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La SEP margina a niños de sus clases por TV

Ana Laura quiere para su hijo una mejor vida, una como la que no tuvo; pero el covid ensaña y margina aún más a niños y sus procesos de aprendizaje

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Escrito en NACIÓN el

Cuando caminan rumbo a la carretera, entre piedra y terracería, llevan el morral cargado de libros y cuadernos. Al amanecer, con la luz tenue que rompe la oscuridad, andan kilómetros junto a sus padres para llegar a las escuelas. Por el mismo rumbo, los tlachiqueros cargan garrafas con agave que extrajeron del maguey para vender en la cabecera del municipio.

Estación 8 pertenece al Ejido de Jagüey Prieto, en Tepeapulco, Hidalgo, a 45 minutos de Pachuca, la capital del estado. En esta comunidad viven 15 familias en las que hay siete niños en edad escolar: cuatro en prescolar y tres en primaria. No hay ninguna computadora. La señal de televisión exhibe en la pantalla una imagen difusa, borrosa, casi inaudible, de los contenidos con los que, desde el 23 de marzo, la Secretaría de Educación Pública (SEP) busca compensar la ausencia en las escuelas por el aislamiento social que propició la pandemia del covid-19.

Por aquí cruza el poliducto Venta de Carpio-Poza Rica. Los grupos de huachicoleros perforaban válvulas escondidas entre parcelas para drenar el crudo. Este punto, antes operado por el narco, de acuerdo con el mapeo delictivo de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), ahora está bajo resguardo de militares. 

En una casona antigua de techo de lámina que sus padres cuidan, a unos metros del asentamiento de los soldados, vive Alejandro, un menor de siete años que cursa primero de primaria. Alejandro no habla. No es por alguna discapacidad, sino por dificultades de lenguaje. No puede leer las actividades de su libro de texto, y su madre, Ana Laura, dibuja puntos que él une con trazos tambaleantes para formar palabras, que se convierten en las respuestas de las lecciones que ambos aprenden.

“Cuando llegué aquí lo único que el niño sabía decir era mamá, papá, y ahorita ya empieza más o menos a soltar la lengua, porque ya empieza a decir más palabras, pero como que todavía se le dificulta tantito para hablar”, cuenta Ana Laura. A su lado, Alejandro intenta decir algo, pero sólo emite sonidos; sonríe, está mudando de dientes; jala a su mamá de la chamarra y se esconde tras ella. El problema es su desarrollo metalingüístico, que mejoraba en el aula antes de la contingencia, aunque para ello andaba 30 minutos a pie hasta llegar a la comunidad de Los Coyotes, donde está su escuela. El tramo es una carretera que se abrió paso en la montaña, que lleva a Tepeapulco, en la altiplanicie pulquera.

Para resolver los ejercicios del libro, su mamá lee y le explica con las ilustraciones lo que sucede; sin embargo, no siempre tiene la respuesta: “Yo le digo a mi señor: yo le voy a enseñar a mi niño porque a mí nunca me enseñaron, a mí nunca me dijeron: ‘ah, es así o así’".

No obstante, reconoce: “Yo no tuve muchos estudios, pero más o menos sé y lo que no sé luego le pregunto a la maestra ‘¿cómo es esto?’, para que me explique, pero así poco a poco para que yo le vaya ayudando y él vaya sabiendo”. Los maestros llevan fotocopias a la comunidad, usan sus recursos y sus medios, porque el modelo teledirigido y por internet de la SEP no contempla a las zonas marginadas.   

En lectoescritura, el nivel mínimo de aprendizaje deseado para primero de primaria es el presilábico, pero las dificultades en la motricidad oral no le han permitido a Alejandro llegar a éste; a veces se desanima, se entristece.

Hasta el segundo mes de contingencia, el domingo 19 de abril, recibió una guía de los programas de televisión para aprender en casa, qué canal ver y en qué horario; la señal llega con dificultad. Dibujar lo que entiende es una de las técnicas sugeridas. 

Ana Laura nació en Puebla, pero llegó a Estación 8 para cuidar la propiedad en la que viven. También prepara la comida de los solados. El aislamiento, afirma, ha tenido su parte buena: Alejandro juega más, es feliz en casa, aunque teme que le cueste trabajo el reingreso. “Para él es mejor estar aquí y no en la escuela, porque allá se estresa mucho y también es mucho tiempo para él. Casi son seis horas y no le gusta estar mucho tiempo sentado, más porque es inquieto”.

Alejandro trata de decir algo: sonidos emanan de su boca; los orificios entre las muelas remarcan su sonrisa, después se resguarda de nuevo atrás de su madre.

