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Familia 'cohetera' podría extinguirse en Tultepec

Margarito, de 70 años, es el último que queda de una familia que dedicó varias décadas a la elaboración de juegos pirotécnicos. Su esperanza está en su nieto de siete años para que la tradición continúe

Escrito en ESPECIALES LSR el

“Melesio es mi esperanza, si no, pos ahí quedará”, dice Margarito con voz triste al ver que la tradición familiar de más 70 años en la pirotecnia en el municipio mexiquense de Tultepec podría desaparecer si el niño escoge otra profesión u oficio.

Sin saberlo, a sus siete años, Melesio carga con los sueños de su abuelo para que trabaje en la fabricación de pirotecnica y elaboración de castillos en Tultepec. Margarito tiene guardadas ideas y secretos sobre muñecos y figuras que sólo piensa compartir con su nieto o de lo contrario se los llevará a la tumba.

Margarito, conocido en el barrio de Santa Isabel como “El pajarito”, tiene cinco hijas y ninguna de ellas se interesó en el arte de la pólvora, se inclinaron por la enfermería y la odontología, por eso se emociona cada vez que el pequeño Melesio se acerca al taller, curiosea y le pide que le enseñe a elaborar los cohetes, sobre todo cuando toma alguna herramienta y quiere ayudarle.

“Tengo fe en que Melesio siga mis pasos porque le gusta mucho. Sí tengo fe. Lo que tenga de vida lo voy a apoyar para que siga dedicándose en grande a piromusicales y enseñarle a hacer muñecos, tanto castillos de día como castillos de noche y otras ideas que se me han venido a la mente para que, cuando yo ya no pueda, nomás lo dirija”, platica Margarito mientras sujeta con rafia la estructura para un castillo.


EL PATRIARCA

A finales de la década de 1940, Lázaro Carbajal Solano era un adolescente en busca de un oficio en el barrio de Santa Isabel, en Tultepec, Estado de México. Interesado en las luces y las detonaciones, pidió una oportunidad como “chalán” en el taller de los hermanos Casas, quienes mantenían la tradición en la pirotecnia y eran bastante conocidos en el municipio.

Lázaro ya había tenido contacto con la pólvora, únicamente como espectador, en las fiestas patronales a la Virgen de Loreto y San Juan de Dios. Era la primera vez que trabajaría con ella para transformar montoncitos de polvo en juegos de luces, en cohetes como los que veía en la parroquia y colgaban de los toritos.

En el taller, Lázaro conoció a Gloria Casas y el amor surgió de inmediato entre los dos. El primer beso fue como la chispa que corre por la mecha para producir explosiones de luces y color. De la unión tuvieron a Margarito.

Ya con familia, Lázaro decidió independizarse y dedicarse exclusivamente a la fabricación de luces de bengala. Instaló su taller con dos jacales que tenía en el patio trasero, en uno preparaba la pólvora, los colores y el trueno, en el otro elaboraba las luces. El inventó la “luz olímpica”, esas luces de bengala de 35 centímetros, aunque también realizó de un metro y medio y encargos especiales.

“Una vez me llevó (mi papá) al Catacumbas al Distrito Federal, ahí en septiembre y en diciembre le mandaban hacer una luces chiquitas y las ponían en las copas, las prendían y las servían. No sé sí aún exista el Catatumbas y si todavía usan las bengalas en los tragos”, recuerda Margarito.


CAPITAL DE LA PIROTECNIA



La pirotecnia como actividad artesanal y pilar de la economía local se arraigó en Tultepec a finales del siglo XIX y se ha consolidado como un elemento de la identidad municipal. Los pirotécnicos de Tultepec son reconocidos en el ámbito nacional e internacional.

El 80 por ciento de la juguetería pirotécnica, es decir, de los cohetes legales que se detonan en el país, se fabrican en este municipio mexiquense. En Tultepec existen más de 600 variedades de cohetes.

