado recibió la llamada que los llevó a San Pedro Limón, en Tlatlaya. “Escuché que decían ‘espérense en la bodega’. Llegamos a la bodega como a las 7 pm, cálculo que era esa hora porque iba anocheciendo. La bodega era grande, estaba cerca de la carretera, había unos cuartitos, la vi porque a llegar me quitaron la venda. Escuché que dijeron ‘acomoden los carros de frente’, no había luz, no se veía al interior Me cambiaron a la otra camioneta blanca, después me cambian a la verde. Me amarraron con una cinta gris, era como diurex, como la cinta canela, me ponen en la parte de atrás de la camioneta sentada, los pies me colgaban, estaba de espaldas a la entrada”.

De las tres camionetas, la de en medio salió de la bodega. Los civiles se alumbraban con las lámparas de los celulares.

Ella se percató que traían más personas secuestradas y amarradas. Uno de los civiles le pasó el teléfono a una joven menor de edad que dijo “mamá, vente que te quiere ver (uno de los hombres armados)”.

Dos horas más tarde regresó la camioneta y se estacionó en el mismo sitio, “había 25 personas, los mismos de la barranca, escuchaban música, seguían bebiendo y fumando marihuana, me vuelven a revisar y como la cinta se estaba despegando, uno me dice que me quite la agujeta y con esa me amarra”.

Las ejecuciones

La víctima sobreviviente reconoció que los hombres portaban armas cortas y largas, alrededor de la media noche, unos hombres custodiaron la entrada de la bodega y el resto durmió al interior.

“Me quedo dormida junto a los otros dos jóvenes (secuestrados). Dormí como cinco horas, ya no había ruido, ni luz, todos estaban dormidos. Nos despertaron los balazos en la lámina, se veían como luces, chispitas, los que estaban en la bodega dijeron ‘nos cayeron los contras’, y no eran ellos porque escucharon ‘Ejército mexicano, ríndanse hijos de su puta madre’”, contó la mujer sobreviviente.

“Dijeron los muchachos ‘despierten a todos’. Sólo dispararon los militares porque sólo se escuchaban los disparos que entraban. Los de adentro gritaban ‘pónganse verdes’. Uno dijo que se rindieran, pero no quisieron y empezaron a disparar. Me senté, me quería salir, los hombres que estaban a mi lado me dijeron que me acostara, que nos iba a tocar un balazo. Los militares alumbraron, no vi con que era, pero podía ver toda la bodega y que sólo era un carro de los militares, lo vi porque me paré a ver”, describió.

Los civiles accionaron sus armas contra los soldados del Batallón 102 de Infantería, uno de ellos gritó “dispárenles porque nos va a cargar la verga”.

Relató que vio alrededor de 13 hombres usando armas contra los militares. “El intercambio de disparos duró aproximadamente 5 minutos. Se rindieron fácil, sueltan las armas, había un joven cerca del vehículo de en medio de lado izquierdo -viendo la bodega de frente-, no estaba armado, lloraba, tenía una sudadera negra”.

Al finalizar los disparos, ella se incorporó y vio que “uno de los que me dejaron de lado izquierdo y otro caminaron hacia afuera con las manos en la nuca y escaparon. No veo a nadie muerto pero sí escucho quejidos, (…) escuché balazos conforme iban saliendo”.

“Los militares gritaron ‘vayan saliendo hijos de su puta madre, porque les vamos a perdonar la vida’. (…) del lado derecho de la bodega vi a tres personas heridas que se quejaban. Los militares gritaron ‘vamos entrar’, cuando iban cerca de nosotros del lado izquierdo de la bodega les digo ‘no disparen porque estamos secuestrados’”.

Otra mujer sobreviviente descendió de una de las camionetas tras el tiroteo e ingreso de los soldados, ella gritaba “mi hija”, los militares le decían “cálmate” y la sientan en el fondo del lado izquierdo. Un militar le dice “venga señora a ver si esta es su hija” y oigo que gritan “mi hija”. El soldado le preguntó “quién es su hija” y le respondió que “sí”, que estaba muerta.

“Luego escuché a otros militares, no me dejaba ver el carro de en medio, un militar dice que ‘a los que estén vivos o heridos les vuelvan a disparar’, y luego otro dice ‘ni por que tenga la mano bien desmadrada dejó de disparar’”, narró la mujer sobreviviente.

Un militar se acercó a la señora y le preguntó “porqué su hija está armada, porqué está abrazada de un muchacho”, y ella dice que no sabe nada.

Levantaron a las dos mujeres y a los dos hombres que estaban secuestrados, “durante el trayecto observo que los soldados le disparan a los tres muchachos heridos de lado derecho, estaban tirados boca arriba, sus cabezas hacia la pared, dos militares les disparan en esa posición, ellos piden que no los maten, pero les disparan”.

No había resistencia de los civiles, pero soldados continuaron disparando durante la madrugada.

“Todo el hecho duró como una hora. Nos llevaban al cuarto del lado derecho, mirando hacia la pared de espaldas, había una ventana. A los muchachos los ponen sobre la pared izquierda del cuarto en la esquina contraria, en la calle advierto más autoridades”, detalló.

