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Juan Rulfo, el nuevo inquilino que hoy apesta

En enero de 1986 el Departamento del Distrito Federal asignó este espacio para un jardín para recordar al autor de El llano en llamas, hoy luce abandonado

Escrito en ESPECIALES LSR el

CIUDAD DE MÉXICO (La Silla Rota).- El sismo del 19 de septiembre de 1985 cambió el cuerpo urbano del Distrito Federal tras quebrarse una parte de manera definitiva. La destrucción y el caos obligaron a un rediseño de los espacios públicos y las construcciones. A la colonia Roma Norte llegó como nuevo inquilino el busto de Juan Rulfo y su libro cumbre Pedro Páramo, tras la imposible reconstrucción de un edificio que albergaba una tienda de lavadoras.

Al igual que Juan Preciado –personaje del citado libro- que llegó a Comala tras la muerte de su madre, el busto del escritor se instaló en la esquina de Insurgentes esquina con Álvaro Obregón en la Ciudad de México tras una tragedia.

Este espacio lo ocupaba una famosa tienda de lavadoras, sin embargo, después del terremoto, el edificio colapsó y la reconstrucción era muy costosa. Tras la muerte de Juan Rulfo en enero de 1986, al año siguiente el Departamento del Distrito Federal asignó este espacio para un jardín que permitiera recordar al autor de El llano en llamas.

En el texto, Comala es un pueblo demacrado, en ruinas, lleno de fantasmas y odios, similar a lo que hoy es el jardín Juan Rulfo, que alberga los espíritus y la energía de quienes trabajaron sobre este espacio antes del día del temblor, pero es un espacio abandonado.

Aquí las personas que perecieron bajo toneladas de concreto en 1985 y el busto Juan Rulfo están pagando caro el olvido de las autoridades y las capitalinas. A los muertos nadie los recuerda, tampoco a Juan Rulfo, son extraños en la ciudad y a veces parecen invisibles. Son ignorados.

El busto del escritor jalisciense luce un color bronce pálido, se puede observar a altura de la estación Álvaro Obregón del Metrobús, de norte a sur o viceversa, según se va o se viene por Insurgentes. De las víctimas del sismo de 1985, no hay ni siquiera una mención.

Al posar los ojos en la obra de Rulfo, la mirada se llena de nostalgia y melancolía; mientras que al mirar el jardín triangular dedicado a él en la colonia Roma Norte las primeras sensaciones son de desesperanza y hastío. El olor en el ambiente es pestilente, hay más excremento que un establo de pueblo sin que haya animales de granja. No hay espacio para los recuerdos del 1985, y tampoco para Juan Rulfo.

Y aquí aplica la frase de María Félix de que “la Ciudad de México apesta a orines”, y es que la fuente pareciera un gran mingitorio al aire libre para las personas en situación de calle, los limpiaparabrisas y los parranderos nocturnos que necesitan evacuar. Las víctimas de 1985 y Rulfo son casi invisibles, nadie sabe de ellos en jardín, nadie honra su memoria.

El busto es una representación del rostro del escritor arropado por el libro Pedro Páramo. El semblante metálico que mira el horizonte hoy es el tendero que resguarda los trapos de los chilangos que trabajan limpiando parabrisas en el semáforo, el basamento de piedra como mesa de alimentos y de organización de herramientas. La pequeña plazuela el área de juegos de los niños que esperan a que sus padres terminen de trabajar. Los muertos del sismo de 1985, no tienen nada, no tienen a nadie.

Nadie tiene consideración a Juan Rulfo y a los muertos, ni al espacio público. Con coraje y rabia los pocos peatones que pasan dejan la basura del antojito como si llevarlo en la bolsa del pantalón o la mochila representara un peso excesivo en el camino a su casa u oficina mientras pasan velozmente cubriéndose boca y nariz. Un paisaje de basura y ropa que se fusiona con la hierba crecida.

A la hora en que los niños juegan en las calles de todos los colonias capitalinas y llenan con sus gritos la tarde mientras el sol releja la luz en las paredes, este el jardín en colonia la Roma Norte está desierto. Los murmullos de pájaros son sustituidos por cláxones y ruidos de motores. Vecinos y visitantes cuando pasan por el lugar tomas la misma decisión: se van, quedar en el jardín es un riesgo.

Es un espacio muerto en la ciudad, que no conmemora a los muertos del 1985, ni tampoco al otro muerto a quien le pusieron un busto de bronces.

Parafraseando a Pedro Páramo: hace tanto tiempo que nadie alza la cara que ya se olvidaron de este espacio público y de los muertos de 1985. Si Juan Rulfo viviera bien podría decirle sobre el jardín: lo quiero por ti, pero lo odio por todo los demás, hasta por colocarme una estatua que nadie recuerda.

El jardín Juan Rulfo se cae pedazo a pedazo sin decir una sola palabra ante la indiferencia de los capitalinos, esperando un golpe seco de la tierra para desmoronarse como si fuera un montón de piedras como le sucedió al edificio de lavadoras en 1985.

maaz