Ana Laura quiere para su hijo una mejor vida, una como la que no tuvo.

Injusticia social

La Secretaría de Educación Pública (SEP) informó que se han integrado 11 millones 111 mil 458 estudiantes al programa Aprende en Casa, de 28 millones de estudiantes que hay en México de educación básica y media superior; es decir sólo un 40% del total.

En cuanto a los estudiantes que viven en los lugares incomunicados se enfatizó que el Consejo Nacional de Fomento a la Educación (Conafe) entregó más de 300 mil paquetes de material escolar, que se distribuyó en 99.7% de esa población.

Para el doctor Hugo Casanova Cardiel, director del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (ISUE) de la UNAM, nuestro país, “la economía decimoquinta del mundo”, vive una realidad “tremendamente desigual e injusta en términos de los beneficios sociales que se reparten entre la población”, en el que los niños y jóvenes enfrentan las condiciones más adversas. En circunstancias normales, afirma, la educación no llega a los niveles más bajos; en circunstancias extraordinarias, como la pandemia, los problemas se agudizan y dañan más a los de por sí más dañados.

Las líneas de la marginalidad educativa son las mismas que las líneas de la marginalidad social y económica. Entonces, bajo esta condición de emergencia nacional y mundial, tenemos un problema que se nos viene encima: ¿cómo podemos dar una propuesta educativa a sectores ya marginalizados persé? Por sí mismos, estos sectores están atrás de la línea de la oferta educativa regular

“Es una mentira o una simulación hacer creer que bajo estas condiciones las comunidades más deprimidas recibirán educación”, asegura.

El investigador cuestiona: “¿Cómo es posible que se quiera hacer una oferta educativa en un país donde los servicios digitales tienen la precariedad que tienen, donde el acceso a las computadoras y a la red de internet solamente es accesible para un 20 o 30 por ciento de la población? ¿Qué hacemos con todos los demás?” Asimismo, añade que la oferta educativa por televisión también es impensable “cuando una enorme cantidad de mexicanos vive lejos de los beneficios de la electricidad”.

De acuerdo con la Secretaría de Energía (SE), en el país hay 7 mil 254 comunidades sin electrificar, 98 de éstas en Hidalgo; sin embargo, la actualización de su documento, disponible en el portal datos abiertos, es de 2016.

Pobreza, realidad del país

Junto a la capilla de Estación 8, a cuatro casas de la de Alejandro, viven Estefanía y José Manuel Franco. Ellos caminan dos kilómetros para llegar al preescolar. Ahora están con Rodrigo, su padre, que realiza trabajos de hojalatería y pintura en su patio, los cuales han bajado por el cierre de establecimientos que surten materiales. 

En las barrancas se ve la basura amontonada. La última vez que pasó el camión recolector fue hace cuatro años, reprocha María Espejel López, vecina de la comunidad. Los perros sacan las sobras de alimento, también los papeles que desperdigan entre las casas.

“Nos faltan muchas cosas, aquí en la 8, haga de cuenta que es el pueblo olvidado. La basura no la mandan, ya le hemos dicho al presidente y nomás no. La seleccionamos en veces, en otras veces la quemamos”, cuenta.

Cuando llueve, el único camino que hay se inunda y no logran pasar; tienen que rodear las demás casas para lograr llegar a las suyas.

Los adultos se dedican al campo y enseñan a los infantes a arar y hacer fértil la tierra. Longeva herencia de sus antepasados, también extraen del maguey el néctar, que se vuelve en aguamiel.  

En día de escuela, Estefanía y José Manuel se levantan a las 7:00 de la mañana. Después “hay que arreglarlos y agarrar camino en la bicicleta”, dice su papá, que los lleva en un asiento acondicionado; sin embargo, cuando no van en este transporte el traslado es a pie. Ahora, en contingencia, trabajan una hora al día en las copias que les entregó su maestra, que acude cada ocho días a la comunidad. La telefonía celular falla. La televisión se ve difusa. Hay para comer, no para computadoras.

"Los primeros candidatos a tirar la toalla y a correr el peligro del abandono escolar son lamentablemente esos chicos que se encuentran en comunidades rurales o en comunidades que no tienen acceso a internet o a lecciones por televisión y que se están viendo forzados a buscar trabajo para atender las necesidades de su familia", destacó Marco Fernández, investigador del Tecnológico de Monterrey y de México Evalúa, a Reforma.

La realidad en Estación 8 es la misma en más de la mitad del país: en la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (Endutih) 2019, el INEGI reveló que sólo 44.3 por ciento de las casas del país dispone de computadora. Además, en las poblaciones rurales, únicamente 47.7 por ciento es usuario de internet. 