Ella presenció otra ejecución extrajudicial. “Tres militares le dicen a los dos muchachos que salgan, que les van a tomar unas fotos y después se oyen disparos, como unos cinco disparos”.

Al cuarto ingresó otro militar que les preguntó los nombres a las mujeres y qué hacían en la bodega. “La señora dice que había ido por su hija”.

Cuando las sacan de cuarto, “veo a los dos muchachos muertos, a los que sacaron para las fotografías, me sentí mal, sentí náuseas, no podía respirar, me sacan a la calle y un militar una militar mujer me tomó el pulso y me inyectó no sé qué, me regresaron al cuarto donde estuvimos hasta que llegó el Ministerio Público, entraron unas muchachas y una señora grande con lentes. Un militar le informó ‘son las que estaban secuestradas’, ella dice ‘a mí no me la pegan, súbanlas las vamos a llevar a Tejupilco y de ahí a Toluca’.

La tortura

Cuando la sacaron del cuarto, la mujer sobreviviente señaló a sus secuestradores y agresores sexuales, los cuales estaban tendidos en el suelo sin vida.

“Los militares me trataron bien, le dije a uno de ellos qué nos iban a hacer, tenía miedo, y me contestó que ‘no mataban niños o mujeres’, los vi bien porque no iban encapuchados”, aseguró.

En las instalaciones de la procuraduría mexiquense “un licenciado de unos 35 años, no traía identificación, era calvo, me saca del cuarto y me llevó a una oficina, me hizo preguntas, le dije que ‘estaba secuestrada’, me pidió la contraseña de mi Facebook. Estaba él y otros tres, entre ellos una mujer, todos me habían preguntado, me dijo ‘ahorita vamos a hacer que hables’, otro muchacho abrió su laptop y me buscó en Facebook”.

El calvo le afirmó dijo que tenían “una forma de hacer hablar a la gente sin que se notarán los golpes. Me enseñaron una foto de mi hermano y me dijo ‘ha de ser tu macho’ (…) luego me amenazó con hacerle daño a mi familia, que no les costaba nada poner mis manos en las armas”.

“Me levanto del cabello y me puso en la silla, quería que le dijera ‘quién era el mero chingón de ahí’, que yo era la vieja de uno de ellos, que a quiénes conocía de los ‘sicarios’, me dijo que trabajaban con La Familia Michoacana. Cuando decía que no sabía, me pegaban coscorrones”, contó a la CNDH.

“Ahora resulta que te vienes es el inocente –le dijo el hombre. Estuve ahí como media hora porque tocaron la puerta, me amenazó que no dijera nada, que sí me gustaría que mi niña estuviera en un orfanato”, relató.

La llevaron esposada junto a otra de las mujeres sobrevivientes. “Era un baño completo, sacan a la señora, se quedan dos hombres, uno gordo y otro pelón, piden que les pasen una silla, me sientan, me decían ‘chismosa’, ‘puta’, que ahí ellos hacían hasta que los muertos hablarán, ya eran tres, me jalaban el pelo, me pegaron en las costillas y que uno sacó una bolsa de Soriana, me cubrieron la boca y nariz, no podía respirar, me quitaban la bolsa, me hacían preguntas. Me volvieron a poner la bolsa como tres veces”.

Uno de los hombres dijo “esta vieja se nos va a morir”. La tortura continuó, “me volvieron a sujetar en la misma posición, metieron mi cabeza en la taza de baño como cuatro veces, cuando metía la cara le jalaban, uno dijo ‘esta vieja está prieta pero se está poniendo morada’. Ellos querían que dijera que había visto cuando los muchachos mataron a 10 y que yo le daba de comer a los secuestrados”.

“Acepté, porque me dijeron que si quería que a mi familia le pasará lo mismo, me sacaron a un pasillo, me sentaron en una silla, había una cámara, me pusieron una libreta y una cartulina, y me decían ‘esto es por pasarme de verga’, querían que lo dijera, no quería, pero lo acabé diciendo porque me tomaron por el cuello”, contó.

Luego amenazaron con abusar sexualmente de ella, uno de ellos le preguntó “cuántas veces te han dado por atrás, empínate”, se bajó el pantalón. La voluntad y la fuerza se agotaron, “acepté firmar lo que me dieron, no había un abogado presente, no leí que me dieron”.

Hasta la casa de arraigo de la Procuraduría General de la República (PGR) la revisó una doctora, “me filmaron con una cámara, me estaba durmiendo, me decía ‘no te duermas’, querían que dijera que vi cuando mataron los muchachos a las personas, que los echaron en bolsas negras”.

En la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) pudo hablar con su mamá. A la mujer sobreviviente le sacaron sangre, le hicieron pruebas de voz, de escritura, tomaron muestras dactilares, “me llevaron a una oficina y ahí un licenciado me dijo que dijera todo lo que me habían dicho en Toluca si quería ver a mi hija y estar en mi casa”.

Fue ingresada al CEFERESO de Nayarit el 9 de agosto del 2014 por acopio de armas. Cuatro meses después, el 15 de diciembre recuperó su libertad.