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La vida "normal" de los cabecillas del narco en la ciudad

Ellos son parte del ala “fresa” de la Unión, de los que pretenden camuflarse entre la clase media y hacerse pasar por vecinos comunes

Escrito en ESPECIALES LSR el

Podría ser tu vecino: en la colonia Narvarte (alcaldía Benito Juárez) un joven sonriente de clase media, amante de los gatos y aficionado al futbol. En sus redes sociales presume su amor por los animales y algunos equipos deportivos.  Pero en realidad, detrás de esa vida "normal", lleva una historia de asesinatos, distribución de droga y liderazgo en el grupo criminal La Unión.

Se llama Víctor “El Alor”, tiene 26 años de edad y es uno de los sospechosos más buscados de CDMX.

En los expedientes en los que se le investiga aparece en una fotografía con su novia. Parecería  cualquier pareja que parece feliz. 

En la imagen hay un aspecto apenas perceptible: Víctor deja ver un tatuaje en el lado derecho del pecho, una U rodeada por laureles. La U significa la Unión, organización delictiva que domina la venta de droga en la capital desde 2009, cuando Édgar Valdez Villarreal “La Barbie”, ayudó a fundarla.


Víctor es, con base en un informe especial de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP-CDMX), al que La Silla Rota tuvo acceso, líder de una facción de dicho grupo, una que se caracteriza por camuflarse con juniors asiduos a la vida nocturna de Polanco, la Roma, Condesa y Satélite.

El 5 de agosto de 2018, “El Alor” fue detenido en la colonia Narvarte junto con algunos de sus presuntos cómplices. Estaba jugando “carreritas” con ellos. Iba en una motocicleta y los demás en un Infinity. Se les decomisaron armas de fuego y droga, pero un Juez de Control dejó libre a todos al calificar de ilegal su arresto.

No obstante, a partir de ese hecho, los agentes de Inteligencia de la SSP pusieron atención en “El Alor” y descubrieron que estaba en la cúspide de esa célula de la Unión, solo debajo de David García Ramírez “El Pistache”.

Al profundizar en su modo de vida, “El Alor” parecía ser simplemente Víctor. Él mismo clamaba, en sus redes sociales, que los gatos eran su vida. “Mi gordo”, posteó en Facebook junto con la fotografía de su gato.

Seguidor del Real Madrid, de South Park, la música electrónica y The Walking Dead, “Víctor” se muestra al mundo bajo la fachada de un muchacho con lentes de pasta y barba bien delineada.


El trabajo de Inteligencia, compartido con la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO), de la Procuraduría General de la República (PGR) fue más a fondo, los rincones oscuros de Víctor, que incluyen videos donde gente es torturada, y desmembrada, donde una pipa con la imagen de Chuky El Muñeco Diabólico adorna numerosos recipientes con mariguana.


Otras fotografías incluyen lo mismo bolsas con cocaína, armas largas y montañas de dinero. En la juerga del narco, donde se acopia esos elementos se llama “oficina” y una de las tantas que tiene “El Alor” estaba en la Narvarte, colonia céntrica y clasemediera que últimamente ha servido de refugio de narcotraficantes de todos las clases.

La indagatoria reveló otro rasgo: “El Alor” es fuente de inspiración para otros miembros de menor jerarquía, pero que rápidamente han ascendido en el organigrama de la mafia.

Como si fuera una suerte de hijo putativo de “El Alor” aparece en el expediente otro personaje: Mauricio “El Ahuátl”, presunto encargado de la venta de droga en antros de la Condesa.

“El Ahuátl” solía habitar justamente en la Narvarte. Sus padres le dicen “Panda” de cariño. Tal vez sea por su complexión robusta y su rostro pacífico que pareciera infundir algo muy diferente al miedo. En algunas fotografías se le ve con su madre, es su vivo retrato. Parece ser el consentido, un joven muy adepto a la familia y los perros, a los cuales asegura amar en sus redes sociales.

El verdadero amor de “El Ahuátl” es su pequeña hija. Cientos de imágenes así lo denotan. Él también fue capturado en agosto de 2018 en la calle Tamaulipas, Condesa. A él y otros dos presuntos cómplices se les incautaron armas de fuego y estupefacientes.


Sin embargo, todos fueron liberados días más tarde por un Juez de Control y hoy son buscados por agentes locales y federales.

“El Ahuátl” era bien conocido en el antro Patanegra. A su cargo tenía varios dealers y en más de una ocasión, acorde con las pesquisas, fue protagonista de golpizas a clientes y supuestos narcomenudistas rivales.


Sus fotografías en redes sociales, como las de su jefe “El Alor”, contrastan también con las que tenía en su teléfono celular, analizado por la SEIDO.

Resaltan cuatro imágenes: la primera consiste en un hombre tirado bocabajo en el piso. Está maniatado por la espalda y el que lo fotografió porta un arma de fuego en la mano izquierda.


Otra muestra a un joven severamente golpeado, desnudo e inconsciente. La tercera exhibe, como trofeo de cacería, a un individuo totalmente inmovilizado con plástico transparente y cinta adhesiva. Alguien le puso una máscara de payaso y a sus pies, un montón de armas cortas y largas. Se ve una mano empuñando una pistola con silenciador apuntando a la cabeza de la víctima. 

La última es aún más gráfica: en la bañera se observa a dos muchachos. Uno está sentado bajo la regadera, semidesnudo y con las manos envueltas en plástico transparente. Está desmayado porque su cabeza cae sobre su pecho, vencido por la tortura y el terror. A su derecha, tendido sobre el piso manchado de sangre aparece otro secuestrado. Parece de igual forma estar inconsciente y su cabeza reposa sobre la pared.

¿Quiénes son estas víctimas? Tienen nombre, padres, alguien que probablemente los esperaba de regreso en casa. Las investigaciones aún no han revelado su identidad ni, lo más escalofriante, su destino.

Se cree que son distribuidores de droga rivales a la Unión, la cual incursionó en la alcaldía de Álvaro Obregón para recuperar San Ángel y esa parte de Insurgentes Sur a base de raptos y homicidios.

El material encontrado en el teléfono de “El Alor” es todavía más oscuro. Sicarios enmascarados sometiendo a un joven atado de pies, manos, amordazado y totalmente a su merced. Sus captores posan para el fotógrafo y uno de ellos hace con los dedos el signo de amor y paz.

En la misma bañera que sirvió como escenario en las imágenes que tenía “El Ahuátl” se ve un cuerpo descuartizado. Tres hombres vestidos con chamaras deportivas, y gorras sacan una a una las partes humanas. Usaron guantes de electricista y de plástico para consumar la tarea que les encargaron sus mandos. Uno de ellos, identificado como “El Barbas”, levanta el pie de su víctima y posa para la cámara sacando la lengua. Otro de los pistoleros sostiene una cabeza ensangrentada. La alza para que el fotógrafo registre la imagen. “Estuvo rico”, es el pie de foto.

En el mundo del narco este tipo de sicarios representan el lado más sombrío del “negocio”. Son los que ostentan la sangre más fría y la ambición imparable de que sus asesinatos les ganen respeto y pavor.

Sin embargo, el informe es muy claro, no son miembros de los Zetas o “Los Antrax”, son jóvenes capitalinos que consumaron los descuartizamientos en viviendas de CDMX, una de ellas en la calle Pitágoras, de nuevo, en la Narvarte.

Todos bajo las órdenes de “El Pistache” y “El Alor”, el ala “fresa” de la Unión, de los que pretenden camuflarse entre la clase media y hacerse pasar por vecinos comunes.