El jueves 7 de mayo, la Secretaría de Educación Pública (SEP) y Grupo Televisa alcanzaron una acción conjunta para llevar el programa de aprendizaje a distancia, Aprende en Casa, a aquellos lugares donde la televisión pública no cuenta con cobertura. Con el acuerdo logrado, las estaciones de Televisa, en varias entidades, permitirán alcanzar a más de 7.2 millones de personas que no tenían acceso a la cobertura educativa emergente de la dependencia.

Las 16 estaciones que Televisa ha facilitado, así como su capacidad de antenas en tierra y satelitales, permitirá que los programas educativos de la SEP, ahora televisados, sean vistos en poblaciones de Campeche, Colima, Coahuila, Durango, Guerrero, Jalisco, Morelos, Tabasco, Tamaulipas y Zacatecas.

 

A esta adversidad que ya tienen los infantes se suma una desigualdad educativa más que se evidencia en la pobreza: las escuelas multigrado, donde un maestro imparte clase en un mismo salón a niños de diferentes grados, como el Conafe de los Coyetes al que acuden en Estación 8, a 30 minutos a pie, aunque otros caminan una hora a Los Cides.

En Hidalgo, localidades con estas características de marginalidad y sin acceso a internet están en toda la geografía estatal: lo mismo en el Altiplano como en el Valle del Mezquital, la Sierra Alta, la Huasteca o la zona Otomí-Tepehua. Por ejemplo, en La Victoria, municipio de Metepec, hay señal de televisión, pero con las lluvias se pierde: la pantalla se oscurece o aparece en grises; además, hay localidades aledañas sin luz, casas asentadas en los cerros donde las familias se instalaron. No hay internet.

En el zaguán de la telesecundaria de La Victoria hay fotocopias pegadas con actividades.

“Los alumnos son de bajos recursos, en la comunidad no hay señal de celular, solamente algunos pocos padres de familia tienen internet, pero son los de mayor poder adquisitivo. Para quienes vienen de otras comunidades es más difícil”, cuenta Jimena, la profesora que ha dejado pegadas con cinta adhesiva las actividades cada ocho días durante la pandemia. No hay otra forma para mantener el curso. 

Apenas la semana pasada fui a recoger trabajo que había dejado y les dejé más trabajo. Aplico con ellos horarios para que vaya recogiendo su trabajo: cito a cinco de una hora a otra y les doy su trabajo y ellos me entregan el suyo. En la comunidad tienen un grupo de WhatsApp y algunas mamás que tienen celulares me apoyan avisando por medio de ese grupo

Jimena coincide que la televisión y el internet no son una forma de estudio inclusiva en condiciones como las que se viven en este lugar, a una hora de la capital de Hidalgo.

Es muy difícil que se vea el canal en el que pasan la teleclase y, sin embargo, sí hay algunos que lo intentan de esa manera. Las clases por internet definitivamente para mí no son una opción. Si en televisión es difícil que la vean, pues por internet menos. No tienen computadoras. En todas las comunidades aledañas sólo hay un ciber internet

El 21 de abril, al anunciar en la conferencia de prensa del presidente Andrés Manuel López Obrador el regreso a clases para el próximo 1 de junio, el secretario de Educación, Esteban Moctezuma Barragán, reconoció que “las maestras y maestros de México no han abandonado a sus niñas y niños. Ahí están por todos los medios posibles y a su alcance ayudándolos”. Asimismo, dijo que el sistema educativo se mantenía activo y que Aprende en Casa –el programa implementado por la SEP– aprovechaba “el valioso tiempo y la experiencia del aislamiento en casa”; no obstante, no hizo referencia a la infancia que no tiene acceso a internet o a sistema de televisión.

En La Victoria 5.98 por ciento de la población es analfabeta y el grado de escolaridad promedio es del 6.47 años; es decir, poco más de la primaria. Hay 144 viviendas y sólo 0.83 por ciento tiene internet, según el estudio multidimensional de la pobreza del Coneval.

La situación, aun sin pandemia, es difícil. La gente se gana la vida en el campo, manos metidas en la tierra para hacerla fértil. Hay padres que prefieren que sus hijos trabajen a que sigan estudiando. Aquí, en estos niveles de pobreza, aislarse por completo es dejar de comer.

La investigadora Luz María Moreno Medrano, coordinadora de Licenciatura en Pedagogía del Departamento de Educación de la Universidad Iberoamericana, reafirma que la pandemia visibiliza la inequidad que existe desde hace muchos años en materia educativa.