En la cadena pirotécnica, que va desde la fabricación hasta la comercialización, trabaja el 40 por ciento de los habitantes, por eso es común encontrar en cada calle un letrero sobre venta de cohetes.

En julio de 2003 se creó el Instituto Mexiquense de la Pirotecnia para regular la fabricación de fuegos artificiales, que establece normas de seguridad para instalación de talleres, almacenamiento, transporte y venta, además de que brinda asesoría a los artesanos en la fabricación de cohetes.

A pesar de las restricciones en algunas entidades del país para la quema de cohetes, en el Estado de México existe un catálogo de cohetes permitidos y lugares autorizados para comprarlos.

El mercado de San Pablito, en Tultepec, abre sus puertas dos veces al año tres semanas durante septiembre y diciembre. Es un predio con más de 100 locales que ofrecen cohetes legales. Hay patrullas, bomberos, ambulancias de la Cruz Roja y cuenta con elementos de seguridad pública y privada que realizan rondines en la zona. Cada caja y paquete de juguetería cuenta con el nombre de la familia que lo fabrica y el número de permiso de la Sedena.


TRADICIÓN Y GUSTO

Con el ejemplo en casa, desde los 10 años Margarito se interesó en la pirotecnia y abrazó el oficio de su padre y a los 14 años lo comenzaban a invitar a trabajar a otros talleres en Tultepec.

“Con mi papá hacíamos luces de bengala, ya después me pegué a la pirotecnia y me dediqué a esto, por gusto y tradición”, platica.

La calidad en su trabajo lo llevó a poner su propio negocio, un taller de cohetes en su casa a los 20 años, pero tomó la determinación de expandir la oferta y no limitarse sólo a las luces de bengala. Así no sería competencia a su papá y no le restaría clientes.

Margarito dice que su papá lo apoyaba, en ocasiones trabajaban juntos en la fabricación de castillos y lo acompañaba a la quema, sus favoritos eran los que tenían la figura de San Juan de Dios y la Virgen de Guadalupe.

Trabajar y ser un artesano de la pólvora es un riesgo y un peligro. A Margarito se le ha quemado el cabello en dos ocasiones por una “voladora”. En el brazo izquierdo lleva como condecoraciones de guerra las cicatrices producidas por quemaduras, por las caricias del fuego durante la quema de castillos.

Hace tres años, un descuido dejó en cenizas los muebles de su domicilio: “Dejé asoleando la pasta blanca, la metí húmeda y se evaporó. Perdí todo”.

Ese golpe económico y emocional no frenó su actividad porque a la siguiente semana tenía una quema de 30 gruesas de cohetón y 30 bombas de tres tiempos para el Niñopa en Xochimilco, con todos los nervios y temblando se encomendó al niño peregrino.

“Llegué con todo mi material preparado para quemar y platiqué con el Niñopa: ¿Sabes qué, niño? ¿Quieres que te queme tus cohetes? Contrólame. Luego me persigné y gracias a él todo salió bien”, sonríe Margarito al recordar ese capítulo.

Su trabajo de luces y detonaciones se ha visto en Jalisco, Michoacán, Sinaloa, Hidalgo y Estado de México. Actualmente tiene nueve chalanes que trabajan con él, pero tiene sueños que le faltan hacer realidad.

“Que esto no se pierda y que siga y siga”, dice, aunque a sus hijas no les interesa el oficio y por eso sus ojos están puestos en Melesio, quien podría heredar todos los conocimientos y la sabiduría.

“Me dice ‘vamos a las quemas, llévame’. Agarra su cuchillo y me pregunta cómo le hago, por eso digo que Melesio tiene ganas. Quiero fabricar una nave donde quepamos y de ahí realizar la quema en grande. Tengo ganas de montar unos juegos de movimiento pero de noche”, cuenta Margarito mientras se toca la barbilla con la mano izquierda y busca en el cielo una respuesta y una esperanza.


jqf