Es absurdo pensar en que los niños y las niñas van a recibir clases en línea sabemos que solamente un 30 por ciento de nuestros estudiantes tienen un buen ancho de banda

Para la académica, cuyas líneas de investigación están dirigidas a la interculturalidad y la educación en contextos vulnerados, seguir una fórmula enviada desde el centro del país, sin considerar la diversidad social y cultural de las comunidades, es una medida injusta que daña a los sectores menos favorecidos, por ello platea confiar en la organización comunitaria para considerar nuevos aprendizajes.

Ahorita es tiempo de siembra y muchas comunidades en la Sierra Tarahumara, en Oaxaca, en zonas rurales que no tienen acceso a internet, los niños y las niñas seguramente están ayudando en la siembra y ese es un aprendizaje en sí mismo que tendría que recuperar la escuela como forma de reconocer otro tipo de conocimiento que no necesariamente están planteados en los planes y programas de estudio

El 12 de abril de 2020, la SEP tituló su boletín no. 94 “Destacaba UNESCO trabajo de México en materia de educación a distancia durante contingencia sanitaria”. En éste, la dependencia afirmaba que la directora general del organismo, Audrey Azoulay, elogiaba el programa Aprende en Casa para mantener servicios a través de televisión e internet, sin referir a población sin acceso a estas tecnologías.

Dieciocho días después, en el marco del Día del Niño, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) reveló que hasta 2018 había 19.5 millones de niños y adolescentes en situación de pobreza. Esto, explicó, limita su desarrollo y bienestar, y contribuye a perpetuar dinámicas de marginación por el resto de sus vidas.

La pandemia y el rezago

¿Qué pasará con la infancia que, por la pobreza en la que vive, no tienen posibilidad de llevar la instrucción en línea o por televisión; que está aislada por la distancia de sus comunidades y la falta de medios para comunicarse?

La investigadora Luz María Moreno responde: “Desde indicadores de la curva de pérdida de aprendizaje se les va a empezar a catalogar como rezagados educativamente”, de acuerdo con las directrices de evaluación dictadas desde arriba.

Eso, considera, “demuestra que nuestro sistema educativo sigue estando muy acotado a cumplir con ciertos paradigmas que hacen ver que no estamos preparados para ver la diversidad de nuestra sociedad”, con una visión etnocentrista, “ya que muchos de estos niños y niñas sí tuvieron muchos aprendizajes”, pero que no están siendo medidos por estos indicadores del sistema.

Será importante que no sólo se les catalogue como rezagados educativos, sino que logremos ver de qué manera promovemos que estos aprendizajes que sí se tuvieron en otro tipo de ámbitos estén visibilizados y que al mismo tiempo logremos aportarles herramientas que sean más equitativas y con materiales que sean más pertinentes para sus condiciones actuales, para que se pongan al tanto en cuestiones de lectoescritura, de matemáticas, de ciencias, pero apegados a sus realidades comunitarias

El doctor Hugo Casanova Cardiel insiste que, por la injusticia social, no hay elementos para pensar que la oferta educativa oficial va a llegar a los jóvenes y a los niños. Sin embargo, aunque considera que la educación oficial está frenada “y no se ven maneras de destrabarse”, afirma la educación social no se detiene.

El sector que vive en pobreza habrá aprendido mucho, pero no habrá aprendido los contenidos del currículum educativo oficial. Habrán aprendido a resistir socialmente, habrá aprendido que su condición en este país es de una enorme desigualdad

A pesar de ello, sostiene que las familias están desarrollando lazos de solidaridad y ayuda en diferentes lugares. “En las comunidades rurales se están generando esfuerzos en el sentido de protegerse de la propia epidemia y de procurarse elementos que les permitan sobrevivir. Me parece que en ese sentido hay una enseñanza intrínseca de la epidemia en el conjunto social.

“Después del terremoto del 85, México vive en una transformación social, porque la sociedad se da cuenta que es muy vulnerable. Yo puedo decir que la sociedad que emergerá de la situación que hoy vivimos, va a ser una sociedad que cuestione mucho y que va a buscar mejores posibilidades para el desarrollo social”, augura el doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación.

En Estación 8 la principal actividad económica es el campo: aran la tierra para hacerla producir, lo mismo los niños que los grandes. Junto a las parcelas emanan los ductos de Pemex –drenados por el huachicol– y tras ellos, hasta donde los ojos divisan, los magueyes; son años de capar y rasgar agaves para extraer el néctar. Los más viejos andan por la carretera con el aguamiel, tras ellos, los más chicos con los morrales y los libros cuando van a la escuela. La carretera oscura, rota por la luz tenue del amanecer, traza el futuro que vendrá.

(María José Pardo)